El espejismo del desempleo juvenil

Los economistas de todo el mundo necesitan formas mejores de cifrar la actividad económica. Al depender de las tasas de crecimiento del PIB para evaluar la salud económica, a casi todos ellos se les escaparon las señales que avisaban de la crisis financiera de 2008, incluida una burbuja inmobiliaria de ocho billones de dólares en los Estados Unidos, además de burbujas inmobiliarias en España, Irlanda y el Reino Unido. Junto con las familias, las entidades financieras, los inversores y los gobiernos, los economistas se dejaron arrastrar por la euforia financiera que propició una exposición excesiva al riesgo y un grave apalancamiento excesivo de los bancos y las familias. Incluso los desequilibrios macroeconómicos de la zona del euro pasaron inadvertidos.

Los cálculos del desempleo son también sorprendentemente engañosos, problema grave, si tenemos en cuenta que, junto con los indicadores del PIB, sobre el desempleo versan tantos debates relativos a la política económica. Un desempleo escandalosamente elevado –supuestamente próximo al 50 por ciento en España y Grecia y más del 20 por ciento en la zona del euro en conjunto– aparece en los titulares diariamente, pero esas cifras son consecuencia de una metodología defectuosa, que hace parecer la situación mucho peor de lo que es.

El problema se debe a cómo se cifra el desempleo: la tasa de desempleo de los adultos se calcula dividiendo el número de personas desempleadas por todas las personas que componen la fuerza laboral. Así, pues, si ésta se compone de 200 trabajadores y 20 están desempleados, la tasa de desempleo es del diez por ciento.

Pero no se considera que los millones de jóvenes que siguen cursos universitarios o programas de formación profesional formen parte de la fuerza laboral, porque ni trabajan ni buscan un puesto de trabajo. Así, pues, al calcular el desempleo juvenil, se divide el mismo número de personas desempleadas por un número muy inferior, para reflejar la fuerza laboral inferior, con lo que la tasa de desempleo parece muy superior.

En el ejemplo antes citado, si 150 de los 200 trabajadores pasan a ser estudiantes universitarios, sólo cincuenta personas seguirán formando parte de la fuerza laboral. Aunque el número de desempleados siga siendo veinte, la tasa de desempleo se cuadruplicará hasta el 40 por ciento. De modo, que el perverso resultado de esa forma de contar a los desempleados es el de que cuanto mayor es el número de jóvenes que cursan la enseñanza superior o la formación profesional, más aumenta la tasa de desempleo juvenil.

Si bien las mediciones normales exageran el desempleo juvenil, es probable que ofrezcan una cifra inferior a la real de desempleo de adultos, porque no se cuenta entre los desempleados a quienes han dejado de buscar un puesto de trabajo. Al aumentar la Gran Recesión el número de semejantes “trabajadores desalentados”, las tasas de desempleo de adultos parecen bajar, con lo que se ofrece un panorama deformado de la realidad.

Afortunadamente, existe una metodología mejor: el índice de desempleo juvenil –el número de jóvenes desempleados en relación con la población total de entre 16 y 24 años– es un indicador mucho más válido que la tasa de desempleo juvenil. Eurostat, el organismo estadístico de la Unión Europea, calcula el desempleo juvenil con las dos metodologías, pero sólo se informa ampliamente del indicador defectuoso, pese a que existen importantes discrepancias. Por ejemplo, la tasa de 48,9 de desempleo juvenil de España entraña condiciones mucho peores para los jóvenes que su índice de 19 por ciento de desempleo juvenil. Así mismo, la tasa de Grecia es 49,3 por ciento, pero su índice es sólo 13 por ciento, y la tasa a escala de la zona del euro de 20,8 por ciento excede con mucho el índice de 8,7 por ciento.

Desde luego, una proporción de desempleo juvenil del 13 por ciento o del 19 por ciento no justifica la complacencia, pero, mientras que la tasa de desempleo juvenil de la zona del euro ha aumentado desde 2009, su índice ha seguido siendo el mismo (aunque los dos superan en gran medida los niveles anteriores a 2008).

Durante las protestas estudiantiles habidas en Francia en 2006, la tasa de desempleo juvenil de 22 por ciento parecía resultar desfavorable en comparación con las tasas de 11 por ciento, 12 por ciento y 13 por ciento en el Reino Unido, los Estados Unidos y Alemania, respectivamente, pero el Financial Times mostró que sólo el 7,8 por ciento de franceses menores de 25 años de edad estaba desempleado: el mismo índice, aproximadamente, que en los otros tres países. Simplemente, Francia tenía un porcentaje mayor de jóvenes que eran exclusivamente estudiantes.

Si no se cuentan los millones de jóvenes que cursan una carrera universitaria o programas de formación profesional, se socava la credibilidad de la tasa de desempleo y, aunque algunos jóvenes recurran a la enseñanza superior para escapar de un mercado laboral inestable, su decisión de aumentar sus aptitudes no debe influir negativamente en las impresiones sobre la salud económica del país.

Naturalmente, las autoridades deben abordar el problema del desempleo juvenil, pero deben reconocer también que el problema no es tan grave como indican los titulares. Lamentablemente, esos resultados deformados han pasado a ser moneda corriente… incluso para economistas respetados como el premio Nobel Paul Krugman, que recientemente citó la errónea cifra del “50 por ciento de desempleo juvenil”.

Así, pues, cuatro años después de que estallara la crisis, los métodos para cifrar y evaluar la salud económica siguen siendo alarmantemente inadecuados. Como sabe cualquier piloto, quien vuele sin radar o sin pronósticos precisos sobre el tiempo atmosférico es probable que se estrelle.

Steven Hill is the author of Europe’s Promise: Why the European Way is the Best Hope in an Insecure Age and 10 Steps to Repair American Democracy. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *