El error de Sánchez, el error de Iglesias, el error de Iceta y la posible solución

Si existen dos características que definan la relación de los partidos de la izquierda española con las organizaciones políticas nacionalistas/independentistas son la ingenuidad y la falta de inteligencia. De hecho, todavía perviven mitos como el de que ETA combatió al franquismo y que los atentados que se cometieron entre 1969 y 1975 eran consecuencia de una dinámica de lucha armada contra la dictadura, cuando en realidad las personas que fueron asesinadas por los etarras perdieron la vida por su condición de españoles y no porque sirviesen al régimen.

No obstante, la más absurda de estas entelequias es aquella que afirma que si existen independentistas es por culpa de la derecha y de la democracia imperfecta en la que vivimos, producto de la desprestigiada Transición. A partir de esta tesis, Unidas Podemos y algunos sectores del PSOE, apoyados por sus intelectuales orgánicos, han desarrollado la idea de que este sentimiento podría ser desactivado por un Gobierno sostenido por la izquierda española con el apoyo del nacionalismo/independentismo que reformase la Constitución de 1978 en sentido federal (Error de Sánchez) o incluso iniciara un nuevo proceso constituyente que terminase con el establecimiento en España de una República federal asimétrica o incluso confederal, en la que se reconociera el derecho de autodeterminación donde para que catalanes, vascos y los restantes pueblos de la “España plurinacional” decidiesen la relación con el Estado (Error de Iglesias). Sin embargo, esta posición, además de estar alejada de la realidad, demuestra una gran falta de conocimiento histórico y de percepción política. Pues, el único objetivo de los independentistas es la independencia, no la transformación política de España.

Sin embargo, la consecución de esa independencia no es una tarea fácil, sino se cuenta con un apoyo de un porcentaje mayoritario de la población. El caso más notable en este sentido es el de Cataluña, y es aquí donde hay que situar el Error de Iceta al establecer un umbral mínimo para la culminación de ese proceso: el 65%. Esta afirmación del líder socialista ha servido para dar validez a la estrategia de ERC, organización política que se ha convertido en hegemónica en el universo independentista catalán y que ni ha condenado ni se ha desmarcado del proceso que fracasó en 2017, pero que si considera que fue precipitado porque no se contaba con el apoyo social suficiente.

Esta estrategia se reduce a un postulado muy simple: si se quiere culminar una nueva dinámica independentista con éxito, es necesario ensanchar ese apoyo, haciendo que llegue a ese 65% mágico. Para lograr ese porcentaje, la organización republicana catalana ha desarrollado desde hace años una táctica política exitosa articulada en dos vectores, con el objetivo de destruir a los partidos de la izquierda española en Cataluña, atrayendo a su base electoral, a la que considera la más predispuesta a apoyar el independentismo. Así, por un lado, ha buscado y logrado una cooperación interesada con estas organizaciones, favorecida por la actitud ambivalente del PSC, Iniciativa per Catalunya Verds y En Comun Podem.

El resultado ha sido un incremento constante de la masa electoral de los republicanos en detrimento de estos partidos. Los datos en este sentido son demoledores. En las elecciones legislativas de 2000, antes de que se pusiera en marcha el primer tripartito catalán (2003), ERC obtuvo el 5,64% (194.715 votos). En las de 2019, el 24,59% (1.015.355 votos). Por el contrario, el PSOE, en el primero de esos años y en unos comicios que no le fueron especialmente favorables (mayoría absoluta de Aznar) consiguió el 34% de los votos (1.150.533 votos); mientras que en los de 2019, donde el partido socialista resultó vencedor el 23,21% (958.343 votos).

Pero, a la vez, ha puesto en marcha otro vector, articulado sobre una dialéctica de enfrentamiento, que busca presentar al independentismo como víctima del Estado represor español, siguiendo la estela iniciada por la antigua CiU a propósito de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut, pero cuyo origen está en la actitud de su antiguo líder, Carod Rovira. Con este vector, no sólo buscan mantener el “conflicto” abierto, sino también atraer a los sectores más cercanos al nacionalismo de los partidos de la izquierda española, como ha quedado manifestado en los casos de Joaquim Nadal, Ernest Maragall o Elisenda Alemany.

La negativa del Parlament a designar a Iceta como senador se enmarca dentro de este vector, ya que constituye la excusa para romper con el Gobierno de Sánchez, buscando mantener vivo el conflicto, aumentar el sentimiento de agravio en algunos sectores de la sociedad catalana y en consecuencia aumentar su base electoral, debilitando tanto al PSOE como a En Comun Podem.

Frente a esta estrategia de ERC –que es también la de muchos independentistas–, Pedro Sánchez tiene dos opciones: La primera, encabezar un gobierno en minoría, con el apoyo de Unidos Podemos y diversas fuerzas regionalistas y nacionalistas/independentistas, que se definiría por su heterogeneidad y debilidad, y que jamás podría realizar las reformas que necesita España; favoreciendo así la estrategia de los republicanos, a la vez que debilita al PSC.

La segunda, buscar la colaboración con los partidos constitucionalistas españoles. Esta posición debería plasmarse en un gran acuerdo con Ciudadanos y PP, que implicase la entrada del primero en el Gobierno y el compromiso expreso del segundo de apoyar al Ejecutivo en todas las cuestiones territoriales, realizando una oposición responsable. El objetivo final a alcanzar por las tres organizaciones políticas sería resolver el conflicto catalán, acabando con cualquier posibilidad de que pudiera ponerse en marcha un nuevo proceso de independencia.

En una situación de crisis, es donde se refleja la diferencia entre un político y un estadista. Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Casado han demostrado que son lo primero, ahora tienen la oportunidad de convertirse en lo segundo.

Roberto Muñoz Bolaños es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad Autónoma de Madrid.

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