El espía y su altavoz

Màrius Serra, escritor, animador cultural y colaborador de diversos medios públicos, estaba el pasado martes sentado en la terraza de una cafetería de Barcelona. Yo me encontraba en una mesa contigua, charlando con la editora Miriam Tey. Como soy bastante despistado, no advertí la sigilosa presencia de El Enigmista, como se le llama a veces por su condición de creador de adivinanzas y crucigramas; de haberlo hecho, me habría levantado a saludarle, pues hace años que nos conocemos.

Él sí me vio, pero no me saludó; me observó, me escuchó, y tomó nota de los comentarios que lograron captar sus antenas. Poco después de abandonar la cafetería, me avisan de que Màrius Serra está hablando de mí en Twitter, y descubro con asombro que ha colgado una fotografía en la que aparezco junto a Miriam Tey y que ha reproducido algunas frases de mi conversación privada. El hombre pide disculpas a sus seguidores por meterse a espía, pero ¿cómo podría actuar de otro modo escuchando lo que está escuchando? Algunos de sus seguidores le afean la conducta, otros le aplauden con entusiasmo. Entre estos últimos, una conocida crítica literaria que le pide más, más.

Las frases que me atribuye El Enigmista están sacadas de contexto, y ni siquiera son literales, pero eso carece de importancia: él las reproduce para señalarme con el dedo, para que las autoridades competentes completen sus fichas y el populacho que les obedece sepa a quién tiene que dirigir sus queridos odios. Por otro lado, que esas frases, que no tienen nada de particular, sean leídas como un alarde de victimismo antinacionalista y una ofensa a los catalanes para escándalo de la tropa secesionista revela a qué abismos de paranoia, estupidez y autoritarismo se ha visto conducida esta sociedad en los últimos años. Màrius Serra ha sido uno de sus pastorcillos.

Ahora bien, ese acto rastrero no pasaría de ser un delito de poca monta —porque de eso se trata, de un delito, y no descarto la posibilidad de emprender acciones legales— si no fuera porque, poco después de que lo cometiera, el periódico digital que responde al nombre de Vilaweb, uno de los medios más subvencionados por la Cataluña de las estructuras de Estado, publicaba en portada los tuits emitidos por Serra con el siguiente titular: “Màrius Serra espía y cuenta una conversación anticatalanista de Ferran Toutain”. Después, Vilaweb ha retirado la noticia y ha pedido disculpas a Màrius Serra por los perjuicios que le haya podido causar. El altavoz que este digital —bajo la dirección de Vicent Partal— proporciona al delito de El Enigmista me parece otro delito, acaso de mayor gravedad que el original, pues el periódico no solo proyecta la infamia, sino que encima se permite llamarme anticatalanista. El negocio de Vilaweb es en buena parte el comercio del odio, un negocio muy rentable gracias al empeño que pone la Generalitat en protegerlo como un bien. Pero vayamos con lo del anticatalanismo. Ser catalanista, señor Partal, es querer lo mejor para Cataluña, y en mi opinión y en la de mucha gente, lo mejor para Cataluña es que las fuerzas políticas que han dividido esta sociedad y la han sumido en la miseria moral y cultural que ahora impera en ella pierdan las elecciones y tengan que abandonar el poder que llevan tantos años ocupando con una constante deslealtad a las instituciones democráticas que nos dimos en el 78. Ser catalanista es desear que Cataluña vuelva a ser un espacio habitable, con una producción cultural en catalán y en castellano digna de ser apreciada universalmente, y con unos medios de comunicación públicos que no convoquen a manifestaciones sectarias y no estén bombardeando constantemente a la población con consignas políticas.

Decía Ignacio Vidal-Folch en un artículo publicado en estas mismas páginas que lo que había que hacer con Cataluña es enviar trenes cargados de psiquiatras. No le faltaba razón, pero si nadie adquiere la fuerza suficiente para poner freno a la locura que se ha apoderado de esta sociedad, esos psiquiatras podrían acabar recluidos en manicomios, como acabaremos todos los catalanes desafectos al régimen y puntualmente espiados por su servicio de inteligencia. Es lo que cuenta el narrador brasileño Machado de Assis en El alienista, una novela corta, escrita a finales del XIX, en la que todo un pueblo acaba encerrado en un sanatorio. Así se comportan las ideologías totalitarias cuando pueden construir países nuevos: acaban viendo a todo el mundo como enfermo y obrando en consecuencia. La historia está llena de ejemplos.

Ferran Toutain es escritor.

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