El enfermo de la OTAN

A medida que la OTAN cumple 70 años de su fundación, se enfrenta a una crisis única en su historia. Turquía, miembro de la Alianza desde 1952, ha llevado a término un acuerdo de compra de un sistema de defensa aéreo S-400 a Rusia. Si la transacción se hace realidad, se pondrá en cuestión su carácter de miembro de la organización, y sus vínculos más generales con Occidente.

A pesar de las advertencias de Estados Unidos y la OTAN, Turquía parece decidida a continuar el proceso de adquisición del S-400. Y, a su vez, esto ha provocado amenazas cada vez más estridentes de los Estados Unidos. Según las declaraciones oficiales, Turquía podría enfrentar sanciones en múltiples frentes.

Por ejemplo, en marzo cuatro senadores estadounidenses presentaron un proyecto de ley bipartidista que pondría fin a la participación de Turquía en el programa de aviones de combate F-35 si concluye el acuerdo. Y, dadas las sensibilidades en torno a las tecnologías militares de la OTAN en general, también podrían verse afectados muchos otros canales de adquisiciones y cooperación en materia de defensa entre Estados Unidos y Turquía. De hecho, los tratos de Turquía con Rusia incluso podrían activar la Ley para Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos mediante Sanciones, generando sanciones no solo en el sector de la defensa, sino también en su frágil industria financiera.

No hay duda de que medidas como estas agravarán las tensiones que ya existen entre Turquía y los Estados Unidos/OTAN. Pero a pesar de la encendida retórica de ambos bandos, todavía hay tiempo para dar con soluciones creativas. En 2015, Turquía canceló un acuerdo similar con China para su sistema antimisiles HQ-9, y optó por cooperar con el fabricante francoitaliano Eurosam. Así, no hay nada que evite que Turquía anule la propuesta del S-400 mientras busca otros acuerdos con Rusia.

Pero incluso si se puede encontrar un subterfugio, no se resolverá el problema subyacente. La disputa por el S-400 no es más que el último ejemplo de cómo los asuntos de adquisiciones militares han causado un distanciamiento entre Turquía y sus aliados occidentales. Desde el punto de vista de los turcos, sus socios occidentales no han hecho lo suficiente, a través de transferencias de tecnología y planes de producción conjunta, para dar cabida a su incipiente industria de la defensa. En contraste, China y, en menor medida, Rusia han sido naciones más receptivas a tales demandas, como parte de sus adquisiciones militares.

Y los intereses del sector interno de la defensa son solo una parte de la historia. En términos más generales, Turquía y Occidente están en un proceso de distanciamiento político, estratégico y geopolítico que, más recientemente, se ha reflejado en las divergentes percepciones de amenaza y alianzas en el conflicto de Siria. Como potencia regional, Turquía siente una creciente ansiedad de estatus frente a Occidente. Mientras su carácter de miembro en la OTAN se ha convertido en fuente de constantes fricciones, sus perspectivas de convertirse en miembro a la Unión Europea han desaparecido del todo. Como resultado, Turquía y sus socios occidentales han empezado a cuestionar su lugar en el club occidental.

Además, la crisis geopolítica de Turquía ha coincidido con la ruptura del marco de seguridad de la Guerra Fría, que siempre ha dependido de la colaboración entre Europa y Estados Unidos. Ahora que los compromisos de EE.UU. con sus aliados ya no son fiables, Turquía ha comenzado a apostar a sus opciones geopolíticas e impulsar una mayor autonomía estratégica en sus políticas de seguridad y asuntos exteriores.

El problema es que no hay buenas apuestas en la mesa. Con una economía aproximadamente del tamaño de la italiana, Rusia no puede reemplazar a Occidente como socio económico y comercial. Y aparte del descontento común con Occidente y la cooperación militar en Siria, existe poco más que una a Turquía y Rusia. Ni sus aspiraciones geopolíticas ni sus alianzas regionales son compatibles; cada uno ha tenido el ojo puesto en el territorio del otro por siglos.

Puede que Turquía impulse una profundización de su colaboración con Rusia de todos modos. Desde el segundo semestre de 2016, la cooperación con el Kremlin le ha permitido una ventaja estratégica en Siria, donde ha creado su propia zona de control a lo largo de la orilla occidental del río Éufrates. Pero ahora que el asunto del S-400 está llegando a término, lo que antes era una ventaja estratégica se está convirtiendo rápidamente en una carga.

En este punto, Turquía no tiene opciones gratuitas. Como demuestra su insistencia en proseguir con el acuerdo del S-400, su compromiso con Rusia ya ha creado trayectorias dependientes que se reafirmarán más todavía si Estados Unidos y otros miembros de la OTAN aplican sanciones.

De manera similar a su intento de conciliar su calidad de miembro de la OTAN con su propia búsqueda de autonomía estratégica, el intento de Turquía de equilibrarse entre diferentes centros de poder no se puede sostener. Tarde o temprano acabará atrapada entre sus antiguos aliados y sus frágiles alianzas nuevas. Cuando eso ocurra, ya no podrá contar con ninguno de ellos.

Galip Dalay is a visiting scholar at the University of Oxford and a former IPC-Mercator Fellow at the German Institute for International and Security Affairs (SWP). Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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