El Estado judío

El primer ministro Beniamin Netanyahu se propone introducir un cambio sustancial en la definición del hasta ahora Estado de Israel. Quiere declarar a Israel como Estado judío. Es una cuestión de modificar el tipo de soberanía impuesta por Ben Gurion y el sionismo más integrador que nació del primer Congreso Sionista celebrado en Basilea en 1897 y que tendría a Theodor Herzl como principal inspirador e ideólogo. La decisión de Netanyahu fue precedida por una discusión acalorada en el seno del propio Gobierno de coalición y se espera un debate muy agitado en el Parlamento. El fiscal general, Yehuda Weinstein, dijo que “no es adecuado que el Gobierno apruebe una ley así”.

Para justificar una decisión de esta envergadura, Netanyahu declaró que “en Israel hay igualdad individual para todos los ciudadanos, pero el derecho nacional está reservado sólo para el pueblo judío”. El derecho nacional y el derecho de ciudadanía, este es el gran dilema que ha preocupado a judíos que lo han sido y lo serán siempre pero que no se identifican necesariamente con la política concreta que el Gobierno de Israel pueda llevar a cabo en un determinado momento.

Si este proyecto de ley prosperara, un 20% de israelíes que son árabes pasarían a ser ciudadanos de segunda o, cuando menos, no tendrían iguales derechos nacionales que los judíos. El problema es demográfico. En estos momentos hay tantos o más palestinos que judíos que viven en Israel y en los territorios ocupados. Thomas Friedman, tres veces premio Pulitzer, escribió hace diez años que cuando llegara este equilibrio demográfico Israel tendría tres opciones. La primera sería controlar toda la zona en un régimen de apartheid, la segunda consistiría en expulsar a todos los palestinos y la tercera otorgar a los palestinos el derecho a votar con lo que Israel no podría ser un Estado judío. La conclusión de Friedman era que, en cualquier caso, Israel dejaría de ser una democracia judía.

Las divisiones en el seno de la sociedad israelí serán muy potentes. Los partidarios y los adversarios del proyecto de Netanyahu saben que a la larga Israel no puede ser un Estado judío y una democracia si controla todo el territorio y todas las personas sin otorgarles todos los derechos desde el Jordán hasta el mar.

Los fundadores de Israel se proponían fundar una sociedad nueva e igualitaria, abierta a todos, también a la población árabe. Una sociedad que encontraba su expresión en el kibutz donde los colonos judíos, metralleta al hombro, trabajaban la tierra junto con los felah que eran tratados, con participación en los beneficios, mucho mejor que como lo habían hecho los grandes latifundistas árabes que los habían vendido a los judíos con los mismos campos reducidos a pedregales. Este idilio se desvaneció, en opinión de Indro Montanelli, con la guerra de los Seis Días, que obligó a Israel a darse la estructura de un verdadero Estado, con ejército, armamento y todo lo demás.

George Steiner, uno de los críticos más lúcidos que he conocido, decía que no se puede dimitir de ser judío. En La barbarie de la ignorancia dice que en los años setenta escribió que “este Estado de Israel va a torturar a otros seres humanos. Deberá hacerlo para sobrevivir. No digo que no se trate de una necesidad de supervivencia militar y política... pero durante dos mil años, en nuestra debilidad de víctimas, tuvimos la actitud supremamente aristocrática de no torturar a los demás. Para mí es lo más grande de nuestro patrimonio.”

Otra personalidad intelectual judía como Isaiah Berlin ha dejado escrito que “los judíos han estado en el exilio desde la Diáspora, y ahora, para poder escapar de sus dificultades y cargas, se han exiliado por voluntad propia a un enorme gueto propio, que todavía posee todas las propiedades de aquellos de los que surgió, además de las incomodidades propias de Oriente Medio”. Berlin continua en su libro El poder de las ideas que “no hay ningún otro país en el que tantas ideas, tantas formas de vida, tantas actitudes, tantos métodos para enfrentarse a las cosas del día hayan coincidido con tanta violencia”.

El mismo Ben Gurion solía decir que desde la conquista de Canaan por Josué “no hemos conocido un acontecimiento tan dramático como la creación del Estado de Israel”. El proyecto de Netanyahu antepone el carácter judío del Estado al de la condición democrática de Israel.

Señalaba Henrique Cymerman en la crónica del lunes en este diario que Netanyahu pretende pulir algunos aspectos radicales del proyecto para que el carácter judío de Israel sea equiparable y no superior a su carácter democrático. Ya se verá cuando la ley llegue a la comisión en el Parlamento. Esta iniciativa que convertiría a Israel en un Estado más endogámico coincide con la tendencia en Europa de apoyar diplomática y políticamente la creación definitiva de dos estados, el de Israel y el de Palestina, según las recomendaciones de la ONU y de buena parte de la comunidad internacional. Esta fórmula no acabaría con los conflictos pero daría, al menos, salida política a más de cinco millones de palestinos que carecen de derechos. Los judíos, además, han sido históricamente los más partidarios de los derechos de ciudadanía al ser perseguidos injustamente como pueblo durante siglos.

Lluís Foix

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