El error Kosovo

La Unión Europea, y España dentro de ella, están a punto de cometer un error de notables proporciones con el reconocimiento de la independencia de Kosovo. Un Estado inviable está a punto de nacer como consecuencia de una decisión no explicada de la UE que solamente puede entenderse por el influjo de la posición de Estados Unidos ante los conflictos etnonacionalistas en Europa.

Estados Unidos sí puede tener argumentos complementarios para asumir la independencia de Kosovo. La marginación del papel de Naciones Unidas en la resolución del conflicto puede convalidar su actitud en Irak. La aceptación de la secesión en Kosovo puede además avalar decisiones del mismo alcance como hipotéticos remedios a la crisis que sigue viviendo este país. La falta de reglas internacionales con que solucionar los conflictos de este tipo con que se enfrenta el mundo actual, se ajusta a las necesidades de la gran potencia internacional que ve en la vigencia de esas normas un obstáculo a su acción exterior. Lo que no se entiende es el interés de la Unión Europea en seguir esta pauta norteamericana, en asumir una vieja pulsión wilsoniana en la solución de un conflicto nacional que podía haber encontrado cauce en medios menos traumáticos que en la voladura de Serbia.

En el caso de España, la decisión de la Unión Europea resulta todavía menos comprensible. España no puede convalidar una solución para los conflictos etnonacionalistas que pase por la destrucción de los Estados existentes. Por supuesto que Kosovo es un territorio marginal en la actual vida europea y que lo que suceda allí no va a tener consecuencias en nuestro país. Serbia no es Bélgica. Pero nuestro país tiene una responsabilidad en propugnar fórmulas de pluralismo territorial y cultural como vía de solución de este tipo de conflictos. España tiene, por otro lado, en el contencioso de Kosovo preocupaciones que deben ir más allá del mantenimiento de la cohesión interna de la UE. No solamente por obvias razones de política interior. Tenemos directa relación con problemas internacionales a los que puede ser aplicable la fórmula que está a punto de entrar en juego en Kosovo. El caso del Sáhara resulta evidente. Mientras se ensayan fórmulas de autonomía para la antigua colonia española que permitan su integración en el Estado marroquí, unas fórmulas que han contado y cuentan con la visión favorable de Estados Unidos, Francia y la misma España, no parece de recibo que en el caso de Kosovo se prefiera lisa y llanamente el expediente secesionista. Una vez más, sólo los intereses y la política internacional norteamericana, fielmente secundada por Gran Bretaña y en este caso por Alemania, parecen arrojar luz sobre un escandaloso doble rasero con que medir una y otra cuestión.

Probablemente, toda la crisis de la antigua Yugoslavia ha resultado un error de la política europea. Se prefirió entonces anteponer la solución de los problemas nacionales a una eventual democratización de Yugoslavia que hubiera podido enfrentarse a esos problemas con las armas del pluralismo, la tolerancia y las lealtades compartidas. Pero ahora se pretende llevar este error al máximo, proponiendo la creación de un Estado artificial, sin justificación histórica, sin viabilidad económica, con un paro que alcanza al 63% de los albaneses y al 95% de los serbios, con un déficit comercial en el 2005 que representaba el 125% del PIB, un territorio sobre el que se calcula pasa el 80% del tráfico de heroína de Europa y que es el lugar de instalación preferido de los clanes mafiosos albaneses. Solamente los formidables recursos de su subsuelo, acaso no del todo ajenos a la dominante actitud occidental ante la cuestión, hacen prever un rayo de optimismo en un espacio en que dos tercios de la actividad económica está ligada a una agricultura rudimentaria. Datos todos ellos que dibujan el escenario adecuado para un Estado fallido antes de nacer.

Hay que insistir en la lejanía de Kosovo, como la de Montenegro, para influir en los problemas internos de la Unión Europea. Pero, con todo, no puede justificarse una decisión que solamente puede dificultar el proceso de integración del viejo continente. Se trata de un camino que mañana puede abrirse paso en el propio corazón de Europa, con el contencioso belga. Es de suponer que en este caso aumentará la prudencia de las potencias europeas y que la política norteamericana hacia Europa habrá de sufrir una rectificación. Pero ello no hará sino explicitar el criterio de los dobles raseros políticos y morales con que afrontar las eventuales crisis internacionales con ocasión de conflictos etnonacionalistas.

Andrés de Blas Guerrero, catedrático de Teoría del Estado en la UNED.