El 'error Gorbachov'

El penúltimo decenio del siglo XX fue un periodo decisivo que marcó el inicio de una nueva era en las relaciones internacionales y en el diseño sociopolítico de los países. En concreto, puso fin al esquema dual que había dividido la escena internacional en dos bloques, el "capitalista" y el "comunista", con un "tercer mundo" residual que agrupaba a los países no pertenecientes a ninguno de los bloques. Este esquema quebró porque después de 40 años de confrontación ("guerra fría"), el éxito y el dinamismo de los países "capitalistas" resultaron tan evidentes frente al estancamiento de los "comunistas" que los líderes de estos últimos -Unión Soviética y China- decidieron llevar a cabo reformas radicales.

Los líderes chinos, sucesores de Mao Zedong, procedieron, desde 1980, a liberalizar la economía al tiempo que mantenían la dictadura del Partido Comunista; los soviéticos, herederos lejanos de Stalin, al que habían criticado y denunciado desde 1956, no habían sin embargo intentado seriamente cambiar el sistema hasta 1985, cuando, tras asumir la secretaría del Partido Comunista, Mijail Gorbachov trató de llevar a cabo una profunda reforma política manteniendo no obstante en lo esencial el esquema económico comunista.

En un artículo de prensa no caben muchos matices, pero es claro que el experimento chino tuvo éxito y el soviético, no. Por supuesto, las transiciones china y rusa no fueron nada fáciles, como tampoco lo fue la española una década antes. Las reformas profundas nunca lo son. Los dirigentes chinos reprimieron con mano de hierro los intentos por parte de intelectuales, estudiantes y otros grupos de acompañar las reformas económicas con la democratización política, intentos que culminaron con las revueltas de Tiananmen (1989). La dictadura comunista salió reforzada y el crecimiento económico chino procedió imparable. La reforma soviética dio lugar también a serios disturbios, pero aquí Gorbachov perdió el poder en 1991 y fue sustituido por Boris Yeltsin. Este llevó a cabo una liberalización política y económica que desmembró la Unión Soviética y a la larga dio lugar a la dictadura de Vladimir Putin en Rusia. Este régimen, tras años de estancamiento y recuperación parcial, volvió en 2012 al marasmo económico y la represión política combinados con una belicosa política internacional.

¿Por qué fracasó la reforma de Gorbachov mientras la de Deng Hsiaoping, el líder de la reforma china, tuvo tanto éxito en sus propios términos? Una respuesta a esta pregunta exige algunas consideraciones abstractas. Las sociedades modernas tienen dos principales esferas de gobierno, la política y la económica. En la esfera política hay dos modelos básicos, la democracia y la dictadura. Existen varios tipos de democracia, pero todos tienen como principal característica que los equipos gobernantes se elijan periódicamente por sufragio universal. También hay diversos tipos de dictadura (unipersonales y colectivas), pero su característica básica es siempre que los gobernantes no estén sujetos a renovación por la voluntad popular; los dictadores pueden llegar al poder de muchas maneras, incluso por elección, pero una vez en él se mantienen bien por métodos expeditivos, bien falsificando elecciones. En algunos casos las dictaduras adoptan formas monárquicas, como la dinastía comunista de Corea del Norte, o se renuevan por cooptación, como ha ocurrido en algunos países africanos o latinoamericanos -Guinea Ecuatorial, Venezuela, Cuba- o el poder de designación lo ostenta un partido, como fue el caso del PRI en México o el partido comunista en la Rusia soviética, en la China actual o en Vietnam. Obsérvese, de pasada, que omitimos la dicotomía izquierda-derecha, que hoy resulta una antigualla que confunde más que aclara.

En la esfera económica hay también dos modelos básicos: la economía de mercado y la estatal. Por supuesto, entre ambos modelos hay muchas situaciones intermedias. Los extremos son puramente teóricos. No existe una economía exclusivamente de mercado: el Estado siempre interviene en alguna medida en la economía, como el gran apóstol del liberalismo económico, Adam Smith, admitió en La riqueza de las naciones. Tampoco parece posible una economía totalmente estatal, aunque la Rusia estalinista se aproximó bastante, como hoy Corea del Norte. Abundan los modelos intermedios, pero la diferencia entre uno y otro tipo de economía es bastante clara: en una economía de mercado la mayoría de las decisiones relevantes las toman las fuerzas impersonales que interactúan en él, aunque el marco institucional venga dado por la esfera política. En la economía estatal las decisiones fundamentales las toma el Estado.

Históricamente, democracia y economía de mercado ("capitalismo") se desenvolvieron juntas desde el siglo XVIII, y dictadura y economía estatal ("comunismo") también se desarrollaron paralelamente: el gran profeta del comunismo, Carlos Marx, acuñó el concepto "dictadura del proletariado". Por ser menos coercitivos, democracia y capitalismo requieren una serie de instituciones tales como la propiedad privada, la separación de poderes y el respeto a la ley, que nunca han parecido importantes a los regímenes dictatoriales. Sin embargo, la historia reciente nos muestra que los modelos políticos pueden combinarse con los económicos, de modo que las dictaduras pueden coexistir tanto con la economía de mercado como con la estatal: el caso de China es hoy el ejemplo más palmario de régimen dictatorial regentando una economía de mercado, pero el franquismo, sobre todo a partir del Plan de Estabilización de 1959, o el gobierno de Pinochet en Chile (1973-1990) son otros casos bien conocidos de dictadura coexistiendo con la economía de mercado.

¿Es también compatible la democracia con la economía totalmente intervenida por el Estado? Estrictamente hablando, no, por las razones que ahora veremos. Sin embargo, en el siglo XX se demostró que democracia y socialismo sí son perfectamente compatibles. Es más, la verdadera democracia, es decir, el sufragio universal de ambos sexos, se generalizó en los Felices Años Veinte, a la vez que el Estado de bienestar, que es la forma de economía estatal compatible con la democracia (ver Tortella, Capitalismo y Revolución, Cap. X, y Socialista a fuer de liberal en el volumen de homenaje a Carlos Rodríguez Braun). Lo que no es compatible, sin embargo, hay que insistir en ello, es la democracia con lo que podemos llamar la "economía comunista", por la sencilla razón de que ésta requiere un grado de coerción que la democracia no permite. Esto, por dos motivos: de una parte, el control de una economía nacional excede de los poderes de un gobierno parlamentario con separación de poderes y respeto a la libertad individual y la propiedad privada; de otra parte, la economía comunista ha tenido una ejecutoria poco brillante, con bajos niveles de vida, de libertad y de crecimiento económico, lo que, como vimos, movió a chinos y soviéticos a realizar reformas en la década de 1980.

Por lo tanto, si tal coyunda político económica llegara a tomar cuerpo, el gobierno que la llevara a cabo perdería indefectiblemente las siguientes elecciones: de ahí la necesidad de "dictadura del proletariado" para que pueda pervivir, siquiera sea por unos años, una economía comunista. La ejecutoria de la economía de mercado, tanto en su versión "liberal" como en su versión "socialdemócrata", ha sido históricamente, y es todavía, tan superior a la alternativa "comunista", que ésta no tiene visos de perdurar sin dictadura.

Por esto fracasó la reforma de Gorbachov, la llamada perestroika, hace algo más de 30 años. Empezó la casa por el tejado. Debió haber dado prioridad a la reforma económica, promoviendo el desarrollo de una clase trabajadora y empresarial que se comprometiera en el desarrollo de los mercados y propiciara la llegada de la democracia. Deng Hsiaoping fue más astuto: reformó la base y tuvo éxito; pero preservó el poder político del Partido Comunista Chino, que se aferró a ese poder, confirmando que capitalismo y dictadura no son incompatibles. Los españoles lo sabíamos hacía mucho tiempo.

Los rusos, por su parte, hicieron una revolución democrática, pero las instituciones fallaron. La sociedad no estaba bastante madura para la transición. Los verdaderos demócratas rusos -Chubais, Gaidar, Nemtsov, Politkovskaia- nunca realmente alcanzaron el poder; su lugar fue ocupado por oligarcas y mafiosos. La democracia rusa, privada de una sociedad y una economía pujantes, se marchitó antes de florecer. Las víctimas de este fracaso se cuentan por millones, aunque la palma del martirio se la llevan los ucranianos. En segundo lugar en la lista de damnificados está el pueblo ruso, cómplice, pero también víctima de Putin. Y en tercer lugar estamos todos los demócratas del mundo, que añoramos ya la guerra fría, y lamentamos el error Gorbachov. Nos preguntamos si él es consciente de las consecuencias de ese error y lo lamenta también.

Gabriel Tortella y Clara Eugenia Núñez son historiadores y economistas. Entre sus numerosas publicaciones, son coautores de El desarrollo de la España contemporánea (Alianza) y Para comprender la crisis (Gadir).

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