El enemigo interior

Por Kepa Aulestia (LA VANGUARDIA, 30/03/04):

Todo acontecimiento que violenta la seguridad y la tranquilidad de una comunidad humana induce a ésta a buscar una causa exterior que pueda cargar con la culpa de lo ocurrido. La conmoción que siguió a los atentados del 11 de septiembre del 2001 generó ese efecto no sólo en Estados Unidos, también en los demás países occidentales. El recurso a la teoría del choque de civilizaciones y la paulatina e interesada identificación de países que pudieran ser catalogados como miembros del "eje del mal" llegaron a adquirir carta de naturaleza. Sin embargo, no ocurrió lo mismo en España tras la masacre terrorista del 11 de marzo. Pronto se disipó el riesgo de que, una vez conocida la autoría, la búsqueda de un enemigo exterior desatara reacciones xenófobas. Sin embargo, el sereno dolor mostrado por la sociedad española no impidió que se produjeran reacciones de búsqueda de un culpable interior que aún hoy están presentes en la sociedad y en la política española.

Aquel mismo trágico jueves resultaba palpable que la identificación de los autores de la matanza estaba sometida a un juego de preferencias. Un juego en el que probablemente también se vieron enredados los encargados de recopilar indicios y pruebas antes de aventurar cualquier hipótesis. Al margen de la concurrencia de intereses espurios en el citado juego, era natural que, tras los primeros instantes de sorpresa y aturdimiento, los ciudadanos reflejaran sentimientos que sólo un drama de esa envergadura es capaz de destapar. La política no se ejerce en un terreno idílico de programas y realizaciones; de alternativas y promesas. La política actúa también sobre prejuicios y rencores; en especial sobre los prejuicios y los rencores que la política acostumbra a alentar con tanta frecuencia.

Quien estos días haya prestado atención a los comentarios de la gente, a los chats y mensajes de móviles, a las manifestaciones de los congregados frente a las sedes del PP el día de reflexión o a las declaraciones espontáneas de los asistentes a Vistalegre el pasado sábado habrá comprobado que la búsqueda del culpable interior, la inquina hacia el más próximo, acapara buena parte de la disposición acusatoria de la vida pública en España. Ningún error que haya cometido Aznar en su acción de Gobierno podría justificar ni de lejos que alguien ose responsabilizarlo del ataque dirigido por Al Qaeda contra la población civil de Madrid. Pero sería conveniente que también el Partido Popular reflexionara sobre en qué medida ha podido contribuir con su discurso a la búsqueda del culpable interior como inclinación que amenaza con deteriorar irremisiblemente el clima político en España.

Es posible que muchos de quienes el 11 de marzo desearon que no fuese ETA la autora del atentado albergaran la esperanza de hacer pagar a Aznar la terquedad de su alineamiento con Bush. En otras palabras, es posible que hubiese quienes acariciaran la idea de sustituir ese enemigo interior llamado ETA a la búsqueda de otro culpable interior al que endosar parte de la responsabilidad en el caso de que el atentado fuese obra del terrorismo islamista. Pero sería una muestra de hipocresía sorprenderse ante tan aberrante proceso mental. Sobre todo porque la extrema inquina que refleja la búsqueda del culpable interior ha sido alimentada a base de identificar a los asesinos con sus cómplices, a los cómplices con quienes les dieran cobertura, a los que dieran cobertura a los cómplices con quienes pudieran encontrarse con ellos, estableciendo una cadena de implicaciones tan paranoica como interminable. Las líneas divisorias trazadas para distinguir a los defensores de la paz de los sospechosos de connivencia con el terrorismo, a los patriotas de los anti-patriotas, a los inequívocos de los ambiguos han exacerbado la instintiva búsqueda del enemigo interior convirtiendo la sospecha en acusación y la acusación en condena.

Al final de la secuencia descrita, la búsqueda de un culpable que explique su derrota electoral está permitiendo al PP eludir la mínima autocrítica respecto a su propio comportamiento anterior y posterior a la masacre de Madrid. Se trataría de un culpable exterior al propio Partido Popular; pero de un enemigo interior desde el punto de vista de la convivencia entre los españoles. Es imposible que un protagonista de la liza electoral proclame legítimo el resultado de las urnas mientras alienta entre sus bases la especie de que les robaron el partido. Los integrantes del PP pueden tener razones para sentirse objeto de un rencor injusto por parte de quienes no disimulan su satisfacción ante la derrota que han sufrido, a pesar de la terrible tragedia que haya podido conducir a ella. Pero el mayor favor que la alternancia en el Gobierno podría ofrecer a la recuperación de un clima de convivencia en la política española sería la incorporación del rigor y de los matices al ámbito de la legítima confrontación, con expresa renuncia a la construcción de nuevos enemigos interiores.