El espejo roto

Para amigos y enemigos del Gobierno socialista debiera ser éste ante todo un triste final de año. Una cosa es el juicio que pueda formarse acerca de la gestión llevada a cabo por el presidente Zapatero desde la declaración de 'alto el fuego permanente' y otra la valoración de lo que representaban las expectativas de normalización política, que no de paz, en Euskadi y en el conjunto de España. Muchos tuvimos la sensación de que tales esperanzas se asentaban mucho más en la debilidad estratégica de ETA, y en la eficacia del cerco policial trazado con la colaboración de Francia, que en el acierto de los negociadores gubernamentales. No ha sido así y resulta necesario reflexionar sobre ello, más allá del caso ETA.

La crítica al Gobierno no debe centrarse en lo que le demandaban la mayoría de los españoles: hacer todos los esfuerzos posibles dentro de la ley para que el paso dado por ETA se tradujera en el abandono definitivo del terror. Sin duda ésta será la línea seguida por el PP en sus comentarios, exhibiendo el acierto de las propias razones para rechazar cualquier tipo de negociación, ya que con los terroristas sólo cabe el aplastamiento por medio de la actuación policial respaldada por la ley. Era tanto como olvidar que ETA nada tenía que ver con el terrorismo grupuscular de las Brigadas Rojas o de la Baader Meinhof. Había que encauzar, no sólo a los terroristas, sino también a un 15% ó 20% de la sociedad vasca, hacia la democracia, y para ello era preciso abrirse con concesiones hasta el borde de la ley.

Siempre, claro, que se diese una presunción razonable de que ETA estaba dispuesta a efectuar su conversión sin alcanzar los objetivos previamente fijados desde la llamada Alternativa Democrática. Es en este tema donde las señales de peligro se pusieron muy pronto en rojo, ya que una y otra vez los voceros de la banda, así como su brazo político, insistieron en reclamar la autodeterminación, la territorialidad y la conquista de Navarra. En la cuestión de los presos, nada tenía que extrañar la discreción, pues se trataba de un tema subordinado en el cual las soluciones debían venir de la negociación Gobierno-ETA aún por iniciarse. Lo que resultaba difícilmente admisible era la ausencia del lado del Gobierno, no ya de explicaciones sobre la marcha de los contactos, sino del cuadro general de vías previstas desde La Moncloa para llegar al doble acuerdo, sobre la relación bilateral Gobierno-ETA y sobre la mesa de partidos. ETA y los suyos hablaban, eran la única parte visible del conflicto. Ocupaban en exclusiva el centro del escenario, con lo que esto supone en una democracia moderna. Del Gobierno podían apreciarse gestos de benevolencia, como el de Zapatero al afirmar que De Juana estaba «de acuerdo con el proceso» o las iniciativas del fiscal general, pero de ideas claras, ninguna. Se repetía en este sentido lo que había pasado en el curso de la negociación del Estatut. Había que confiar en la reconocida capacidad de maniobra de Zapatero para prolongar el optimismo.

En efecto, si ETA-Batasuna mantenía el jaque al rey, en cuanto a sus reivindicaciones, y el Gobierno no iba a ofrecer una modificación sustancial del marco definido por la Constitución, ¿cómo podía esperarse nada positivo de un 'alto el fuego' convertido en fase de preparación de una nueva etapa de lucha? Así las cosas, las declaraciones del día 29 de Zapatero con el lenguaje del Día de San Valentín, 'hoy más que ayer y menos que mañana', no representan como alguien ha dicho la expresión de un 'ridículo', sino de una política de información que, o bien pone de manifiesto una total ignorancia de cuanto está sucediendo en la relación con ETA, o, lo más probable, contempla su papel como un espejo destinado de repercutir imágenes falsas. Un espejo ahora roto.

Y ahora, ¿qué hacer? Hay dos posibilidades. Una, que ETA explique el atentado como respuesta inevitable y no deseada, pues las fieras como se sabe quieren la paz, por la negativa del Gobierno a cumplir los compromisos que les llevaron a declarar el 'alto el fuego'. Ante ello, por parte del Ejecutivo, habrá protestas de haber sido vilmente engañado, acusaciones contra el PP que sembró el malestar, etcétera, pero sin otro remedio que volver a la vía policial. Otra posibilidad es que con todo cinismo ETA presente la bomba como una advertencia del deterioro a que se ha llegado. El Gobierno se contentaría entonces con una declaración grandilocuente, volvería la acción policial, pero las puertas seguirían abiertas. Y el futuro, cerrado.

Es también la ocasión para revisar de una vez por todas la forma de hacer política, y de presentar esa política, por parte de Zapatero. Ante problemas graves, el principio de que 'gracias a mí todo va mejor en el mejor de los mundos' sólo sirve para agravarlos. ZP debió anunciar que 'la paz' no iba a ser aceptada por ETA si él mantenía la legalidad constitucional en la negociación, con las consecuencias previsibles, poniendo en guardia a la opinión pública. Cuando las cosas son tan claras, las maniobras no sirven. Lo mismo sucedió con el Estatut, cuyos efectos disgregadores, Galicia incluida, apenas han empezado a sentirse.

Y en otro terreno, otro tanto ocurre con el planteamiento de la famosa Alianza de Civilizaciones, rico en imágenes para la galería y de encefalograma plano en cuanto al análisis. Si el problema es el Islam ofendido por las caricaturas y no ante todo el terrorismo del 11-S o el 11-M, parecería que Zapatero acierta, pero ni eso, ya que la insistencia en que reina la islamofobia en Occidente y que el Islam se encuentra 'humillado', sin que exista 'terrorismo islámico', alienta un giro de nuestra comunidad musulmana -pensemos en Córdoba-, no hacia la búsqueda de una creciente integración en la España democrática, sino a la propia afirmación en nombre de 'dar al-islam' frente a su estatus actual. En una palabra, las buenas intenciones no bastan, y nadie duda de las albergadas por Zapatero y su Gobierno en relación al Terror, vasco o de Al-Qaida: de análisis erróneos y de informaciones desviadas sólo cabe esperar una política que a medio plazo nada resuelva y siembre el desaliento entre los demócratas. Ojalá me equivoque.

Antonio Elorza, catedrático de Pensamiento Político de la Universidad Complutense.