El español sentado

Mi liberada:

Un niño de dos años ha caído en un pozo. El domingo 13 de enero, a las cinco de la tarde, la Guardia Civil informa a los medios: "Hola a todos. Sobre las 14.00 horas se recibió un aviso del 112 que informaba de la caída de un menor de 2 años por un agujero en la zona del Dolmen del Cerro de la Corona, en el término de Totalán [Málaga]. Se trata de un orificio de prospección para buscar agua, de diámetro pequeño y de bastante profundidad. Está activado un dispositivo de rescate. Por parte de la Guardia Civil se ha activado el Equipo de Rescate e Intervención en Montaña entre otros efectivos". La tragedia ha sucedido otras veces. El pozo es un clásico de los terrores de la infancia. Como a todo lo que llamamos suceso es llamativo. Aunque también es llamativo, por ejemplo, el caso del niño de tres años que murió la noche de Fin de Año en Gijón, atragantado por una uva, y cuyo sudario de palabras duró un día. En la comunicación de la Guardia Civil hay una palabra clave: rescate.

El español sentadoAyer, trece días después de la caída, cerca de la una y media de la madrugada, un par de mineros y un guardia civil sacaron al exterior el cadáver del niño. A lo largo de esos días los medios habían dedicado al asunto una atención que es difícil de describir. Destacaron la televisión y las webs noticiosas, es decir, los medios que podían tratar el asunto en directo y con imágenes. Basten dos ejemplos. El viernes 25 Antena 3 dedicó al caso los 40 minutos iniciales de su telediario. No había más noticia de la que cabe en el sintagma habitual: "Siguen los trabajos de rescate". El siguiente ejemplo es de la web de este diario donde te echo las cartas. Ayer a media tarde titulaban: "65 cm para llegar a Julen". Y cuando ya los mineros estaban llegando: "Rescate de Julen: se plantean hacer más microvoladuras para llegar al niño sin causarle daños". Se observará en este titular que rescate ha completado su viaje de trece días. También la palabra daños. Y Julen, su nombre sin más. Las tres dan el rasgo clave de la gigantesca cobertura mediática de la tragedia: rescatando a un niño vivo. Escribo sin saber los resultados completos de la autopsia. Los forenses dirán de qué murió Julen. Pero cualquier alfabetizado conoce las dificultades de sobrevivir a una caída libre de 71 metros. 71 metros son 22 pisos. Hasta 25 si son bajos de techo. La improbabilidad de la supervivencia actuó desde el minuto uno, como dicen en el fútbol vigente. La notable profundidad del pozo se conoció de inmediato e incluso la Guardia Civil aludió a ella en su primer comunicado. Por lo demás, se calcula que un superhombre puede pasar cinco días sin beber. Y, sin embargo, hasta la madrugada del día 13, los medios se mantuvieron fieles a la ficción.

Dirán, ya los oigo, con su habitual melodía peripuesta y oh là là: había que respetar a la familia. (En realidad les he oído decir cosas asombrosas. Una, la más asombrosa: "Julen o la desgracia que nos hace buenos a todos". De lo que deduzco que tal vez fuera conveniente un sacrificio mensual, a lo tenochtitlánico. Y otro, que lo dice ahora, pero que da buenas razones inmobiliarias para el retraso: "No había esperanza de recuperar vivo a Julen transcurridas 48 horas, pero hubiera sido despiadado desahuciar su alma".) La del respeto será la peor de las mentiras: nada podía hacer más daño a esa familia que el batir mediático, hora tras hora, de una esperanza infundada. Ni una sola vez, como respondiendo a una conjura, los medios introdujeron en su discurso la expectativa más abrumadoramente razonable, que es que Julen estuviera muerto. Creo que en algunos lugares incluso estuvo explícitamente prohibido mencionarla. Prefirieron manejarse, no con un hecho, sino con una expectativa altamente contraria, es decir, que Julen viviera. La razón tiene poco que ver con la piedad. La piedad, mal entendida, es como mucho un efecto colateral. ¿Quién podría justificar horas y horas, y páginas y páginas, sobre el rescate de un cadáver? ¿Será necesario que me ponga a estimar ahora la diferencia que hay en términos de share entre Julen y el cuerpo de Julen? Tan solo hace un par de días, cuando el cuerpo del niño llevaba más de diez en el pozo, algunos empezaron a dar, tímidamente, alguna señal de vida inteligente: qué posibilidades hay de encontrar a Julen vivo, se preguntaban. Lo más formidable es que para contestarse incluso llamaron a los expertos.

La única expectativa razonable debía estar ausente del discurso mediático no solo por la bajada de audiencia que va de un vivo a un muerto. Era preciso seguir, además, las cláusulas del arte de hacer comedia. Ya advertía Lope sobre la cólera del español sentado y cómo podía estimularla la anticipación de las conclusiones: "Pero la solución no la permita/hasta que llegue a la postrera escena;/ porque en sabiendo el vulgo el fin que tiene,/ vuelve el rostro a la puerta, y las espaldas/ al que esperó tres horas cara a cara". Darlo por muerto, además, hubiese supuesto un derroche. Esta semana que viene se vivirán en inconmensurable directo las escenas del entierro y duelo del pequeño y las mejorará mucho que el cadáver se haya mantenido fresco.

Es indudable que en la tragedia del Cerro de la Corona han concurrido varias circunstancias que avivan el relato. Está el niño, naturalmente. Y está la recurrencia telúrica, origen de tantas pesadillas infantiles y de tantas sumisiones adultas ante la tiránica Madre Naturaleza, madrastra. Esto que explicaban con vehemencia titulares del tipo: "Ahora manda la montaña". Una vez establecida la estructura del serial, del folletín, por llamarlo con un género de raigambre periodística, las decoraciones aparecen indefectiblemente en función de las características singulares de cada suceso. En el caso de Julen, y aparte de las mencionadas, ha sido muy importante también la ingeniería. Cualquier relato de esta naturaleza ha de tener su pompa técnica. Sucede también en el noir y en el género de los juicios. Insertar en la trama complejidades especializadas agrada mucho a los bricoleurs de los hechos, que proliferan en las redes sociales, capaces de convertirse en ingenieros de minas en cuatro trastes de tuit. Los detalles técnicos ennoblecen las motivaciones del espectador corriente, por más que no comprenda una sola palabra de lo que le están contando, y actúan de rellano de las lágrimas. Pero todo eso es secundario respecto a la serialización. Serializar un hecho real es la máxima aspiración del programador. Su potencia frente a la serialización convencional de la ficción es manifiesta. Aunque a veces haya que hacer decisivos retoques para que funcione. En este caso, convertir un cadáver en un niño.

Hay que subrayar, por último, lo más duro para este oficio. Más duro que detallar sus trampas, sus renuncias, sus fingimientos, su inmarcesible buena conciencia. La premisa absoluta del serial de Julen es que sea gratuito. Ante la montaña de letras e imágenes alzada estos días es impactante pensar que el periodismo, globalmente considerado, se ha convertido en uno de esos espectáculos, ciertamente masivos, a los que nadie asistiría de tener que pagar algo por ellos. O por no exagerar: al precio de un euro, all you can eat.

Sigue ciega tu camino.

Arcadi Espada

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