El 'error Zapatero'

En noviembre de 1930, José Ortega y Gasset publica en 'El Sol' el famoso artículo titulado 'El error Berenguer', que se cerraba con el «Delenda est monarchia». No se trataba de que el general Berenguer hubiese cometido este o aquel error en la difícil coyuntura de 1930, o de que el monarca se hubiera equivocado al designarle. El error era él mismo, convertido en símbolo de la impotencia del régimen en la coyuntura agónica de 1930.

Siguiendo otro camino, un título análogo puede ser asignado al presidente Zapatero, a la vista de la presentación que acaba de hacer de su balance político, con una apariencia de reconocimiento de errores incluida. El problema no reside en que haya cometido errores, cosa perfectamente explicable, sino que en la forma que contempla su propio pasado y dibuja los perfiles de su actuación futura en las grandes cuestiones cabe apreciar la confirmación del rasgo más significativo de su perfil político, lo que llevó a su amigo Suso de Toro a calificarle de bulldog. Es incapaz de cambiar la política previamente adoptada, y pase lo que pase, aun cuando haya sido el mayor disparate, permanece aferrado a ella como el perro citado al cuello de su presa. En realidad, no mira hacia atrás, porque cree haberlo hecho todo bien. Confía en su 'equipo de cerebros', más bien a estos efectos de publicitarios de la política, para que desde una pura y dura estrategia permanente de márketing, elaboren una explicación amañada de lo sucedido y la opinión pública acepte la versión que le sea más favorable. ¿Los resultados de esta forma de hacer política? A Zapatero le importan los electorales. Si a medio o a largo plazo sobrevienen catástrofes, ya se sabe, quién puede prever el futuro. Otros serán los responsables y los afectados.

Los trazos negros del retrato no implican que Zapatero sea un insensato ni que carezca de inteligencia. Es un hombre muy hábil a la hora de evaluar las distintas opciones de cara a un objetivo siempre muy definido, el propio poder, que automáticamente identifica con el interés del país. Esa simplificación del horizonte político le ha servido a lo largo de su vida política para centrarse en la maniobra, una capacidad forjada en sus años de hombre de 'aparato', y que refuerza con un sentido muy claro de la disciplina, entendida de cara al otro como exigencia de que sus decisiones sean aceptadas sin reservas. Recibió un partido fragmentado y ha sabido rehacer una cohesión casi leninista, sin la más mínima fisura. Nadie es capaz de pensar por su cuenta, si ello supone el más mínimo roce con lo que en tiempos de Stalin solía llamarse «la línea general». Y esto durará mientras sigan ganándose elecciones. Es una importante baza, sobre todo cuando el núcleo de las relaciones políticas es para él un enfrentamiento permanente con el adversario (actitud que éste reproduce a mayor escala si cabe).

El balance presentado el 28 de diciembre ilustra perfectamente las estimaciones anteriores. En general, gracias a su presidencia, todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos. Realmente, el Gobierno ha desarrollado políticas eficaces y progresistas en diversos sectores, y por consiguiente sólo sobra el triunfalismo en el campo económico, teniendo en cuenta lo que está gestándose a nivel mundial y el reciente empeoramiento de los indicadores. No es en la gestión de Solbes, ni en la de Alonso, ni en la de Caldera, y así podrían irse citando otros ministerios (los de Fomento y Educación no, por cierto), donde deben ser buscados los 'errores'. Los dos citados por Zapatero son en cambio una prueba de su voluntad de manipulación y, en el plano subjetivo, de cinismo. Respecto del fracaso registrado con el AVE en Barcelona, no basta con decir que los ciudadanos tienen derecho «a que se reconozcan los errores». Los errores ya los ven y sienten en casos como éste, no son idiotas. En una democracia tienen derecho a que los errores sean explicados. Y de esto, Zapatero, nada. Peor aún es la mención de su 'error' de hace un año al prometer un año mejor ante el terrorismo de ETA. No se trataba de un error, sino de un diagnóstico equivocado, y lo importante sería saber sobre qué datos apoyaba su profecía y por qué siguió empecinado en el verdadero error, y en el engaño consiguiente a la opinión, sobre la ya falsa tregua de ETA. Ese 'error' es el que Zapatero debía esclarecer, y no lo ha hecho. Ni lo hará nunca.

¿Por qué? La respuesta se encuentra en las previsiones políticas para el curso poselectoral. La guerra contra el PP seguirá. «El PP ha roto el pacto de no hacer política con el terrorismo», justifica, olvidando que fue él desde un principio quien decidió un viraje hacia la negociación en la política ante ETA, sin contar con el PP, como el Pacto habría exigido por aquello del «diagnóstico común». Otra cosa es que la crítica popular, 11-M incluido, justificara luego las vías separadas, que Zapatero mantendrá a cualquier precio.

No hay análisis del pasado ni del presente al proponer la futura política de alianzas. Contra el PP, «entendimiento con CiU y PNV». Las palabras no le importan, dice. La comprensión de los hechos debe repugnarle si va contra su aspiración presidencial. ¿Qué estabilidad piensa Zapatero alcanzar en España con un partido que está dispuesto a oponerse referéndum en mano a la resolución del Constitucional si no le gusta, y con otro que pone en marcha un procedimiento que, si tiene éxito, equivale a dinamitar la Constitución, y entretanto se convierte en inesperado bastión de los brazos políticos de ETA, en misericordioso protector de los terroristas encarcelados y en agente de deslegitimación del Estado de Derecho? Zapatero ya ha escrito que de las ideas no puede salir una política. Ahora comprobamos que del examen de una realidad clamorosa, tampoco. Todo sea por eternizarse en el cargo (para lo cual la única razón serían la deriva derechista del PP y las enormes limitaciones políticas de Rajoy). De ahí que sea lícito hablar del 'error Zapatero'.

Antonio Elorza