Uno de los errores de interpretación más habituales que cometen los dirigentes europeos respecto de la hostilidad del presidente estadounidense Donald Trump hacia los aliados tradicionales de Estados Unidos o la prontitud con que su gobierno se ha lanzado a demoler el orden internacional es suponer que nada de esto sucedió antes. Todo lo contrario.
“Mi filosofía es que todos los extranjeros quieren jodernos, y nuestra tarea es joderlos a ellos antes”. Es lo que sostuvo en 1971 John Connally, entonces secretario del Tesoro de los Estados Unidos, como parte de su exitoso intento de convencer al presidente Richard Nixon de que era hora de castigar a Europa abandonando el sistema de Bretton Woods.
Sin duda Trump también coincidiría con que “puestos a elegir entre los requisitos de un sistema internacional estable y la conveniencia de conservar la libertad de acción para la política nacional, varios países, entre ellos Estados Unidos, eligieron bien y optaron por lo segundo”. Lo dijo Paul Volcker, entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York, refiriéndose a la decisión de Nixon en un discurso que pronunció siete años después. El futuro presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos declaró además que una “reducción controlada de la integración de la economía mundial [era] un objetivo legítimo para los ochenta”.
Lo que distingue la situación actual de la que enfrentaba Europa en los setenta es la implosión a lo Weimar del centro político europeo. En los setenta, el ataque financiero de Estados Unidos contra Alemania, Francia y Gran Bretaña (por ejemplo, mediante la flotación del dólar) encontró del otro lado un establishment europeo unido. En cambio, los defensores actuales del statu quo europeo tienen que pelear en dos frentes: contra las incursiones de Trump y, dentro de Europa, contra gente como Matteo Salvini y Luigi di Maio, estrellas en ascenso de la política italiana a quienes el asediado presidente prosistema del país negó el derecho a formar gobierno, a pesar de haber obtenido la mayoría parlamentaria.
El anuncio estadounidense de imposición de aranceles a las importaciones de acero y aluminio pareció ir dirigido a China, pero también fue la última señal a Europa de que hay que tomarse en serio la retórica de “Estados Unidos primero” de la administración Trump. Después llegó la retirada estadounidense del acuerdo nuclear con Irán, que dio a Trump otra oportunidad espléndida para regodearse con la impotencia de Europa, y en particular la de la canciller alemana Angela Merkel.
Obligada a insistir en que Alemania (el país más poblado de la Unión Europea y su mayor economía) mantendrá el acuerdo, Merkel sufrió una humillación inmediata cuando empresas alemanas comenzaron a abandonar Irán una tras otra. Ninguna quería desafiar el poder financiero de Estados Unidos o renunciar a las rebajas impositivas que Trump entregó a casi 5000 empresas alemanas con un balance combinado de 600 000 millones de dólares. Y antes de que Alemania terminara de encajar el golpe del acuerdo nuclear, Estados Unidos amenazó con imponer un arancel del 25% a las importaciones de autos, que quitaría al menos 5000 millones de dólares al año a los ingresos de los exportadores alemanes.
Pero por más graves que sean estos reveses, la magnitud de los problemas de Alemania sólo puede apreciarse una vez comprendido su vínculo causal con lo que sucede en Italia.
Así como el objetivo de Trump es derribar el sistema mundial del que Alemania se benefició durante décadas, Salvini y di Maio ven la desintegración del euro como un hecho deseable y una enorme ayuda en su campaña contra la inmigración. Hace sólo tres años, cuando yo estaba negociando en nombre de Grecia con el gobierno alemán para poner fin a la combinación de préstamos insostenibles e hiperausteridad que todavía aplasta a mi país, advertí a mis interlocutores en una reunión del Eurogrupo de ministros de finanzas de la eurozona:
“Si insisten en políticas que condenan a poblaciones enteras a una combinación de estancamiento permanente y humillación, pronto no tendrán que vérselas con izquierdistas proeuropeos como nosotros, sino con antieuropeístas xenófobos que sienten que su misión es desintegrar la Unión Europea”.
Es precisamente lo que está sucediendo ahora. Al vetar muy necesarias reformas de la UE, los sucesivos gobiernos de Merkel garantizaron la fragmentación europea. Ahora los medios alemanes del establishmentse refieren al economista italiano cuya designación como ministro de finanzas fue vetada por el presidente como “el Varoufakis de Italia”. Pero ese apodo oculta una diferencia fundamental: yo quería mantener a Grecia en la eurozona en forma sostenible, y me enfrentaba a la dirigencia alemana para conseguir la reestructuración de deudas que lo hiciera posible. Cuando en 2015 Alemania aplastó a nuestro gobierno europeísta, sembró las semillas de la cosecha amarga de hoy: una mayoría parlamentaria en Italia que sueña con abandonar el euro.
El vínculo causal entre los dos problemas políticos a los que se enfrenta Alemania tiene una base económica. Hay algo que Trump comprende muy bien: Alemania y la eurozona están a su merced, porque dependen cada vez más de grandes exportaciones netas hacia Estados Unidos y el resto del mundo. Y esta dependencia es un resultado inexorable de las políticas de austeridad que primero se probaron con Grecia y después se implementaron en Italia y otros lugares.
Para ver el vínculo, basta recordar el “pacto fiscal” para la eliminación del déficit presupuestario estructural, en el que Alemania insistió como condición para aprobar el rescate de gobiernos y bancos en problemas. Luego, observar que el plan paneuropeo de austeridad tuvo lugar en un contexto de exceso de ahorro y falta de inversión. Finalmente, que la combinación de ese enorme exceso de ahorro y equilibrio fiscal implica necesariamente grandes superavits comerciales, y con ellos, una creciente dependencia de Alemania, y de Europa, de exportaciones netas masivas hacia Estados Unidos y Asia. Es decir, las mismas políticas incompetentes que llevaron al ascenso de un gobierno italiano xenófobo y antieuropeísta también reforzaron el poder de Trump sobre Merkel.
La incapacidad de Europa para poner en orden sus asuntos engendró una nueva mayoría italiana con planes de expulsar a medio millón de migrantes, lo que daría nuevos bríos al racismo combativo en Hungría, Polonia, Francia, Gran Bretaña, Países Bajos y, obviamente, Alemania misma. En tanto, con una Europa demasiado debilitada para frenar a Trump, Estados Unidos intentará obligar a China a desregular sus sectores financiero y tecnológico. Si lo consigue, al menos el 15% del producto nacional de China saldrá eyectado del país, lo que contribuirá a las fuerzas deflacionarias que están engendrando monstruos políticos en Europa y Estados Unidos.
Todo esto era predecible: y de hecho, fue predicho. Así que nadie puede declararse sorprendido por la situación en la que hoy están Merkel y Europa. Pero sólo un idiota peligroso la festejaría.
Yanis Varoufakis, a former finance minister of Greece, is Professor of Economics at the University of Athens. Traducción: Esteban Flamini.