El engendro

Un engendro es, según el DRAE, un ser vivo con aspecto físico anormal y deforme, esto es, una criatura informe que nace sin la proporción debida, pero también lo es un plan o designio mal concebidos. El ser de que se ocupa la obra de Mary W. Shelley,Frankenstein, se aproxima a la primera acepción. Aunque para ella su criatura era producto de la pura imaginación, sin que tuviese posibilidad alguna de que en algún momento alcanzase una realidad física. Cuestión que puso en duda el Dr. Darwin, abuelo del naturalista Charles Darwin, al considerar la narración de Shelley "como perteneciente, hasta cierto punto, al campo de lo posible". Esto es especialmente viable cuando tal monstruosidad la comprendemos no físicamente, sino moralmente, de acuerdo con la segunda acepción: un plan, designio o institución mal concebidos o fundados.

Frankenstein, ese "maldito monstruo diabólico", que acarreaba en su interior su propio infierno adquiere sentido para nosotros cuando lo entendemos desde un punto de vista moral, el mismo que permitirá a Rousseau considerar el Estado como ser moral. Desde esta perspectiva, un Estado, un poder, una institución pueden estar bien o mal concebidos; bien o mal fundados. Pueden instituirse como un engendro, como un ser monstruoso, lo que les llevará necesariamente a cometer monstruosidades, que son las acciones propias de cualquier monstruo que se precie, pues no guardan la forma debida. Un poder del Estado, el ejecutivo, el legislativo y el judicial, lo es en tanto que emana del poder del pueblo, la voluntad general, que es la que dota de unidad a todo el sistema jurídico-político de una sociedad. "La idea más general que podemos encontrar en un gobierno [como forma de Estado] es su teoría de la soberanía" (F. Guizot, Historia de los orígenes del gobierno representativo en Europa). Y la teoría de la soberanía en un Estado democrático de derecho establece que la misma radica en el pueblo como uno.

Pérez Rubalcaba lo vio muy bien cuando caracterizó como Frankenstein un Gobierno apoyado por fuerzas cuyo propósito fundamental es derribar la fuente de la que procede el poder que tratan de sustentar. Ese es el fin que preside formaciones como ERC, Bildu y Podemos. De ahí que el poder ejecutivo no pueda constituirse de cualquier manera ni tampoco quepa que ese poder admita cualquier respaldo. Ha de guardar las formas debidas si no quiere constituirse como un poder deforme. Y la primera de esas formas exige el respeto a la unidad de la fuente de la que emana ese poder, la soberanía del pueblo.

En una democracia liberal, el poder se instituye monstruosamente cuando no se respeta el origen del que procede, sino que se pone en cuestión. Esto es lo que viene sucediendo en este país desde hace tres años. Existe un Gobierno apoyado por fuerzas políticas que ponen en cuestión desde un punto de vista práctico la que es su fuente originaria desde una perspectiva teórica. Un poder así fundado es un poder deforme, por lo que cuando actúa, cada vez que se deja ver, produce pánico. Es fácil comprobarlo. Esto sucede siempre que el ejecutivo reclama el apoyo de las fuerzas que lo sustentan. Siempre que se dejan oír, tiembla todo el edificio institucional. Pondré solo dos ejemplos de los últimos tiempos, aunque exista una miríada de ellos. Uno sucedió en el Congreso, el otro con las declaraciones de algunas ministras.

El diputado Rufián se permitía recordar al presidente del Gobierno, al que ellos apoyan, el nulo valor de su palabra: usted dijo que no habría indultos y los ha habido. Ahora niega el derecho de autodeterminación, pero denos tiempo. Las palabras del diputado son demoledoras, vacían de cualquier legitimidad la actuación del presidente, que depende del apoyo que desee brindarle un grupo político cuyo fin primordial es la destrucción de nuestro sistema constitucional. El segundo caso es aún peor, si es que eso cabe. Con motivo de los disturbios en Cuba, algún que otro periodista trató de sonsacar cuál era la posición del Gobierno al respecto, para lo cual formularon la misma pregunta: ¿es Cuba una dictadura? Las respuestas de las ministras, mediadas por la consideración hacia uno de sus socios, Podemos, no pudieron ser más desalentadoras: España es una democracia plena, contestó una, o no hace falta poner etiquetas, dijo otra.

Estas dos anécdotas muestran que el engendro que tenemos por Gobierno sale a la luz en el debate. Mientras no se habla, no emergen las contradicciones sobre las que ese Gobierno se sostiene. Únicamente en la deliberación padece el Gobierno, como solo el monstruo sufre cuando se expone a la visión del público. La deliberación se parece a aquellas barracas de feria que iban exponiendo de pueblo en pueblo las deformidades de los seres que mostraban. Aunque eso sucede no tanto en el debate con la oposición como en el que se suscita con quienes lo apoyan. De ahí la necesidad de esconder su monstruosidad, de que no lo veamos. El Gobierno muestra especialmente su deformidad cuando ha de responder a lo que sus socios le plantean y exigen. Recuerden la exigencia de que limpiasen las piedras que hubiese en el camino, labor que el presidente de la Generalitat encomendaba al Gobierno.

En mi opinión aquí radica la razón de fondo por la que se declaró un estado de alarma y no de excepción, es decir, por la que se dio preeminencia al ejecutivo y no al legislativo. ¿Por qué lo hicieron? ¿Cuál fue la razón para asumir ese riesgo? El legislativo es el lugar propio de la deliberación, mientras que el Gobierno es de la ejecución. El primero lo es de la palabra, el segundo de la acción. El Gobierno tenía en el Congreso mayoría bastante para sacar adelante uno u otro estado. Si se decidió por el de alarma, se debió a su intento de esconder en lo posible su deformidad. No se entiende bien que el Gobierno no hubiera evitado los problemas que ex post pudieran derivarse de su primera declaración del estado de alarma. Las disputas entre Calvo y Bolaños ponen de manifiesto que eran conscientes del riesgo.

No creo en absoluto que el Gobierno deseara actuar al margen de la ley, no pienso que ese fuera su propósito. La intención era la de evitar en la medida de lo posible que se vieran sus costuras, pues nos mostrarían las piezas de las que está hecho, los diferentes trozos de los distintos cuerpos ideológicos: la soberanía radica en el pueblo español; la soberanía radica en el pueblo catalán; la soberanía radica en el pueblo vasco y, por último, todos los pueblos de España poseen el derecho de autodeterminación. Estas diferentes partes que lo constituyen, han creado un engendro, un monstruo, cuyas deformidades no se aprecian en el día a día, solo se muestran en el debate. En él, sus distintos fragmentos no responden al unísono, como formando parte de un mismo cuerpo, de una misma voluntad, de un mismo ser moral, sino que lo hacen de manera disonante, pues cada uno de ellos responderá ante su propio cuerpo electoral, ante sus propios principios ideológicos, por lo que sus discursos se hacen incompatibles, quedando a la vista del público la monstruosidad que tenemos por Gobierno, al que habría que calificar como engendro, un ser mal concebido.

De nosotros depende hacer factible que Shelley tuviera razón cuando pensaba en la imposibilidad física de una criatura como la que había imaginado. En nosotros estriba que impidamos que una institución así concebida siga ocupándose del interés general, pues por definición es imposible que pueda hacerlo, ya que está diseñada justamente con la finalidad de alcanzar su destrucción. Un Gobierno deforme revela la irracionalidad e injusticia del principio sobre el que se sustenta. Ya nos advirtió Guizot al respecto cuando sostuvo que "el principio determina las formas: las formas revelan el principio". Y aquí las formas muestran un principio, el comienzo de las obras de demolición de nuestro sistema constitucional.

José J. Jiménez Sánchez es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Granada.

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