El español de Julián Castro no tiene nada de malo

El español de Julián Castro no tiene nada de malo
Ilustración de Selman Design; fotografía por Isaac Brekken para The New York Times

El problema con el español de Julián Castro no se trata de si solo habla inglés, si usa las preposiciones incorrectas o si alterna entre la pronunciación inglesa o española cuando habla. De hecho, no hay ningún problema con el español de Castro, salvo por el prejuicio en contra de los hispanohablantes latinos.

Sin embargo, conforme se acerca la segunda ronda de debates presidenciales del Partido Demócrata que se celebrará el 31 de julio, seguramente leeremos la frase “no habla español con soltura” en los artículos sobre Castro.

Para alguien que tiene la reputación de ser monolingüe, Julián Castro tiene muy arraigada la costumbre de hablar español. Cuando dijo: “Yo soy candidato para presidente de los Estados Unidos”, hizo historia al anunciar su candidatura no solo en inglés, sino también en español. Usó el español en su declaración final durante el primer debate demócrata. Y también lo empleó durante la Convención Nacional Demócrata de 2012, cuando solo era una posibilidad entre los pronósticos más excéntricos. A Castro le fue bien cuando la periodista mexicoestadounidense Lucía Navarro le pidió que pasara del inglés al español.

Sin embargo, mientras que otros candidatos como Beto O’Rourke, Cory Booker, Pete Buttigieg y John Hickenlooper fueron reconocidos por hablar en español, sin tomar en cuenta las críticas ocasionales por complacer a los electores hispanos, la relación de Castro con la lengua española ha sido analizada en detalle. Mucho antes de que hiciera su anuncio formal, Castro fue objeto de análisis y críticas por su español, por sus motivaciones y por si podía ser considerado latino. Algunos expertos insinuaron que el español de O’Rourke, a quien le gusta cambiar de idioma en medio de sus discursos, era mejor.

Algo que distingue a Castro de los otros candidatos presidenciales es que actualmente es el único candidato latino. Y, aunque aspirar a la presidencia es una empresa que solo otros tres políticos latinos han acometido —Bill Richardson, Ted Cruz y Marco Rubio—, el escrutinio de la habilidad lingüística de Castro quizá les resulte familiar a muchos estadounidenses de ascendencia latina.

A menudo veo esta diferencia entre quién es elogiado y quién es criticado por hablar español en mi trabajo como profesor universitario de español. Nuestro modelo de enseñanza de idiomas está diseñado para individuos como O’Rourke y Buttigieg. Celebramos y promovemos el éxito de personas bilingües de élite, estudiantes cuya primera lengua normalmente es el inglés. Enseñarles idiomas a las personas monolingües está muy bien (de hecho, así es como me gano la vida). Es refrescante ver a los políticos como modelos positivos por aprender un segundo idioma.

En contraste, los inmigrantes y la gente morena o de raza negra se sitúan en los márgenes de la enseñanza de idiomas como bilingües minoritarios. En vez de aprovechar su multilingüismo, nuestros sistemas escolares los envían a programas de enseñanza del inglés como segunda lengua, a menudo más tiempo del necesario. Los profesores de idiomas tienen parte de la responsabilidad.

Tradicionalmente hemos puesto más énfasis en las conjugaciones correctas de los verbos que en las prácticas lingüísticas de las comunidades hispanohablantes. Cuando los Castro de nuestros campus se inscriben en clases de idiomas, a menudo terminan en cursos diseñados para estudiantes anglófonos. O peor aún, cuando toman cursos anunciados como clases de idioma para descendientes de hablantes nativos, la enseñanza a menudo menosprecia el español que hablan los latinos que viven en Estados Unidos como un dialecto conversacional, informal o incluso inculto. Es un área que debemos mejorar.

Además, el mismo Castro ha declarado en repetidas ocasiones que no habla español con fluidez. Habló del tema por primera vez cuando se proyectó como una figura pública a los 35 años siendo el alcalde de San Antonio; luego volvió a hacerlo en su libro de memorias An Unlikely Journey: Waking Up From My American Dream (2018) y en otras apariciones en los medios. No tengo problemas al momento de creer que es sincero en su autoevaluación porque he escuchado a muchos estudiantes con historias de vida similares que también describen su dominio del idioma en términos negativos.

La verdad es que términos como “fluidez” y “bilingüe” tienen poco significado porque son ambiguos y subjetivos. Cuando los latinos describen su español como sin fluidez o que no es suficientemente bueno, a menudo se debe a que han internalizado la idea de que el español hablado, por ejemplo, en el vecindario West Side de San Antonio es inferior al español hablado en Madrid, Bogotá o Puebla. Pero, para mis oídos, todas las variedades del español son igual de válidas.

En vez de analizar la precisión de la percepción de Castro sobre su destreza como hispanohablante, me parece más útil enfocarme en por qué las minorías lingüísticas suelen subestimar su dominio del idioma.

En lo alto de esta lista se encuentra la sensación de pérdida asociada con la asimilación lingüística forzada. Castro ha hecho una descripción vívida de la manera en que los profesores de su madre le borraron el español a golpes. Cuando esto ocurre no solo se pierde un idioma ; también pierdes el capital social y cultural representado por la lengua, así como el orgullo por tu legado lingüístico.

También existe la fastidiosa suposición de que la identidad latina va de la mano con el dominio del español, una presunción que a menudo surge dentro de la misma comunidad latina. Castro ha denunciado la trampa ideológica de mezclar el idioma y la identidad. En su núcleo, la creencia de que ser latino implica hablar español forma parte de la ideología de suma cero que percibe los idiomas distintos del inglés como “no estadounidenses”. Cuando damos por hecho que ser latino significa hablar español, básicamente estamos haciendo una suposición racial: pareces hispano, así que debes hablar español.

Desde cualquier perspectiva que se analice, hablar y preservar el idioma español es importante para las comunidades latinas en Estados Unidos. No obstante, el panorama lingüístico de la población latina es complejo. Aproximadamente tres cuartas partes de los latinos hablan por lo menos un poco de español. Para muchos, sobre todo a partir de las terceras generaciones, el idioma dominante es el inglés o solo hablan inglés, pero no por eso son menos latinos.

Lo que hace que Castro sea latino no es el hecho de que hable español. Es su experiencia e historia compartidas con la comunidad latina, incluida la curiosidad pública tan arraigada sobre su relación con el español. Pocas comunidades de estadounidenses de tercera generación sienten la misma presión para hablar el idioma de sus abuelos como los latinos. Sin embargo, en vez de celebrar el legado lingüístico de Castro y su compromiso con reconectarse con él, así como admiramos a Buttigieg por ser políglota, seguimos vigilando muy de cerca si Castro habla español y si lo hace bien.

Quizá toda esa atención tendría sentido si Castro no hablara español. Solo que, si me lo preguntan, puedo confirmar que sí lo habla.

Roberto Rey Agudo es director del programa de idiomas del Departamento de Español y Portugués en Dartmouth College y fue becario de Public Voices en 2018 con el OpEd Project.

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