El error de Netanyahu

Cuando el primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, da un discurso en la asamblea general de la ONU, generalmente se dirige, en primer lugar, a Estados Unidos, a su Gobierno y a sus ciudadanos. En segundo lugar, habla pensando en los judíos de EE.UU., que siempre le prestan mucha atención. En tercer lugar, se dirige a los representantes de los países amigos de Israel en mayor o menor medida, como los países de Europa, Hispanoamérica y Asia. Y por supuesto se dirige a la sociedad israelí. Lo que está claro es que no está pensando en ningún momento en la sociedad iraní y en los aliados de Irán. Algo curioso en el mundo actual, donde la comunicación rápida y global haría llegar su discurso rápidamente a los iraníes, pudiendo así influir en su opinión pública.

Probablemente, la posibilidad de influir en la opinión pública iraní es algo que Netanyahu y sus asesores dan por perdido, algo que en cambio va en contra de la tradición política del sionismo desde sus orígenes, que siempre trató de dirigirse a la opinión pública árabe en las épocas en que la comunicación estaba bloqueada por los regímenes totalitarios árabes y los países soviéticos. Los líderes e interlocutores israelíes han tenido la costumbre de explicar a las sociedades árabes aspectos de la historia del pueblo judío, su lucha y su pasado histórico en Oriente Medio. Y pese al muro de odio, parece que las palabras fueron calando en la conciencia árabe y como resultado de ello se firmaron los acuerdos de paz con Egipto y Jordania, a lo que hay que sumar la moderación palestina que llevó a los acuerdos de Oslo y a la iniciativa de Ginebra.

No soy un experto en los perversos juegos de propaganda del régimen iraní, pero parece que últimamente han pasado de negar el holocausto a negar cualquier vínculo histórico de los judíos con la región de Oriente Medio. En cambio, el primer ministro israelí, guiado tal vez por sus asesores religiosos, no se molestó en su discurso en aportar datos históricos, sino que volvió a los mismos lugares comunes de siempre: la época del rey David y las promesas divinas que recoge la Biblia para hablar del vínculo espiritual del pueblo judío con la Tierra de Israel.

No se le ocurrió citar, por ejemplo, al rey de Persia, Ciro el Grande, que en el año 538 a.C, autorizó a los judíos desterrados en Babilonia a volver a su patria en Palestina para reconstruir el templo. Los iraníes son un pueblo con una larga historia y saben quién era el rey persa Ciro el Grande, y un hecho histórico como el que menciono habría desmontado los argumentos actuales del presidente iraní. Tampoco se le ocurrió a Netanyahu hablar de la milenaria existencia de comunidades judías por todo Oriente Medio, incluidas las del propio Irán, para de paso elogiar el trato respetuoso que reciben dichas comunidades por parte del Gobierno iraní actual.

Tampoco se le ocurrió mencionar el hecho de que dos potencias musulmanas tan importantes como Turquía e Irán reconocieron el Estado judío cuando se fundó y que durante más de treinta años mantuvieron relaciones diplomáticas con Israel. Tampoco creyó conveniente recordar a la delegación humanitaria israelí que durante dos años ayudó a los damnificados por el fuerte terremoto que sacudió Irán en los años sesenta. Y por supuesto tampoco se le ocurrió al primer ministro Netanyahu hablar de los israelíes oriundos de Irán que han ocupado y ocupan puestos relevantes en ámbitos políticos, militares y civiles.

Todos los hechos mencionados anteriormente son desconocidos no sólo por los representantes de países africanos, sudamericanos y asiáticos, sino también por los propios iraníes y por los palestinos que se quedaron en la sala de la asamblea y escucharon el discurso de Netanyahu. Estos hechos habrían desmontado la actual propaganda del régimen iraní sobre la no vinculación de los judíos con Oriente Medio mucho mejor que hablar del rey David y de promesas divinas. Y, por último, ¿por qué hay que emplear el tono de eterna víctima que debe lanzar amenazas y advertencias? Y sobre todo, ¿por qué todo el tiempo hay que dirigirse principalmente a la opinión pública estadounidense, como si Israel fuera realmente una delegación norteamericana o, según palabras de uno de los ministros del Likud, una base aérea estadounidense en Oriente Medio? Ese americanismo exagerado de nuestro primer ministro ya está causando más perjuicios que beneficios.

Abraham B. Yehoshua

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