El espíritu de Praga (y II)

Por Gregorio Morán (LA VANGUARDIA, 01/07/06):

Ivan Klima es un escritor checo que no ha tenido suerte con nosotros. De él se publicaron tres cosas en castellano y una en catalán; todo hoy prácticamente invendido e inencontrable. (Para conseguir un ejemplar de su novela Amor y basura,publicada por el Círculo de Lectores en 1991, hube de recurrir a un librero de viejo madrileño). No conozco ni mucho menos toda la obra de Ivan Klima, pero es difícil para un lego en historia y literatura checa encontrar un libro más ilustrador e inteligente que El espíritu de Praga.A lo mejor es por eso por lo que no existe edición castellana y sólo se puede disfrutar en inglés o francés. Se trata de una colección de conferencias, artículos e incluso un diálogo con el escritor norteamericano Philip Roth del año 1990. Si alguien quiere aprender algo de lo que es un intelectual a finales del siglo XX, debe tomarse este libro como cursillo acelerado.

La casa de Ivan Klima está en las afueras de Praga, junto a un bosque que a mí me parece inmenso y donde me asegura que se da una seta de color verde que cada año lleva al cadalso a un puñado de ignorantes que no acaban de entender todas las explicaciones que les proporcionan, en las que les aseguran que su belleza es mortal y que el hecho de que la coman y la degusten - hay quien asegura que debe tener buen sabor- no evita que a los tres días exactos estés en un armario de madera y conducido al cementerio por un puñado de los tuyos. Hace muchos años, cuando esto era impensable, yo soñaba con Ivan Klima y aquel alucinante grupo de escritores que no publicaban y que vivían de las cosas más insólitas, como en la España del franquismo pero aún más jodidos, reconozcámoslo. Pocos han sufrido tanto y con tanta dignidad como esta gente.

En la casa de Ivan Klima, y durante muchos años, se reunía parte de la inteligencia praguense, una treintena, ¡casi nada!, para leerse textos impublicados e intercambiarse proyectos e ilusiones. No era exactamente ésta donde me recibe y donde charlamos, pero no estaba lejos, y a mí me produce su conversación un sentimiento familiar, como si estuviera hablando con un pariente, algo mayor que yo, que te cuenta escenas muy similares a las que tú has vivido. Con una diferencia: nosotros no tenemos una intelectualidad que después de haber echado el resto por derrocar la dictadura se hubiera retirado a sus cuarteles de invierno. Aquí la inteligencia se cobró el peaje y surgieron los restos de todos los naufragios, los mismos que aparecerán como figuretas en los libritos que escriban sus amigos. Klima cuenta la transición checa con un tono implacable de historiador-jardinero que va mostrando los parterres con una sencillez de veterano, sin otra ambición que se den bien las flores y que te ayuden a vivir con dignidad y belleza. Todo aquello que interesó en la lucha contra la dictadura comunista no interesa nada en una sociedad libérrima. Y así, los escritores, han pasado de ser la conciencia cívica a modestos aspirantes a una hora de gloria - en una televisión o un gran diario internacional- que nunca llegará.

Aseguran que fueron sólo tres - digo bien, tres- los encarcelados por torturas y malos tratos durante los interminables años de represión comunista en Checoslovaquia. Las actividades de todos los confidentes de la vieja época socialista figuran en internet y pueden ser consultados los expedientes; hay también doce volúmenes publicados al alcance del que guste. La transición de Praga ha sido modélica y cada cual ha sabido a qué atenerse, pero continuando en su trayectoria, como si tal cosa. Klima cuenta que el mismo policía que le había sometido a interrogatorios en los años setenta, un matón superviviente de la Segunda Guerra Mundial, no se pierde ninguna de sus conferencias, donde le saluda como si tal cosa. Praga es otro mundo dentro de éste. La revolución de terciopelo que personificaron en gran medida Havel como símbolo y Klima como memoria dejaba fuera todo lo que se escapó hacia el exilio, pero es lo que hay. No hubo venganzas ni castigos, todo quedó como una parte más de la desoladora y entusiasta historia de la ciudad.

El libro más hermoso que he leído sobre Praga es obra de un italiano que enloqueció, en el mejor sentido y felizmente, ante esta Praga mágica.Se llamaba Angelo Maria Ripellino y se publicó en castellano por Seix Barral hace tres años. Es un libro impresionante en su viva erudición y su talento narrativo, en su humor y en su gracia expositiva. Lo concibió un tipo singular, Ripellino, que iba para hispanista, ¡ay!, y por suerte para él se quedó en brillante estudioso del mundo checo y eslavo. Al leerlo he tenido la convicción de que si alguien es capaz de hacer un libro así, ya puede morirse con la seguridad de haber escrito una obra maestra.

Sorprende que los dos libros emblemáticos sobre Praga estén escritos por dos italianos, ambos de Sicilia, el tal Ripellino y Patrizia Runfola, cuya Praga en tiempos de Kafka (Bruguera) recomiendo vivamente. Quizá para nosotros, sureños frustrados, Praga representa muchas cosas. En primer lugar, una ciudad insólita por su belleza, inmarcesible tras guerras, gobernantes y regímenes implacables. Si hoy hubiera de escribirse un libro sobre Praga, yo empezaría por el milagro. ¿Cómo es posible mantener el puente Carlos, con su belleza, sus esculturas, su empedrado, su espíritu? Quizá el secreto de Praga esté en su talento para la supervivencia y su orgullo en la derrota; la idea no es mía, la he robado a medias entre Ripellino y Klima. Bastaría citar nuestras ciudades símbolo y ser conscientes de que no hay comparación. ¿Toledo hubiera podido ser algo similar a Praga? Imposible. Una ciudad puede contener dos metrópolis, y ahí está otro secreto de Praga. Al mismo tiempo de ser la ciudad esplendorosa que todo turista desea visitar, existe otra ciudad, que coexiste y que en definitiva le da vida, que es la Praga real, la de la gente que no le hace el más mínimo caso a los turistas masivos, a las manifestaciones estrafalarias de los grupos viajeros - la única nota estridente que escuché en Praga fue un grupo vasco que irrumpió, por su cuenta y riesgo, con sus charangas ¡aupa! por la plaza de Wenceslao, con tambores y chapelas, porque jugaban por allí un partido de baloncesto, creo. Nadie les hacía ni maldito el caso, salvo el resto de los turistas, perplejos con el estruendo y su cutrez identitaria. ¡Somos la hostia!

Confieso que el símbolo al que me siento más identificado de Europa es Praga. A mí me gustaría ser ciudadano de Praga y hablar checo y no soportar la ironía de los taxistas, unos golfos en su mayoría, que se burlan en tu cara del intento de pronunciar las vocales. Jamás conseguirás, sin un ejercicio riguroso, pronunciar correctamente las vocales checas, y sufrirás el espejismo de creer que las dices bien, hasta que el taxista te saque del ensalmo y te haga la pronunciación correcta, que tú crees que es igual a la tuya. Como dice un amigo, praguense de adopción, la primera vez que te pasa, piensas que el taxista te vacila, pero cuando llegas a la décimocuarta ocasión en la que te ocurre, no te queda más remedio que pensar en tu deficiente pronunciación de las vocales.

Si alguna vez propusieran buscar una capital de Europa, yo propondría Praga. Más que París, que Berlín, por supuesto más que Viena, porque Praga lo tiene todo y no se jacta de nada. Habría que enviar mesnadas de madrileños y barceloneses, y españoles en general, y montar un hospital de humildades; reciclarles y que volvieran discretos, conscientes de que toda historia ciudadana es el relato de una derrota y de una ansia, la de sobrevivir a la barbarie. Porque la vida política es apenas un epifenómeno, una excrecencia que no va más allá de lo inmediato. Bastaría decir que yo hablo de Praga y ni siquiera cuento que apenas a una semana de mi estancia hubo elecciones y que ganaron los conservadores después de un periodo socialista que dejó muchas heridas y que se empozó en esas corrupciones, al parecer inevitables, cuando se privatizan las grandes empresas millonarias.

Hubo elecciones en Chequia, y una semana más tarde en Eslovaquia, la hermana menor que se juntó en 1920 y que se consideraba preterida hasta que se separó porque un reaccionario, Vladimir Melkiar, y sus amigos se consideraban ofendidos en su honor patriótico. Yse independizaron y los checos respiraron tranquilos de que la hermana se fuera al demonio con su nacionalismo paleto, el mismo que hoy se pregunta si quizá no se equivocó en el diagnóstico y la terapia. La luz de Praga ilumina tenuemente, sin exceso, la historia de nuestra vida. En 1948 hubo un golpe comunista que hizo sonar el gong para la guerra fría. En 1968 marcó la ruptura con el viejo sistema socialista que se rompía por todas las costuras. En 1989 mostró la necesidad de pasar página y dejar las cosas en aquel punto que el gran Masaryk, primer presidente de la República Checoslovaca, designó en los años veinte: ser como somos y vivir cómodamente.

No hay un europeo consciente que no se sienta ciudadano de Praga. Deberían repartir ciudadanías honoríficas sin derecho a pensión ni medallitas de alcaldía. Sencillamente una declaración de urbanitas gozosos de pasear por el empedrado praguense y conscientes de que la libertad es un homenaje a todos aquellos desde Jan Hus, al que quemaron los católicos, al humilde eslovaco Dubcek humillado hasta la tortura por los soviéticos y a todos los que creyeron en un mundo donde nada separa: ni las lenguas, ni la geografía, ni la estupidez de todas las dictaduras. Praga es la universidad obligada de Europa.

[Leer primera parte]