El enemigo israelí o el cuento de nunca acabar

Por Sultana Wahnón, catedrática de Teoría de la Literatura de la Universidad de Granada (ABC, 09/01/06):

CORRÍA abril de 2002 cuando en un momento especialmente delicado (confinamiento de Arafat, combates de Yenín, toma de rehenes en la basílica de la Natividad de Belén), Edward W. Said hizo uno de sus habituales pronósticos sobre el futuro político de la zona. Y lo que vaticinó fue que, puesto que Sharón no tenía ningún plan más que el de destruir Palestina y a los palestinos, no sólo no alcanzaría ningún resultado político duradero en la región, sino que acabaría «casi con seguridad desacreditado y rechazado por su pueblo». La realidad no ha podido ser, sin embargo, más diferente. En primer lugar, hace tan sólo unos meses Sharón llevaba a término un plan, el plan de desconexión de Gaza, hasta ahora el único paso real y concreto que se ha dado en dirección a la creación (y no a la destrucción) del futuro Estado palestino. En segundo lugar, es sabido que la ciudadanía israelí, lejos de haber rechazado a Sharón, estaba decidida a renovarle su apoyo mayoritario en las próximas elecciones de marzo. El evidente patinazo de Said pone de manifiesto no sólo lo difícil que sería acertar haciendo previsiones para Oriente Próximo, sino también la humana falibilidad de quien durante mucho tiempo fue tenido por el incontestable gurú del conflicto palestino-israelí.

Pese a la visceral parcialidad con que solía juzgar a los mandatarios israelíes, fuesen del color que fuesen (baste recordar lo poco que apoyó a Barak en el momento en que habría sido más necesario que lo hiciera), Said no erró nunca, en cambio, a la hora de entender y valorar las acciones terroristas llevadas a cabo contra civiles israelíes por grupos como Hamás y Yihad Islámica. A diferencia de quienes sostienen, todavía hoy, que el terrorismo llevado a cabo contra Israel no tiene la misma naturaleza ni el mismo sentido que el que se practica en el resto de países contra objetivos occidentales o arabo-musulmanes, Said negó siempre la mayor, es decir, que la desesperación y la frustración fuesen las causas de los atentados suicidas en Israel, y reconoció que éstas había que buscarlas más bien en una muy concreta ideología, la de Hamás y Yihad Islámica, que a su juicio difería muy poco, en sus vagas promesas de violencia redentora, del veneno esparcido por Bin Laden. En el artículo de octubre de 2001, titulado «Oriente Próximo en un callejón sin salida», el ya fallecido intelectual acusaba explícitamente a los jóvenes «mártires» palestinos de escasa valoración de la vida humana, de fallos en la lógica y en el razonamiento moral y de adoración servil al poder.

Sin embargo, como es bien sabido, Hamás, y la ideología que representa, es la formación política que, según los últimos sondeos, podría obtener el mayor respaldo en las elecciones del 25 de enero, una posibilidad ésta que, de cumplirse, abriría todavía muchas más incógnitas para la región que la probable desaparición de Sharón de la escena política. Si se atiende a las declaraciones que el presidente Mahmud Abbas hizo a este mismo periódico el pasado agosto, su postura a favor de que Hamás se presentara a las elecciones era una estrategia conducente a lograr que esta organización se integrase en la vida política palestina, convirtiéndose en un auténtico partido político y abandonando las armas. Por entonces, el punto de vista israelí era muy diferente: lo que el Gobierno israelí decía era que, si Hamás quería participar en el juego democrático, debía de entrada aceptar todas sus reglas y, en consecuencia, renunciar previamente a la lucha armada, de donde la inicial oposición de Sharón a que la organización radical concurriera a estos comicios. Sin embargo, la opinión que se impuso fue finalmente la palestina, por lo que a día de hoy Hamás, que amenaza con ganar o al menos con conseguir un resultado significativo en las urnas, no sólo no ha entregado las armas, sino que ni tan siquiera ha declarado que tenga voluntad de hacerlo algún día, en tanto que lo único que la organización somete a debate interno es la conveniencia de dar o no por terminada la tregua a que se comprometió hace unos meses con Mahmud Abbas.

Avanzar en el camino trazado por la Hoja de Ruta será, desde luego, mucho más fácil si el Kadima, solo o en alianza con el laborismo de Amir Peretz, sigue gobernando en Israel, o, dicho de otro modo, si el Likud no gana las elecciones. Pero, pase lo que pase en Israel, es la compleja situación de Palestina la que hoy, al igual que en el período Barak-Clinton, hace especialmente difícil ir progresando en el lento y difícil camino hacia un acuerdo de paz definitivo. Al igual que ocurre en el resto del mundo árabe, la mayor amenaza a que la sociedad palestina se enfrenta en este momento no es, precisamente -y por más que la retórica oficial de la Autoridad Palestina siga jugando con esta idea-, el enemigo israelí, sino una amenaza interior, que habita en su propio seno y que, tal como decía Edward W. Said, diferiría muy poco de la que en otros países representa la ideología de Al-Qaeda. De ahí, precisamente, que no quepa sorprenderse del contenido de las últimas declaraciones de Yihad Islámica, en el sentido de que la nueva situación no modificará un ápice su habitual política de «resistencia» a Israel.

Más allá de cuál pueda ser el resultado de las elecciones israelíes, está, pues, la realidad palestina, que dista mucho de ser la idónea para poner en marcha con posibilidades de éxito la Hoja de Ruta. En tanto que haya organizaciones que, como Hamás y Yihad Islámica, siguen sin aceptar el derecho a la existencia de Israel, obteniendo por eso mismo un importante respaldo de la población palestina, la paz, lo que se dice la paz, seguirá estando por desgracia lejos. La gran diferencia a partir de ahora será, eso sí, que a muchos se les puede haber acabado para siempre el fácil recurso de echarle la culpa de todo al «nazi» de Sharon.