El enigma de Olof Palme

Confieso que la mayor parte de los días empiezo a leer EL MUNDO por la última página a causa de Raúl del Pozo. Quedan pocos como él que sepan manejar el castellano como un orfebre de nuestra lengua. Ciertamente, esa costumbre ya la había adquirido desde que Francisco Umbral nos deslumbraba a todos en el mismo lugar. Fue un acierto de Pedro J., cuando falleció Paco Umbral, encontrar la persona adecuada, para que yo, y supongo que otros lectores de nuestro periódico, mantengan igualmente esa costumbre y leamos los artículos de Raúl del Pozo tout d’abord. Pues bien, si digo esto es porque cuando la mañana del jueves pasado, tras mi ritual habitual, leí que después de 34 años del asesinato de Olof Palme, quieren dar su caso por cerrado, me llevé una decepción. Entre otras cosas, porque le conocí personalmente y porque sus teorías de la socialdemocracia me habían convencido desde que las conocí en los años 60. Pero se estarán preguntando mis posibles lectores qué tiene que ver el político sueco con Raúl del Pozo. Yo no tardé en encontrar la relación de ambos temas. Si Palme se distinguía por algo era por su preparación política, su personalidad y sus principios.

Junto a otro líder carismático, como era Willy Brandt, acudió al 27 Congreso del PSOE el 5 de diciembre de 1976, cuando todavía no se sabía qué iba a suceder en España. Se temía lo peor, pues un año antes el Gobierno de Franco había permitido el fusilamiento de varios demócratas. Entonces, Olof Palme no solo protestó por el asesinato de esos españoles, sino que demostró que su compromiso político no se limitaba únicamente a su país, sino que cuando uno es un demócrata lo es en todas las latitudes. Pero volvamos a Raúl del Pozo, quien afirma en su artículo: «Aquí en España, los políticos de ahora son peores que los de la Transición que acordaron la amnistía, mientras éstos han dado un recital de incompetencia en la gestión de la pandemia hasta el extremo de que se quieren meter a la trena unos a otros y provocando una guerra entre ropones… Algunos políticos convirtieron las residencias en campos de concentración, con señales al estilo de los nazis que marcaban en rojo, azul y rosa a los rojos, judíos y homosexuales… Felipe González declaró en los días duros de la pandemia que si en la gestión de la crisis sanitaria se cometieron errores tendrían que haber sido reconocidos, ‘puesto que el error en política es perdonable, pero lo que no se perdona es la estupidez’». Continúa su artículo citando al presidente de la Sociedad Española de Geriatría, J.A. García Navarro: «No se trasladaba a los ancianos a los hospitales por no tratarles; es que el traslado al hospital era peo». Y finaliza su yo acuso escribiendo: «La justicia busca los protocolos que ordenaban no hospitalizar a los viejos condenándoles a muerte sin juicio».

Sea lo que sea, esto no puede quedar así. El artículo 15 de la Constitución indica que «todos tienen derecho a la vida», es decir, con independencia de la edad que uno tenga. Es más: el artículo 50 deja claro que «los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Asimismo, y con independencia de las obligaciones familiares, promoverán su bienestar mediante un sistema de servicios sociales que atenderán sus problemas específicos de salud, vivienda u ocio». En otras palabras, lo que ha hecho el actual Gobierno es lo contrario de lo que afirma este artículo de la Constitución, dedicado exclusivamente a los mayores, consiguiendo una cifra de muertos que alguien tendrá que pagar, penalmente si hubiese el supuesto; o políticamente exigiendo su dimisión inmediata.

Por lo demás, los que hemos vivido estos meses en España hemos visto que ha nacido una discriminación que debería estar, al contrario, especialmente protegida si respetamos la Constitución. Todo ello es algo que una persona como Olof Palme no lo hubiese permitido, porque si se caracterizaba por algo era por defender unos principios éticos. Él creó la tercera vía socialdemócrata, que no solo se proyectó en su país, sino también en su política exterior, la cual descansaba fundamentalmente en tres puntos. En primer lugar, era un claro defensor del pacifismo y trató de promover la política del desarme, criticando, desde una posición neutral activa, los excesos militaristas tanto de EEUU como de la URSS. En segundo lugar, fue un firme defensor de los derechos humanos, allí donde se necesitase, Y, por último, trató de ayudar a los países del Tercer Mundo, como Cuba, siendo justamente el primer líder occidental que visitó el país tras la Revolución. En este sentido, ayudó al Congreso Nacional Africano y a su líder Mandela, otro de los grandes políticos del siglo pasado. Y, especialmente, hay que recordar su ayuda en el proceso de la Transición española.

En el plano interno, no solo puso en marcha la tercera vía para salir de los problemas económicos de su país, llevándole a un alto nivel tecnológico, sino que mejoró las instituciones y fortaleció los derechos de los suecos. No es extraño que una escritora francesa, Danielle Hunebelle, escribiese hace años su opinión sobre Suecia: «La ley es una cosa sagrada e incorruptible. No se conocen ejemplos de funcionarios deshonestos ni de favoritismo administrativos; el nacimiento no es ninguna ventaja, y todo el mundo surge a la vida con las mismas oportunidades». Es decir, se trata de una clase política tan honesta y preparada, aunque haya excepciones, como las élites tan decentes que nos gobiernan… Sin embargo, a diferencia de los miembros de nuestro Gobierno, por llamarlo de alguna forma, no se le pasó por su mente de socialista que hubiese que suprimir la Monarquía. Por cierto, que el rey Gustavo III fue asesinado, como él, en el Teatro Real de Estocolmo en 1792, y dio curiosamente lugar a una ópera de Verdi que conoció enormes problemas hasta que por fin se estrenó en el teatro San Carlo de Nápoles, muchos años después de su creación. Por lo demás, dentro de las reformas importantes que Palme hizo en la estructura estatal, además de simplificar el Parlamento, consiguió también recortar los poderes del Rey. Éste, pese a todo, desempeña un importante papel moderador, que por lo visto los incultos de Podemos y similares desconocen.

El político sueco, después de 34 años de su asesinato, vuelve al primer plano. El fiscal del caso Palme no ha aclarado nada después de tantas investigaciones, lo cual ha convertido este crimen en un misterio parecido al asesinato de John F. Kennedy. El día que lo mató un hombre tras asestarle dos tiros por la espalda, acababa de salir del cine con su mujer y no llevaba ningún guardaespaldas, lo que fue una ingenuidad siendo un líder mundial que tenía muchos amigos, pero también muchos enemigos de todas las nacionalidades.

Yo lo conocí en un día histórico para España: el 5 de diciembre de 1977, cuando se celebró el 27 Congreso del PSOE en Madrid, tras los años de la dictadura y sin que todavía estuviesen legalizados los partidos. Acudieron muchos líderes socialistas europeos, pero las estrellas, como digo, fueron Willy Brandt y Olof Palme. Ambos habían condenado, pocos días antes de morir Franco, el fusilamiento de varios demócratas españoles. Aparte de que yo me identificaba entonces con su concepción socialdemócrata de la política, tuve la suerte de saludarle y charlar unos minutos con él en Roma, cuando fue a visitar a Felipe González, que estaba de visita oficial en Italia. El presidente González se hospedó en el Gran Hotel de Roma y cuando me dijeron que Palme estaba en viaje particular, pero que quería ver a su viejo amigo, yo tuve la suerte, como embajador, de acompañarle y despedirle después de la conversación que tuvieron ambos en francés. Recuerdo que iba acompañado de un guardaespaldas más alto que Palme o que yo, y por eso no entendí que fuese al cine, con su mujer, sin ninguna protección.

Sin duda, Palme es uno de los cuatro o cinco líderes mundiales del siglo XX. Por eso, la conversación de unos minutos que tuve con él se me hizo corta. Pero no importa, pues como señala agudamente Raúl del Pozo, en España tenemos políticos de la misma talla, como el actual presidente del Gobierno, que en una conversación con el embajador sueco en Madrid ha reivindicado el legado que dejó Palme. Añadió que los socialistas españoles, especialmente, se encargarán de llevarlo a cabo. Con los años consigues una inteligencia relacional, porque has vivido y leído mucho, y puedes empezar a relacionarlo todo. Por eso, las culturas tradicionales daban el poder a los mayores, como se desprende del artículo de Raúl del Pozo, afirmando que algunos políticos convirtieron, estos meses pasados, las residencias de la tercera edad en campos de concentración, precisamente, uno de los objetivos de Palme, que luchó para eliminarlos. Como recuerda Confucio, el hombre que ha cometido un error y no lo corrige, comete otro mucho mayor.

Jorge de Esteban es catedrático de Derecho Constitucional.

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