El esperanzador triunfo de Michelle Bachelet

Cristina Peri Rossi es escritora uruguaya (EL MUNDO, 19/01/06):

En 1992 viajé a Chile invitada por el Ministerio de Relaciones Exteriores de ese país. En el avión viajaban también el presidente de la Generalitat de Cataluña, Jordi Pujol, una de mis sopranos favoritas, Victoria de los Angeles, y una delegación de artistas para inaugurar una exposición acerca de la cultura catalana.Era mi primer viaje, luego de la caída de Pinochet, y los fantasmas de la dictadura estaban muy vivos para mí, que había conseguido huir de la uruguaya (el plan Cóndor fue la globalización de la represión). Me alojaron en el elegante hotel Carreras, frente a la Casa de la Moneda, que había sido bombardeada cuando el golpe contra Allende. Me asignaron un auto y un chófer de la Presidencia (Patricio Aylwin) para mis desplazamientos por Santiago de Chile, donde debía dar una serie de conferencias sobre mi obra y el exilio. El único día que tuve libre, le pedí que me llevara hasta Isla Negra (que no es isla, ni es negra), donde se levantaban las tres casas sobre la arena donde Pablo Neruda guardaba los innumerables objetos que había amado: los mascarones de proa, las mariposas, las conchas marinas, los zapatos de mujer, las botas femeninas, las botellas de vidrio, las caracolas. Las casas habían sido asaltadas por el Ejército golpista y el poeta había muerto de tristeza. Por el camino, el chófer me fue señalando cada cuartel, cada iglesia, hasta que yo, en un súbito acceso de lucidez, le pregunté cuánto tiempo hacía que trabajaba para la Presidencia. Me dijo que 13 años, lo cual significaba que había sido chófer de Pinochet. Lo reconoció sin problemas. Empecé a entender el camino que estaba recorriendo la sociedad chilena para superar la dictadura y retomar la democracia: la reconciliación.Sólo unos años antes, Ariel (ése era el nombre del chófer) y yo hubiéramos sido enemigos; ahora él aceptaba llevarme a la casa de Pablo Neruda (convertida en museo y dirigida por una mujer que se había exiliado en Madrid) y yo me dejaba guiar por un pinochetista.

El triunfo electoral de Michelle Bachelet tiene múltiples significados.En primer lugar, por su biografía: mujer (en un país muy machista, como todos los de origen hispano), hija de un general torturado y fallecido durante la dictadura y ella misma, prisionera, torturada y exiliada. Pero no es el triunfo de los muertos sobre los vivos.No ha hecho campaña a partir de su sufrimiento personal porque, como lo ha reconocido, no tiene ánimo de venganza ni de revancha.Ha declarado que el odio que recibió lo ha convertido en tolerancia.Una buena conversión. Para ser tolerante hay que amar. La nueva presidenta de Chile ha prometido un Gabinete integrado por mujeres y hombres, en igual proporción. Me parece muy justo. Cuando se escriba la historia de la resistencia a las dictaduras en el Cono Sur, habrá que dedicar muchos capítulos a la lucha constante, sacrificada y audaz de las mujeres. Fueron las Madres y Abuelas de Mayo (llamadas despectivamente Las Locas de Mayo por la dictadura argentina) quienes consiguieron mantener viva la conciencia de su pueblo y obligar a la investigación: han logrado recuperar a más de 90 niños desaparecidos. Y en Chile las mujeres de los pueblos cuyos esposos, hermanos o hijos fueron asesinados o desaparecidos se dedicaron, durante mucho tiempo, a realizar tejidos, telares que se vendían en Europa y en Estados Unidos para sostener a sus familias, para tener algo que comer. Fueron ellas, también, quienes cocinaban las ollas populares que sirvieron para matar el hambre, formando las primeras cooperativas espontáneas de la era de la represión.

Todo este dolor, esta resistencia, esta perseverancia de las mujeres (verdaderas Madres Coraje) permitió salir adelante en situaciones verdaderamente dramáticas cuando esos países parecían abocados a la más ominosa oscuridad, al terror y al silencio.

Michelle Bachelet tiene méritos propios para ser presidenta de Chile, y así lo han reconocido sus compatriotas, que le dieron el triunfo por más de medio millón de votos. Es la primera presidenta mujer de Chile y este camino es una reconversión: de prisionera a presidenta. Pero no ha triunfado por ser una víctima, sino por su extraordinaria capacidad de trabajo, su firmeza, su serenidad y por representar el futuro de una sociedad que quiere sumarse a la modernidad. Y la modernidad significa socialdemocracia (no olvidemos que obtiene el Gobierno como candidata de una coalición entre los socialistas y la democracia cristiana) en un país donde a pesar de los recientes éxitos económicos, hay mucha pobreza y grandes diferencias sociales. Por eso, en su campaña, los temas más importantes fueron la economía, la asistencia y protección a los más pobres y la transparencia del gobierno.

La presidenta ha presentado una batería de medidas económicas y sociales que constituyen el marco de un Gobierno socialdemócrata, más inspirado en los países del Norte de Europa que en Estados Unidos. Esta es, también, una importante novedad en América Latina. Para la aprobación de esos proyectos va a contar con la mayoría en las dos cámaras del Congreso, algo que ocurre por primera vez desde el fin de la dictadura.

La extraordinaria madurez del pueblo chileno ha conseguido una transición pacífica, aunque los siniestros torturadores estén en libertad y la mayoría de los crímenes sigan impunes. Pero algo huele muy bien en este país que a pesar de su machismo es capaz de volcarse en una elección democrática a favor de una mujer separada (no olvidemos el peso de la Iglesia católica, que dio todo su apoyo a Pinochet y posee un canal de televisión donde la palabra condón está prohibida) con una clara vocación izquierdista y dispuesta a conciliar democracia con justicia social.

Más de 30 años después de la horrible década de los 70, con los golpes militares en Chile, Uruguay y Argentina, los que conseguimos sobrevivir a esa catástrofe continental y personal saludamos con verdadera emoción y esperanza este camino que América Latina está en condiciones ahora de transitar. Ya no hay utopías (lo cual es un gran alivio) pero sí un proyecto concreto, real, posible: instaurar la justicia social, la transparencia y la democracia en nuestros países. Para que la democracia no parezca un engañabobos o una fórmula política para países altamente desarrollados.

En los 70, tuvimos la horrible desgracia de Pinochet, Videla y la Junta Militar Uruguaya (que nunca osó decir el nombre y apellido de sus integrantes); 30 años después, Kirchner en Argentina ha conseguido detener la inflación, la corrupción y pagar al FMI; Tabaré Vázquez, en Uruguay, líder de una coalición de izquierda, inicia la nueva era democrática con un proyecto socialista y realista; y Michelle Bachelet procurará llegar a las metas de Allende (que ni un solo niño pase hambre o frío). Enhorabuena.