El español es la única lengua libre de España

Condicionadas por la fortuna, las lenguas pueden morir antes de nacer, a poco de nacer, de mayores o de viejas. La mayoría quedan relegadas a funciones comedidas mientras sólo unas pocas consiguen acaparar la cultura, la tecnología y la economía. Y menos mal, porque es la manera de contribuir a un mejor entendimiento. También son muy pocas las personas que alcanzan fama y fortuna.

Hasta la llegada del latín a la península en el 218 a. C. las principales lenguas fueron el íbero y celtíbero. Esas, y otras muchas, desaparecieron eclipsadas por el habla de los conquistadores, que fue también la del comercio, del urbanismo, de la arquitectura, de las calzadas, de los teatros, de los coliseos, de las termas… Y se instaló de tal manera que desde entonces y hasta hoy, digámoslo con una pequeña astucia, estamos hablando latín.

La lengua imperial había nacido en el Lacio, en boca de pastores rústicos a quienes se les ocurrió fundar la ciudad de Roma sin tener ni idea de la que iban a liar. Que llegaran a ocupar los dominios habitables de entonces (que más lejos no les interesó llegar) no parece una casualidad, sino el resultado de la inteligencia de un pueblo capaz de organizarse. Y acabaron cuando ya no les quedaban territorios que conquistar. Se contrariaron, se relajaron y desapareció el Imperio, pero no el latín. Corría el siglo IV de nuestra era. Por entonces la lengua de Cicerón dejó de depender de Roma, ni de nadie, cada cual se puso a hablar como le vino en gana.

Y vinieron los pueblos germánicos y se hicieron cargo de los despojos imperiales. Nos tocaron los suevos, los vándalos y los alanos, pero nada cambió en cuanto a la lengua porque ellos también habían abandonado las suyas a favor del latín, que daba más caché, y mejor servicio.

Un nuevo impulso, la guerra santa, vino a devastar buena parte del antiguo imperio. El afán de islamización arrasó Oriente Medio, el norte de África y la península ibérica. El latín desapareció en buena parte de sus dominios a favor de la lengua del Corán, que podría haber eclipsado también al latín de la península si los musulmanes no hubieran retrocedido a los impulsos de los reinos cristianos del norte. La lengua de los califas y sus seguidores fue el árabe, lengua culta y deseada incluso por los pueblos latinizados. A la del pueblo ocupado, ya distante del latín, se le llamó mozárabe. Los romano-visigodos de los territorios ocupados que quisieron medrar lo hicieron en lengua árabe, que fue durante siglos el código del acomodo y del progreso.

Podría haber surgido una reconquista de poder único, y tal vez el latín habría rectificado sus desviaciones para seguir siendo una sola lengua, pero nacieron seis, y en el parto murió el idioma de Tito Livio a la edad de dieciocho siglos. La desigual repartición territorial de los dialectos del Imperio y el avance de unos y otros reinos desarrolló las influencias.

Fueron los castellanos, grupito de pastores que hablaban un latín machacado por los siglos con acento vasco, quienes dieron vida a un dialecto que, como el latín, iba a conquistar el mundo en la mochila de los ejércitos y de los conquistadores del Nuevo Mundo. También podrían haber sido los herederos de don Pelayo los de mayores éxitos militares, en cuyo caso todos hablaríamos asturiano. Podrían haber liderado igualmente la reconquista los continuadores de Pedro I de Aragón, y tal vez hablaríamos todos aragonés, o bien la otra lengua de su reinado, el catalán.

El hecho es que el castellano se hizo con el prestigio que antes había tenido el latín, o el árabe, y sedujo a los hablantes de gallego, que no a los de portugués, empañó a los de asturleonés y navarro-aragonés y atrajo a los de catalán y valenciano, que hicieron de la lengua de Castilla la lengua útil para el comercio, el urbanismo, las obras públicas y otras actividades.

La lengua española es la heredera de la gesta del latín. No hace falta demostrarlo. Basta el reconocimiento de quienes lo hablan o aprenden en el mundo. Sin el español, lo sabemos, gente que habla catalán o vasco quedaría incomunicada, pero como está de moda poner en cuestión lo evidente, no nos importa negar la realidad a favor de turbios intereses.

Los hablantes de catalán heredan también otra lengua indispensable, y los que hablan vasco o bretón o galés y así hasta cuarenta más, todas ellas europeas. Nunca una lengua en contacto con otra que le sirve para ampliar horizontes recuperó su independencia. Por eso hay que decir claro y con fuerza que la única lengua libre de España es esta en que escribimos. Todas las demás sobreviven con la condición de que sus hablantes conozcan, dominen y se sirvan ampliamente del español o castellano.

Rafael del Moral es sociolingüista y autor del Diccionario Espasa de las lenguas del mundo, Breve historia de las lenguas, Historia de las lenguas hispánicas y Las batallas de la eñe.

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