El error Pedro Sánchez

El error Pedro Sánchez

En este intersticio de cambio de década, en el que la llegada del nuevo año puede prohijar el advenimiento de un Gobierno Sáncheztein conformado por socialistas, neocomunistas y separatistas que aboque a la destrucción del régimen constitucional que ha provisto a España de sus cuarenta mejores años de libertad y bienestar, cobra plena vigencia un memorable artículo de Ortega y Gasset. Se publicó hace 89 años bajo el expresivo título para la época de El error Berenguer y supuso una acre filípica contra la designación del jefe del Cuarto Militar de Alfonso XIII como sucesor del también general Primo de Rivera como presidente del Gobierno. Al saber del gran filósofo, ese disparate acarrearía el fin del sistema proclamando con un seco y rotundo aldabonazo: «Delenda est Monarchia». Lo hizo al modo de Catón el Viejo, quien remataba sus discursos en el Senado con «Carthago delenda est». No obstante, la vida no le dio al austero político y militar para ver satisfecho su anhelo; Ortega, por contra, sí fue testigo del cumplimiento de su profecía.

En el arranque de su pieza periodística, el erudito aclaraba que no trataba de juzgar un error de Berenguer, sino que el escogido por el monarca era un error en sí mismo. Tamaño despropósito trascendía los límites de una equivocación individual y quedaría inserto en la historia de España. «La normalidad que constituía la unión civil de los españoles», diagnosticaba, «se ha roto. La continuidad de la historia legal se ha quebrado. No existe el Estado español. ¡Españoles: reconstruid vuestro Estado!».

En esta encrucijada, hay que colegir igualmente que, con la perspectiva del año y medio de inestabilidad política en el que el actual presidente en funciones se ha convertido en el principal factor desencadenante de la misma desde que se aupó al mando del PSOE, Noverdá Sánchez constituye un error en sí mismo. Tras conducirse por las líneas rojas que se comprometió a no saltar, está a punto de consumar un dislate de consecuencias irreparables para España en lo que hace a su libertad y a su integridad territorial.

Mucho se ha especulado, desde Pascal en adelante, sobre cómo habría discurrido la historia del mundo si la nariz de Cleopatra hubiese sido más corta. Pero lo que es seguro es que, cuando Susana Díaz buscó a Pedro, «no vale, pero nos vale», para que le guardara el despacho principal de Ferraz, pocos vislumbraron que el interino pudiera trastornar así el porvenir de España. Al tiempo, ha rendido a quienes trataron de descabalgarlo y que hoy pordiosean a su puerta de la forma obscena que exterioriza la destronada Reina del Sur para seguir viviendo de la política.

Con todo el poder en su puño, el doctor Sánchez, ¿supongo?, se abraza temerariamente para su investidura a declarados detractores de los principios que defendió en campaña y que jalonan la historia del PSOE desde la restauración democrática, siendo el partido que más tiempo ha gobernado en estos años y ser clave en la elaboración de la Carta Magna. Es como si retornara a aquel pretérito imperfecto de aquella II República carente de demócratas y contra la que conspiró abiertamente un sector de aquel PSOE hasta desangrarla mediante un choque entre totalitarismos que se retroalimentaban hasta devenir en la tragedia de la Guerra Civil.

Sánchez capitula implorante ante una ERC con 13 escaños que, suprarrepresentada por una norma electoral que engorda a los nacionalistas, decide la suerte de los españoles por expresa voluntad de quién está dispuesto a ser presidente poniendo en almoneda una nación secular. Evoca la traición del conde don Julián, gobernador godo de Ceuta. Para vengarse de Don Rodrigo, franqueó a los árabes el paso del Estrecho en el año 711, abriendo las puertas a siete siglos de invasión y personificando la felonía, pese a que Juan Goytisolo lo reivindicara en una novela con la tesis de que la auténtica libertad consiste en vender a la patria.

Si aquella traición condal dio pie a que Zorrilla escribiera su drama histórico El puñal del godo, el entreguismo de Sánchez le vale tener página propia en la deshecha historia de España al querer culminar los planes de Zapatero que supeditó el PSOE a un PSC que le marca el rumbo desde su Pacto del Tinell con ERC para erigir president a Maragall. Poniendo fin a sus disimulos como alcalde de la Barcelona cosmopolita de 1992, éste se adentró aceleradamente por la senda del impune sátrapa Pujol, al que todos sus saqueos le han salido gratis. Si González le libró del saqueo de Banco Catalana, ahora Sánchez, mediante la administración tributaria, deja prescribir sus delitos fiscales. Pocos ejemplifican que la patria puede ser el refugio de los canallas como quien, tras borrar a Tarradellas, se entronizó padre padrone de Cataluña y cuasi perenne español del año, consagrando un inaccesible estado de perfección.

Con el silencio cómplice de su partido, Sánchez se encamina por una deriva suicida. A este respecto, suena a sorna rememorar sus palabras –días antes de las elecciones del 10-N– negando un Gobierno de coalición con Podemos: «¿Os imagináis esta crisis en Cataluña con la mitad del Gobierno defendiendo la Constitución y la otra mitad, con Podemos dentro, diciendo que hay presos políticos y defendiendo el derecho de autodeterminación?». O aseverando que respetaría la Constitución. Pues ahora, no sólo tendrá dentro a los que le producían insomnio, sino que la llave del Gobierno se la entrega a una formación secesionista, cuyo líder máximo ha sido condenado por sedición al capitanear un golpe de Estado en Cataluña.

Poniendo del revés el óleo velazqueño de Las lanzas, que rememora la toma de Breda por el genovés Ambrosio de Spinola al servicio de la Corona española, al sojuzgar a Justino de Nassau, de la casa de Orange, Sánchez se hace tributario de esos reos a los que ayuda a salir de su reclusión, pese a anunciar que volverán a repetir su asalto a la democracia en cuanto les pete. Cautivo de su apoyo parlamentario, el candidato de la Triste Figura quedaría paradójicamente en régimen de libertad vigilada de Junqueras con el Parlamento como cárcel sin barrotes y con La Moncloa como casa de papel.

En esa circunstancia tan anómala con la que Sánchez está dispuesto a transigir, ¿cómo las instituciones europeas van a condenar a aquellos cuyos delitos no sólo legitima el Gobierno de esa nación, sino que lo hace depositario de su destino? Este es el error Sánchez del que la historia hablará y al que maldecirá si no rectifica drásticamente. Si a Trump se le plantea un proceso de destitución –un impeachment– por cómo fue elegido, ¿qué decir del modo en que puede serlo Sánchez y las consecuencias irreversibles que tendrá para la nación que preside?

Avenirse con quien se regodea de su deslealtad es olvidar la sustancia de las cosas. Sobrevendrá a lo que al jardinero de las Historias del señor Keuner, de Bertolt Brecht, quien le confió su podadora para que recortara un arbusto de laurel y lo torneara esféricamente para mejor ornamental. Pero, cuando se excedía en los cortes por un lado, buscaba nivelarlo sin éxito por el otro, hasta obtener una ridícula figura. Al ver la chapuza, el floricultor le inquirió: «Pero, ¿qué ha sido del laurel?».

Con las tijeras en mano de podemitas y soberanistas, se desfigurará la Constitución hasta hacerla irreconocible. De hecho, ya se distingue en estos prolegómenos de la negociación una patente invasión en la independencia judicial del modo indisimulado que se ha constatado en el fallo del Tribunal Supremo sobre el golpe de Estado del 1-O. El Gobierno le puso al TS un estribo para que se apease de la condena por rebelión y ahora trata de ofrecerle otro, a través también de la Abogacía del Estado, para ayudarle, como desliza la vicepresidenta Calvo, a bajarse del todo del caballo. Aprovecha que el Tribunal de la Unión Europea estima de modo sorprendente que Junqueras goza de inmunidad, que no impunidad, aunque fuera elegido eurodiputado cuando se le juzgaba por sus graves delitos.

Añádanse las sombras que se ciernen sobre un Tribunal Constitucional que puede retornar a las andadas de cuando habilitó las concesiones de Zapatero a ETA. Ello fue así hasta el extremo ominoso de legalizar el brazo político de la banda terrorista tras sendas sentencias en contra del Tribunal Supremo y del de Estrasburgo, quien estimó que no puede pedirse a un Estado que no se salvaguarde de sus enemigos. Sí, esos mismos a los que ahora se entrega Sánchez doblando la cerviz. Sepultando la división de poderes, se persigue la unidad de criterio de la que presumía un presidente de las Cortes franquistas, Alejandro Rodríguez Valcárcel: «En las democracias, hay tres poderes independientes; en el Régimen, hay tres funciones y un solo poder: el de Franco».

Si el otro día en estas páginas César Antonio Molina tomaba un poema de La pell de brau, sobre esa piel de toro que tanto amó ciertamente Salvador Espriu, para subrayar que «todo un pueblo no puede morir por un solo hombre», no es menos cierto que la ambición de ese solo hombre puede arrastrar a un pueblo por el despeñadero de la historia. En ningún país se encontrará un gobierno similar al que Sánchez pergeña y que prefigura una etapa en la que el procés catalán se extenderá a España entera con un País Vasco que, tras dar un rodeo, retoma el plan soberanista del ex lehendakari Ibarretxe. Lo hace de la mano de dos conspicuos socios del PSOE como el PNV, con cara de no haber roto un plato, y con EH-Bildu jactándose de haber roto la vajilla entera y de sacar rédito a sus crímenes. Entre ellos, muchos socialistas. Atendiendo a la madre Historia, mejor sería adoptar la cautela de Don Quijote que, viendo el burro venir, ya se apercibía de las patadas que pudiera propinarle el animal.

En una encrucijada pareja en dificultad a la que movió a Ortega a coger la pluma para denunciar el error Berenguer, conviene tomar del sabio el consejo y trasladar al conjunto de la ciudadanía, frente a los propagandistas del «aquí no pasa nada», aquella misma invocación: «¡Españoles, vuestro Estado no existe! ¡Reconstruidlo!». Desgraciadamente, como dijo aquel gran conocedor del alma española, el ser humano no agradece tanto que alguien le evite un mal como que precisa retorcerse de dolor para corresponder a quien lo sana. Entre tanto, el carácter circular de la Historia hace que España repita sus pasos en falso cambiando los apellidos de quienes los guían: Del error Berenguer al error Sánchez.

Francisco Rosell, director de El Mundo.

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