El enigma chino de la UE

Los europeos no pueden ponerse de acuerdo sobre cómo manejar a una China en ascenso. Mientras los líderes de la Unión Europea se reunían en Bruselas recientemente para discutir una estrategia común más asertiva, el presidente chino, Xi Jinping, visitaba Roma. Xi estaba allí para celebrar el respaldo independiente por parte de Italia de la Iniciativa Un Cinturón, Una Ruta (BRI), su plan de inversiones en infraestructura pan-eurasiática de 1 billón de dólares que apunta a impulsar la influencia económica y política de China. Demasiado para una postura unificada de la UE.

¿Cómo debería ser entonces la relación de la UE con China? En tanto Estados Unidos y China trastabillan hacia una nueva Guerra Fría, cada uno quiere a los europeos de su lado. La administración del presidente norteamericano, Donald Trump, insta a los europeos a seguir su liderazgo agresivo y enfrentar a China en el campo del comercio, la tecnología y la seguridad. Mientras tanto, China seduce a la UE apuntando a su interés compartido de defender el sistema comercial multilateral, el Acuerdo de París sobre cambio climático y el acuerdo nuclear iraní contra los ataques de Trump.

En términos ideales, la UE debería trazar su propio curso. Pero mientras siga débil y dividida, le costará hacerlo.

Hasta hace poco, la UE consideraba a China un socio estratégico –y principalmente una fuente de crecimiento y empleos-. Pero su nuevo bosquejo de estrategia hacia China, desarrollado por la Comisión Europea y el Servicio Europeo de Acción Exterior, es más duro y más matizado. China hoy es vista simultáneamente como “un socio de cooperación con el cual la UE tiene objetivos muy alineados, un socio de negociación con el cual la UE necesita encontrar un equilibrio de intereses, un competidor económico en busca de un liderazgo tecnológico y un rival sistémico que promueve modelos de gobernanza alternativos”.

Al igual que sus pares norteamericanos, aunque de manera menos vehemente, los responsables de las políticas europeos cada vez se inquietan más por el reto de una China autoritaria, estatista y tecnológicamente dominante. La centralización del poder en manos de Xi y el carácter manifiesto de su política industrial “Hecho en China 2025”, que busca un dominio chino en diez sectores clave de alta tecnología, han frustrado las esperanzas europeas iniciales de una liberalización política y económica. Los políticos de Europa cada vez son más receptivos a las quejas comerciales de que China está comprando firmas de la UE y sus tecnologías a la vez que niega un acceso recíproco a los mercados chinos.

Frente a esto, la UE debería ser un aliado natural de Estados Unidos en el intento de abrir los mercados chinos y salvaguardar la propiedad intelectual de los inversores extranjeros. Pero Trump no tiene tiempo para aliados, etiqueta a la UE de “enemigo” y amenaza con una guerra comercial con Europa por su enorme superávit comercial con Estados Unidos, especialmente en materia de automóviles. Los responsables de las políticas de la UE odian el proteccionismo unilateral de Trump y su visión del mundo de “Estados Unidos primero”. Y no confían en él: creen con razón que Trump podría fácilmente cerrar un acuerdo con China a expensas de la UE. Como resultado de ello, la UE es comprensiblemente reacia a alinearse detrás de la política de Trump hacia China.

Eso le abre una oportunidad a China, que se muestra entusiasta a favor del multilateralismo y tiene un interés genuino –al menos por ahora- en sustentar el sistema internacional abierto y basado en reglas. Es más, interactúa seriamente con la UE; el premier Li Keqiang se comprometió a estar en Bruselas el 9 de abril para la cumbre anual entre la UE y China. Pero, al mismo tiempo, China mina a la UE al negociar con los gobiernos europeos de manera bilateral, enfrentándolos entre sí.

En este sentido, China ha creado el foro “16+1” para interactuar con 16 países en Europa central y del este, 11 de los cuales son miembros de la UE. Como estos países son más pobres y suelen ser tratados como europeos de segunda clase por países como Francia y Alemania, aprecian particularmente la atención y la inversión de China.

China también está derramando fondos en las economías del sur de Europa que han estado privadas de inversión desde la crisis de la eurozona. Ha invertido en el puerto de Pireo en Grecia y en compañías energéticas portuguesas, y ahora planea renovar el puerto italiano de Trieste. En total, 15 de los 28 estados miembro de la UE hasta el momento han firmado la iniciativa BRI.

Sin duda, la inversión china en Europa suele ser beneficiosa, mientras que un mayor comercio y una mejor infraestructura son mutuamente ventajosos. Pero, al igual que el Plan Marshall de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, la iniciativa BRI también tiene una dimensión política –concretamente, integrar a Europa a la esfera de influencia de China.

Eso plantea interrogantes estratégicos de largo plazo que resultan fundamentales. ¿El futuro de Europa en verdad descansa principalmente en Eurasia y no en Occidente? De ser así, ¿qué implicaría ser el socio junior de China? ¿Y cómo podría Europa entonces defender mejor sus intereses? Desafortunadamente, casi nadie está formulando estas preguntas.

Mientras tanto, la estrategia bilateral de China con Europa le permite dividir y reinar. Cuando los ministros de Economía francés y alemán recientemente propusieron una política industrial de la UE que cree paladines europeos para competir con los gigantes chinos (y estadounidenses), el primer ministro socialista de Portugal, António Costa, descartó la idea. Costa también advirtió sobre los planes de la UE de revisar la inversión china de manera más rigurosa.

La UE no sólo está dividida, sino también débil. Aunque es un coloso económico, la UE es un gnomo geopolítico mal preparado para esta nueva era de competencia de grandes potencias.

Es verdad, una UE unida puede imponerse contra potencias menores como el Reino Unido, y mantener su ventaja frente a Estados Unidos y China en términos puramente económicos. Su mercado único de 19 billones de dólares le confiere un peso enorme en las negociaciones comerciales, en materia de políticas de competencia y a la hora de fijar regulaciones y estándares.

Pero cuando la política económica se entrecruza con la política exterior y la seguridad, la UE carece de la voluntad y la capacidad de actuar de manera estratégica. Aparte de Francia y el Reino Unido, que está abandonando la UE, los gobiernos miembro no tienen una mentalidad geopolítica. La propia UE no tiene un poder militar y la mayoría de sus miembros dependen de Estados Unidos para su defensa. Es más, la UE cada vez consume más tecnologías digitales de vanguardia desarrolladas en otra parte.

La conclusión es que la UE se encuentra atrapada entre Estados Unidos y China. Necesita desesperadamente descubrir el tipo de propósito común y la capacidad estratégica que el presidente francés, Emmanuel Macron, parece ser el único en defender. Hasta entonces, a la UE le costará proteger sus intereses y cada vez será más factible que termine siendo víctima del juego de las grandes potencias.

Philippe Legrain, a former economic adviser to the president of the European Commission, is a visiting senior fellow at the London School of Economics’ European Institute and the founder of Open Political Economy Network (OPEN), an international think-tank whose mission is to advance open, liberal societies. His most recent book is European Spring: Why Our Economies and Politics are in a Mess – and How to Put Them Right .

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