El espejismo de la izquierda abertzale

Dice el refrán que quien tiene hambre sueña con pan. Y dicen que en el desierto, cuando vagas perdido más de un par de días, comienzas a ver enormes piscinas llenas de sirenas, y fuentes de las que sale agua a chorros. Agua fresquísima, por supuesto.

Pues bien: me da la impresión de que la llamada 'izquierda abertzale' (me refiero en exclusiva a la antigua HB, y a todas sus posteriores denominaciones de origen) ha vivido, prácticamente desde su creación, un gran espejismo. Un espejismo que le ha hecho ver fuentes de agua fresca allí donde no había más que piedras, y piscinas olímpicas allí donde no había más que arena.

Esta situación, que está más cerca de la paranoia que de la realidad vivida por la población, ha conducido a los dirigentes abertzales a cometer unos errores de planteamiento gravísimos. Errores que les han alejado cada vez más de los objetivos que se habían propuesto alcanzar en su acción política. Ello no les ha impedido, durante estos años y gracias a los medios de comunicación, manifestar ante la sociedad una presencia atosigante, que nada tenía que ver con su peso real en nuestras vidas. El primer error, enorme, es pensar que tras la muerte del dictador y la implantación de la democracia, 'aquí no ha pasado nada'. La forma en que se articuló la democracia tuvo defectos de fondo, defectos importantes, y todavía estamos padeciendo secuelas en algunos ámbitos por la forma en que se efectuó la transición. Pero de ahí a pensar que nada cambió es pasar directamente de la arena caliente al espejismo de la piscina. Llevan años recordándonos, con toda libertad, que aquí no hay democracia, y no se dan cuenta de que recordar eso en voz alta durante la dictadura equivalía a la cárcel.

El segundo error es haber declarado una guerra (primero al ejército, luego a los cuerpos represores, luego al Gobierno español, luego al Gobierno vasco, luego a la Administración y luego al panadero de la esquina), en la que ellos eran los únicos combatientes, sin haber medido previamente las fuerzas. Y mostrarse, con todo, que estamos en guerra sin aceptar que el enemigo declarado dispone de medios poderosísimos que no ha utilizado durante lustros. Y parece que, de repente, cuando comienza a utilizar sin piedad gran parte de la maquinaria que está en sus manos, los caminantes del desierto se dan cuenta de que tras la arena no hay más que arena. Sólo arena. Y se quedan sorprendidos. La pulga, convencida de ser la propietaria de la piel del perro, se queda aturdida con el primer lametazo.

El tercer error es el producto típico de una mentalidad paranoica o dictatorial. Confunden su mundo, ése que tan afanosamente han construido, con el mundo que vivimos los demás. ¿Quién es el pueblo vasco? ¿Qué es la sociedad vasca? El pueblo vasco, la sociedad vasca, es el mundo que ellos, sólo ellos, han diseñado y se afanan en poner a salvo. Su lucha es, en realidad, la lucha de todos nosotros, salvo alguna minoría que no se da cuenta de la entidad del drama. A eso, aunque este lenguaje ha desaparecido ya, se le llamaba alienación hace unos años. Todos nosotros, salvo ellos, estamos alienados. Ese mundo que ellos, con su inmensa sabiduría, han sabido construir es el único posible. Un mundo del que ETA, con sus heroicas acciones de ruda guerrilla, es la garantía última. No cabe la discrepancia, que es condenada al ostracismo y al desprecio. Muchos han pagado con su vida esta discrepancia. La suma de una guerra de juguete y un mundo de ficción ha causado un millar de muertos y ha destrozado a centenares da familias. Hace muchos, muchísimos años que la sociedad desprecia a estos guerreros de chocolate, pero ellos siguen pensando, en ese mundo de ficción, que son la punta de lanza de una causa compartida por el resto de la sociedad, y así ofrecen su pecho para tragarse unas decenas de años de cárcel.

Se pueden señalar otros muchos errores. Pero hay uno monumental. Un error que tiene menos historia que los anteriores, pero que es definitivo. La sociedad reacciona, mal o bien, frente al miedo. En una dictadura la sociedad aguanta el miedo y admira a quien es capaz de superarlo y plantar cara al dictador. Pero en una democracia, por muy deficitaria que sea, las cosas funcionan de otro modo. El miedo ahuyenta a las personas de la fuente que lo produce. Y la izquierda abertzale, con su prepotencia, sus proclamas, sus declaraciones, su socialización del dolor, sus amenazas, sus actitudes chulescas, su cerrazón, su nula capacidad democrática para aguantar la mínima discrepancia, su incapacidad para condenar los atentados de tierra quemada, la izquierda abertzale, digo, ha cometido un error que la va a llevar a la tumba: ha acabado causando miedo en un sector importante de la población. Y eso se paga muy caro. Muchas personas se han vacunado de forma casi definitiva frente a algunas ideas (que miren en Navarra, si no).

Uno tiene la impresión de que algunos dirigentes se quieren inmolar, apoyando causas absurdas y tirándose a piscinas de arena mientras piensan que todos los demás estamos detrás admirándolos con la boca abierta. Pero, en realidad, esta sociedad asiste con indiferencia y desde la distancia al goteo de las detenciones e ilegalizaciones, casi como si fuese un espectáculo ajeno a su propia realidad. Su preocupación es muy otra: cómo llegar a fin de mes, coger el autobús a la hora, procurar que gane tu equipo el domingo, o cabrearse por el precio de las verduras. Elegir la vía de matón de barrio, que diría el alcalde de Bilbao, es inconcebible en política.

Pello Salaburu