El empate que aprisiona al PSOE

Rodeados de sondeos que detectan que las intenciones de voto a los socialistas y al Partido Popular están mas apretadas que nunca, llegamos a la campaña electoral oficial y final. Nunca, en la historia de la Europa democrática, un Gobierno avalado por las cifras que ofrece el PSOE sobre la evolución positiva de la economía, ha llegado tan apurado a la cita para la reelección. También es novedoso que un Gobierno de izquierdas con el llamativo saldo a favor de decisiones progresistas que exhibe el de Rodríguez Zapatero, tope con el nivel de frialdad que muestra su electorado natural en el momento en que se va a decidir entre seguir o dar paso a los adversarios ideológicos.

La actual paradoja española no acaba ahí. Los observadores internacionales están asimismo desconcertados por el premio que da la opinión pública española, según todas las encuestas, a la política de sembrar ácido sulfúrico en todas direcciones que ha practicado el Partido Popular. Su no rotundo a todo lo que han hecho o puedan hacer los socialistas, aplicado a los temas más diversos, merece en estos momentos de balance el sí de por lo menos media España.

El respaldo a la oposición con ácido sulfúrico es manifiesto, incluso, en lo sucedido con la lucha antiterrorista, donde el Gobierno socialista ha batidos los récords absolutos de pocos asesinatos de ETA en una legislatura (cuatro), o el de número de detenciones y juicios, o el de la mejora de la compenetración con Francia.

Ese respaldo a las tesis de la oposición se produce cuando a estas alturas ya es una evidencia que Zapatero no hizo ninguna concesión de tipo político a ETA, y que fue precisamente por ello que los terroristas rompieron unilateralmente el proceso de paz. Pero media España cierra los ojos a la realidad y cree que esas concesiones existieron, y eso es lo que pesa en los sondeos. Lo mismo ocurre con el hecho de haber intentado negociar el final de la violencia a partir de esquemas muy parecidos a los que desplegó en su momento José María Aznar. El veredicto final parece ser, para una franja amplísima de los españoles, que Aznar debía y podía hacerlo, mientras que Zapatero, no.

Cuando se dan vueltas a cuestiones como esta, resulta necesario aludir al peso que tiene en España la presión mediática próxima ideológicamente a la derecha. Madrid, capital conservadora de una España más progresista que ella, irradia a todo el Estado las interpretaciones que hace el PP de cuanto sucede, a través de unos medios informativos --mayoritariamente de ese signo- que desempeñan el papel de medios nacionales. Eso moldea muchas opiniones. Pero aun así no es explicación suficiente que lo justifique todo. Entre otras cosas, porque desde Madrid también irradian sus mensajes otros medios de información, inferiores en número pero con mayor audiencia individual, que actúan en sintonía con la izquierda.

A partir de aquí,vale la pena subrayar diversos errores del Gobierno. Unos en materia de credibilidad objetiva, otros en la política explicativa de sus actuaciones, y unos terceros en su estrategia general cara a estas elecciones.

Para la credibilidad no han ido nada bien las diversas vacilaciones y movimientos de marcha atrás del equipo de Zapatero en materias tan sensibles como la profundización autonómica. Primero, no se hizo por adelantado la pedagogía suficiente sobre lo que se deseaba hacer a la España reticente con la descentralización. Luego, tampoco se alcanzaron las expectativas de los descentralizadores.
La promesa de Zapatero a los catalanes de que aceptaría el Estatut que aprobase el Parlament se hizo a ciegas. Primero fue demasiado alegre. Más adelante, la rectificación se hizo con miedos, y no fue explicada con gallardía ni siquiera a quienes hubiesen podido entenderla. Otro tema muy parecido: las conversaciones con ETA, plenamente aceptadas por el electorado progresista pese a la orquestación adversa del PP, acabaron confusamente sumidas en declaraciones contradictorias y casi vergonzantes después del fracaso del proceso de paz.

Ahora, al encarar estas elecciones se ha optado por desplegar una campaña excesivamente personalista en torno a Zapatero, pese a que ha calado en parte del electorado de todos los colores políticos la campaña conservadora que le presenta como inmaduro, improvisador y mentiroso. Me parece muy arriesgado. La opción de subrayar incluso cuestiones tan anecdóticas como la zeta de su apellido o el dibujo de sus cejas responde a modas publicitarias muy modernas. Pero a la vista de cómo están yendo las cosas, da la impresión de que tenían que haberse promocionado más los valores progresistas de la tarea hecha --así como las nuevas teorías sobre el socialismo democrático--, que recurrir de nuevo a la baza del buen talante y la personalidad individual del gobernante.

Una mayor referencia a las ideas no me parece secundaria, ya que, en definitiva, es una parte de la gente de izquierdas la que parece vacilar sobre ir o no ir a la cita de las urnas, mientras no se detecta ánimo abstencionista en el electorado conservador. Al final, una vez vista la eficacia de la estrategia comunicativa del PP y la imposibilidad socialista de despegarse en la intención de voto a pesar de la buena tarea realizada, todo invitaba a una reflexión sobre el contenido social de la campaña. Y lo demuestra el hecho de que, ante la sensación de empate, ha regresado al PSOE el frenesí por retornar a lo que ha sido siempre el pulso electoral español: el azuzamiento del voto útil y la advertencia a los electores de que es realmente posible el regreso del PP, del PP demonizado por la presencia de personalidades como Acebes y Zaplana, por la sombra de Aznar, a las riendas de la gobernación del Estado. Cuatro años después, estamos en la misma casilla de salida.

Antonio Franco, periodista.