El esperpento

Según el diccionario de la Academia, un esperpento es un «hecho grotesco o desatinado», o también un género literario creado por Ramón del Valle-Inclán, consistente en deformar la realidad resaltando sus rasgos grotescos. La palabra «esperpento», de etimología incierta, era casi un neologismo cuando Valle-Inclán la incorporó al vocabulario literario al caracterizar una serie de obras suyas como esperpentos, en varias entrevistas y, sobre todo, en su obra teatral Luces de Bohemia, que es el primer esperpento y además el texto donde se define el género. «La tragedia nuestra no es tragedia/ Pues algo será/ El Esperpento [...] El esperpentismo lo ha inventado Goya. [...] Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada». Esto lo escribía Valle-Inclán hace aproximadamente un siglo y cuadraba perfectamente con la España de entonces.

El esperpentoEn Luces de Bohemia Valle-Inclán retrata el Madrid de la Primera postGuerra Mundial con ese método tan suyo de las viñetas sucesivas, goyescas, pero también emparentadas con los carboncillos de Daumier y con la paleta del expresionismo alemán de su tiempo: Beckmann, Kirschner, Grosz, Macke y tantos otros, que pintaban la sociedad de post guerra como una serie de descarnados claroscuros, grotescos y a la vez patéticos y trágicos. Los esperpentos tragicómicos de Valle-Inclán tienen una cegadora calidad visual, caricaturesca, con unos personajes desgarrados que hablan y se mueven como marionetas de guiñol. Yo diría que Valle-Inclán es el más visual de nuestros grandes escritores.

Además de muy visual, Valle era, a su manera, muy político. Como digo, en Luces de Bohemia se refleja el Madrid de la época, desde la buhardilla donde vive el protagonista, el poeta ciego Max Estrella, y su antro habitual, la taberna de Pica-Lagartos, hasta los calabozos del Ministerio de Gobernación y el despacho del ministro, que trata al poeta con fraternal y superior benevolencia, como el dictador Primo de Rivera trató a Valle, definiéndole como «eximio escritor y extravagante ciudadano»; desde un café donde el poeta conversa con Rubén Darío hasta un parque donde fraterniza con unas hetairas; desde una costanilla con «una iglesia barroca por fondo», donde Estrella agoniza y muere, hasta el cementerio donde le dan sepultura en presencia de Rubén y el Marqués de Bradomín. La política aparece encarnada, además de en el ministro y sus subalternos y sicarios, en un obrero catalán a quien se aplica la ley de fugas, en las cargas y tiroteos entre guardias y huelguistas, en los «muera Maura» proferidos por Max Estrella y coreados por varios jóvenes poetas, en las repetidas alusiones derisorias al entonces primer ministro, el marqués de Alhucemas, apodado el Enano de la Venta. Todo ello hilvanado con una sórdida historia de billetes de lotería y fondos de reptiles digna de la mejor picaresca, del Lazarillo y del Buscón, porque al poeta ciego le birla la cartera, el billete y hasta el precio de un lote de libros vendido, su mejor amigo y acólito, Don Latino de Hispalis, que contempla con indiferencia cómo la esposa y la hija del difunto se suicidan con el tufo de un brasero ante la miseria en que les dejaron el improvidente poeta y su rapaz corifeo.

Valle-Inclán escribió más esperpentos, uno de los cuales, La hija del capitán, es su versión del pronunciamiento de Primo de Rivera, con un retrato mordaz del propio Alfonso XIII, de toda la clase política y del estamento militar. Pero es que gran parte de la obra de Valle es esperpéntica: todo el Ruedo Ibérico, es un gran fresco esperpéntico –histórico de la España de 1868; Tirano Banderas es un esperpento latinoamericano, y las Comedias Bárbaras son esperpentos rurales galaicos.

El genial escritor murió en 1936 y podríamos pensar que su obra describe la España de su tiempo como las de Quevedo y Cervantes describieron la España de Felipe III y el Lazarillo la de Carlos V; que son geniales pinturas de sociedades pasadas. Hoy España ha progresado mucho, somos más ricos y civilizados; la picaresca y el esperpento son cosas del pasado, dignas de estudio en las escuelas pero muy alejadas de la España de hoy. Estamos de acuerdo ¿no? Pues no, francamente: la picaresca y el esperpento han sobrevivido siglos y decenios de progreso económico y social y son tan actuales como las obras de Quevedo, Goya y Valle-Inclán. Solo que el esperpento hoy se nos ha trasladado mayormente a Barcelona en ese día inmarcesible que unos llamaban el nou nou (nuevo nueve) y otros llamaban «proceso participativo»; y allí se nos ha instalado por el momento.

Primero fue un referéndum que no era referéndum, organizado por el Gobierno catalán, que a veces desmentía su protagonismo y otras lo asumía orgullosamente, según soplara el viento político-judicial; mientras tanto, el Gobierno español se pertrechaba de prohibiciones del Tribunal Constitucional para después no hacer uso de ellas «por prudencia». El éxito del «no referéndum participativo» se anunció el día antes de su celebración, advirtiendo sus organizadores subrogados (la llamada Assemblea per Catalunya y el Ómnium Cultural) que seguramente no habría mucha afluencia –como así fue–, pero que se proclamaría el éxito en todo caso –como así fue también–. En efecto, al parecer acudieron a las urnas unos 2.250.000 ciudadanos, aproximadamente el 37 % del censo electoral (ambas cifras, la de votantes y la del censo, son al parecer estimativas, ya que no se pudo construir un verdadero censo electoral –máxime cuando se permitió votar a adolescentes y a inmigrantes no correctamente registrados). De los votantes, el 80,7 % (que viene a ser un 30 % del censo electoral) votó por la independencia. Como estaba anunciado, estas cifras fueron definidas como gran triunfo por los organizadores y los pseudo organizadores, ninguno de los cuales era neutral, ni pretendía serlo, lo cual no otorga mucho valor a los resultados. Tanto menos valor cuanto que, a tenor con todo lo demás, los resultados se hicieron públicos antes del recuento, es decir la misma noche de la votación, habiéndose anunciado el recuento para el día siguiente. Esa misma noche, envalentonado por la «prudencia» del Gobierno español, el presidente catalán, lanzó su anterior precaución por la borda y se proclamó responsable máximo, solidariamente con su Gobierno, de la organización del «proceso participativo.» Según las encuestas, esto le produjo réditos electorales inmediatos.

El siguiente episodio esperpéntico también sucedió en la ciudad condal. Ni el Gobierno español ni el Constitucional, «por prudencia» una vez más, se habían atrevido a especificar las consecuencias que acarrearía la desobediencia a sus prohibiciones. Pero a la vista del triunfalismo de los nacionalistas, ya a toro pasado, el Gobierno empezó a pensar que quizá se había excedido en la prudencia e instó a la Fiscalía a incoar procedimiento contra los intermitentes organizadores del proceso o nou nou. La incoación se anunció como inminente, pero resultó menos inminente de lo proclamado. Resultó que había una especie de rebelión en las filas de los fiscales barceloneses: contagiados sin duda por la prudencia del Gobierno español y la euforia del catalán, no veían delito en la reiterada desobediencia (sí «deslealtad», distinción realmente sutil) al Constitucional, ni en el uso de fondos y bienes públicos para colaborar en la deslealtad. Siguieron unos días de confusión judicial, que parece que se va a resolver con la incoación de procedimiento por parte del fiscal general, saltándose a los díscolos fiscales locales. Nueva ceremonia de la confusión, cuyo fin no se ve totalmente claro todavía.

Es evidente que la política de los gobiernos españoles (no sólo el actual) hacia la persistente deslealtad de los nacionalistas catalanes iba a producir los actuales niveles de esperpento. Pero se ha pasado de la vista gorda ante propaganda, hechos, déficits, deslealtades, violaciones de la Constitución, y un largo etcétera, a una defensa numantina de esta misma Constitución cuya rigidez férrea (es casi imposible de modificar en cuestiones sustanciales) constituye ya una amenaza a todo el sistema político actual. Hace unas semanas (18-11-14), en estas mismas páginas, Rodrigo Tena proponía reformas constitucionales muy necesarias, pero dificilísimas de llevar a cabo. Lo que le faltaba era proponer una simplificación del sistema de enmiendas. Ojalá pudieran introducirse las que proponía.

Entretanto, Max Estrella, como Don Quijote, se ha trasladado de la Meseta a Barcelona y, como colofón de todo lo anterior, el Rey Arturo Mas ha trazado el camino de baldosas amarillas hacia el Santo Grial de la Independencia; por desgracia, no todos los caballeros de la Tabla Redonda están dispuestos a seguirle. El esperpento continúa.

Gabriel Tortella es economista e historiador.

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