El enfermo de Oriente Medio

Los presidentes Barack Obama de Estados Unidos y Hosni Mubarak de Egipto, tras dedicar amplias sonrisas a las cámaras de televisión y tributarse mutuos elogios, se mostraron escasamente explícitos sobre lo tratado en su último encuentro en el despacho Oval de la Casa Blanca, hace unas semanas. Desde una apreciación histórica, cabe decir que el ambiente de las cumbres presidenciales resulta tan importante (si no más) como el contenido. El encuentro Obama-Mubarak constituye un ejemplo de cómo los símbolos pueden inducir a engaño acerca de la realidad política.

El presidente estadounidense acogió calurosamente a su homólogo en la Casa Blanca en su primera visita en cinco años y le elogió en calidad de "dirigente, consejero y amigo de Estados Unidos".

Mubarak correspondió saludando a Obama "por todos sus esfuerzos relativos a la cuestión palestina". Dijo que el discurso de Obama al mundo musulmán en El Cairo, que fue "magnífico y extraordinario", despejó "todas las dudas" de las mentes musulmanas en el sentido de que "Estados Unidos fuera contrario al islam".

Más allá de la exageración retórica, lo cierto es que subyacen tensiones y discrepancias estructurales en las relaciones entre Estados Unidos y Egipto que ambas partes han minimizado y pasado por alto a sabiendas.

Si Mubarak y sus más cercanos asesores quieren saber realmente qué piensa el establishment de la política exterior estadounidense sobre su régimen en la actualidad, deberían prestar estrecha atención a los alarmantes y sombríos informes y análisis de influyentes centros e institutos de investigación en ciencia política, organizaciones de defensa de los derechos humanos, medios informativos, audiencias y testimonios ante el comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes estadounidense.

El hecho es que se retrata a Mubarak como el enfermo de Oriente Medio y se juzga Egipto como un país en declive. Es opinión prácticamente unánime que el país más populoso del mundo árabe - 82 millones de habitantes-se balancea al borde de un precipicio en el plano social. Los observadores advierten que si no mejora la situación sociopolítica, Egipto podría correr el peligro, en último término, de convertirse en un auténtico riesgo en lugar de ser una baza estratégica en el plano geopolítico.

Las estadísticas pintan un penoso panorama de la vida diaria de los egipcios de a pie. Según los indicadores de desarrollo del Banco Mundial, el 43,9% de los egipcios vive con menos de dos dólares al día. Los jóvenes de menos de 30 años - que representan más del 60% de la población-sufren las consecuencias de esta situación de forma desproporcionada, no encuentran buenos puestos de trabajo ni tienen medios para contraer matrimonio; uno de cada cuatro jóvenes egipcios está desocupado, según informes de la ONU.

Agravando la pavorosa situación económica, los regímenes árabes - incluyendo el régimen egipcio-han permitido que los ricos se hagan más ricos a costa de los pobres haciendo ostentación de su riqueza a la vista de la población que lucha por sobrevivir. Según las Naciones Unidas, la proporción de egipcios que viven en la absoluta pobreza aumentó en la primera parte del decenio, en tanto que la economía ha estado creciendo a un ritmo de hasta un 7% anual, llenando las arcas de una reducida y opulenta élite.

Los beneficios del crecimiento económico no se han filtrado a la mayoría pobre que sufre los efectos de la elevada inflación, en especial un 50% de aumentos de precios de los alimentos en los últimos cinco años. El auge del malestar laboral - según ciertos cálculos, Egipto ha experimentado como mínimo unas 250 acciones de huelga este año-constituye una prueba de la gravedad de la situación económica. En los últimos cinco años Mubarak no había visitado Washington, como acostumbraba a hacer cada año, porque - según explicó-no le satisfacían las "posturas" de la Administración Bush, que suscitó el enojo de Mubarak por su talante visiblemente agresivo en pro de la democracia y los derechos humanos además del malestar e inquietud por la invasión y ocupación de Iraq, que permitieron a Irán ampliar su influencia en la zona.

Desde un principio, el equipo de asesores de política exterior de Obama acordó restablecer el estado de las relaciones entre Estados Unidos y Egipto a la situación propia de la era anterior a Bush, haciendo mayor hincapié en la seguridad y estabilidad regional que en el modo de gobierno y grado de democracia interna. En el marco de esta nueva arquitectura en materia de política exterior, Egipto cumple tres importantes funciones de ámbito regional por lo que respecta a Washington: mediar en el proceso de paz árabe-israelí, mantener a Hamas bajo control y contrarrestar la influencia iraní en el escenario árabe.

El enfoque de Obama se basa en una antigua fórmula que se remonta a los años setenta, consistente en recompensar a El Cairo (con una ayuda externa estadounidense a Egipto por 2.000 millones de dólares al año) por satisfacer los deseos de Washington en un voluble e inestable Oriente Medio. De acuerdo con ello, no es de extrañar, por tanto, que Obama y Mubarak debatieran modos y maneras de infundir nuevos bríos a las negociaciones de paz árabeisraelíes y a la solución de la cuestión nuclear iraní. Sin embargo, no pareció que se produjera un gran avance en ninguno de los dos temas.

El presidente estadounidense se esforzó denodadamente en minimizar las expectativas de un avance importante en el tema palestino-israelí. Trató, sin embargo, de transmitir - de forma diplomática-que se ha alcanzado algún pequeño progreso hasta la fecha aunque resta un largo camino por recorrer. Vino a decir: "¡No esperéis gran cosa todavía de un plan de paz estadounidense!".

Pese a verse apremiado por grupos defensores de los derechos humanos para obtener garantías de Mubarak hacia un progreso apreciable en los campos de los derechos humanos y la democracia, Obama no presionó públicamente a su homólogo egipcio para que emprenda reformas políticas.

Al comentar posteriormente su reunión, Obama reconoció que "existen ciertas áreas en las que aún mantenemos discrepancias", es de suponer que en lo concerniente a la forma y modo de gobierno. Es más, el presidente estadounidense no mencionó tampoco que tales desacuerdos no explícitos se refieren a las cuestiones del imperio de la ley y los derechos humanos, en deferencia a su huésped egipcio.

Descorazonado a la vista de su abrazo a Mubarak, un destacado disidente egipcio, Saad Eddin Ibrahim, criticó a Obama por "seguir una política exterior a la vieja usanza con los dictadores árabes" y le apremió a apoyar la democracia y la ley.

Los medios de comunicación egipcios controlados por el Gobierno saludaron en El Cairo la visita de Mubarak como "histórica" y dijeron que mostró que Egipto es un actor central en la región, estratégicamente imprescindible para Washington. No obstante, la realidad es mucho más compleja.

Cuando se expresan en privado, los funcionarios estadounidenses no ocultan su enorme inquietud y preocupación por la potencial inestabilidad política y social a la que se halla expuesto Egipto y por la falta de un mecanismo sucesorio. Les preocupa hondamente el hecho de que el presidente Mubarak, persona frágil de 81 años que cumple su vigésimo octavo año en el poder, ha reprimido la legítima discrepancia política y ha convertido Egipto, históricamente la capital del mundo árabe, en una potencia débil y en declive, atormentada por la pobreza crónica, la corrupción omnipresente y el auge del extremismo.

El régimen de Mubarak no debería perder de vista el hecho de que el mérito y la valía de un país emanan de la fortaleza y vigor de su sociedad abierta yde las libertades individuales ejercidas por sus ciudadanos. Los dirigentes occidentales, incluidos los de Estados Unidos, respetan a los gobiernos juzgados legítimos y desprecian a la autoridad ilegítima, incluso la de países de su clientela.

Desgraciadamente, la hendidura abierta en Egipto entre los gobernantes y los gobernados nunca ha sido tan amplia como lo es en la actualidad. Tal circunstancia constituye la receta en potencia de una catástrofe política tanto para el régimen de Mubarak como para el pueblo egipcio.

Fawaz A. Gerges, profesor de Relaciones Internacionales en Oriente Medio en la London School of Economics. Autor de El viaje del yihadista: dentro de la militancia musulmana, Ed. Libros de Vanguardia. Traducción: José María Puig de la Bellacasa.