El entorno de un líder debe ser de cemento armado

En tiempos de populismo, se habla mucho de liderazgo para glorificar a los individuos por encima del colectivo. Digo esto a riesgo de que me llamen comunista, pero es que son los tiempos de Donald Trump y Vladimir Putin, de Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, de Mark Zuckerberg y Jeff Bezos. Se crean ídolos en todos los campos con más facilidad que nunca, pero se olvida que el entorno de un líder es fundamental para su destino. Con un equipo capaz y leal a la causa, un buen líder puede llegar al infinito. Con un equipo incapaz y desleal, ni Winston Churchill hubiera pasado del umbral de su casa.

Un ejemplo con ambas caras de la moneda es Trump. El presidente de la nación más poderosa tiene un espectacular equipo de campaña, con una organización y entrega envidiables. A ese excepcional showman le sumas ese equipazo, y tienes un personaje imbatible a la hora de recaudar dinero y conseguir votos. Pero luego llega la hora de gobernar. Viniendo del mundo empresarial, a Trump le ha costado Dios y su ayuda organizar un conjunto estable con el cual dirigir los destinos de la nación más poderosa del mundo. Los cambios en el gabinete y demás líneas de mando son constantes. No es lo mismo ser empresario que ser político. Son animales distintos, pero esa es arena de otro costal.

Desde luego, elegir bien las juntas es fundamental para el destino de cualquier persona. A veces, es mejor andar solo que mal acompañado. Que se lo digan a Pedro Sánchez, cuya profecía hace un año de que no dormiría tranquilo con Pablo Iglesias en el gobierno seguro que se está cumpliendo. Pero entendamos al presidente español: nunca es fácil un gobierno de coalición. Lo mismo le ocurre a Juan Guaidó, el presidente interino venezolano que, como si no tuviera suficiente con tratar de sacar a Nicolás Maduro del Palacio de Miraflores y defenderse de los rivales que lo golpean por debajo del cinturón, también tiene que lidiar con su entorno, compuesto no solo por los partidos políticos que lo respaldan, sino por intereses económicos perseguidos por el chavismo, destacando entre ellos los bancos y sus muy sinceros servidores, los medios de comunicación.

Guaidó es un caso particular en política, pero no extraordinario. Se han visto similares. Por ejemplo, Adolfo Suárez. Un tipo gris al que los factores de poder ponen al frente creyendo que podrán manejarlo. Un coronel sin tropa a quien le dictaría pauta un entorno prestado por quienes lo pusieron, especialmente el mentor. El caso que Suárez, un tío que no destacaba por su empaque cultural, sino por una cintura espectacular a la hora de regatear con quienes se suponía más brillantes, terminó rebelándosele a brillantes veteranos como Torcuato Fernández-Miranda, el que le consiguió el puesto. La patada histórica es un clásico en política y en la escena actual latinoamericana hay para todos los gustos: Santos a Uribe y Almagro a Mujica, por citar un par.

En el caso de Adolfo Suárez, éste logró su objetivo porque tenía el menos común de los sentidos, que es el sentido común. Si algo le estorbaba a su objetivo, lo apartaba del camino, y ese objetivo siempre era el poder. Nunca le tembló el pulso para sacudirse a quienes le minaban el campo. Guaidó ha venido haciendo lo que Suárez, casi tímidamente y con figuras de escaso calado, que se lo han puesto fácil. A su favor tiene el respaldo de veteranos que saben que sólo gobernarán en la medida en que el joven lo haga, pero sobre todo el respaldo de padrinos realmente poderosos en la escena mundial, y el apoyo de un pueblo que ha resistido la fascinación de las redes sociales. Pero llega la hora de lidiar con quienes están allí con el propósito personal o delegado de controlarle hasta el modo de caminar, viejas agendas personales aliadas con intereses que hoy sí pero mañana no coinciden con el interés general, que a Guaidó le granjean rencores mientras ellos salvan su bizcocho sonriendo en privado a los agraviados.

Nada nuevo. Una situación con muchos antecedentes para hacer el estudio comparativo, tanto si se los quiere de la escena mundial como si se los prefiere del escenario criollo. El virus que se contrae en la etapa previa al poder y a muchos se los comió cuando asumieron el mando. No, por cierto, a Adolfo Suárez.

Francisco Poleo es un analista especializado en Iberoamérica y Estados Unidos.

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