El Estado secuestró la palabra nación

Soldados izan la bandera mexicana como parte de su desfile militar anual del Día de la Independencia, el 16 de septiembre de 2020. (AP Photo/Marco Ugarte)
Soldados izan la bandera mexicana como parte de su desfile militar anual del Día de la Independencia, el 16 de septiembre de 2020. (AP Photo/Marco Ugarte)

Comenzaré por hacer una operación necesaria para proseguir: romper la relación entre dos nociones que han sido unidas como sinónimos inseparables ya, nación y Estado. Su uso como términos intercambiables dificulta analizar algunos fenómenos que quisiera poner a consideración. Si hacemos un viaje de regreso, más cercano al significado primigenio de la palabra nación (proviene del latín natio, alude al lugar de nacimiento y se ha usado para designar a pueblos y a entidades colectivas), podemos observar la existencia de colectividades que entran en la definición de nación sin haber constituido Estado: naciones que son pueblos con sistemas lingüísticos en común, con territorio común, andares históricos compartidos y, sobre todo, con la conciencia colectiva de pertenecer a un mismo pueblo. Ese sería el caso, por ejemplo, de la nación mixe.

En lengua mixe, en mi variante lingüística, nos llamamos ayuujk jä’äy. Hay un nombre semejante en cada una de las variantes de nuestra lengua con esas dos palabras. Jä’äy significa “persona” pero también “gente”, “pueblo”, “entidad colectiva”; en contraste, para las personas no mixes usamos la palabra akäts. Las narraciones y los ritos tradicionales integran y refuerzan la idea de nuestro territorio mixe como un territorio en común, sin embargo, el ingreso de una persona akäts a nuestro territorio no está condicionado por ningún pasaporte y no llamamos ilegales a quienes se adentran en nuestras comunidades.

La conciencia colectiva nos da nombre: ayuujk jä’äy, el pueblo que habla la lengua del bosque, o de la selva, según sea la geografía específica. Compartimos también avatares históricos y tenemos conciencia colectiva de compartir esa historia en común. ¿Se corresponde la nación mixe con una misma unidad de gobierno central? No. Estamos organizados sociopolíticamente en múltiples comunidades que tienen a su asamblea como máximo órgano de gobierno (con algunas excepciones), y la asamblea de una comunidad no tiene jurisdicción sobre la vida de otra comunidad. ¿Pretende la existencia de la nación mixe invalidar o desaparecer otras pertenencias locales? No, la existencia de la nación mixe no atenta contra las fuertes identidades locales, no hay ningún conflicto entre mi pertenencia a esa gran entidad que es la nación mixe con la pertenencia a mi comunidad, Ayutla, y las particularidades que de ello se derivan. Quisiera pues, apuntalar la idea de que la existencia de una nación puede, a todas luces, existir como una categoría separada del Estado, como una categoría desligada de cualquier forma de gobierno que tenga efectos legales o políticos sobre toda ella.

Si ubicamos el Estado moderno en la historia de la humanidad, nos daremos cuenta de que estas entidades jurídicas de organización sociopolítica son muy recientes. Nunca antes en la historia de la humanidad el mundo completo había estado dividido de manera tan homogénea; el planeta está seccionado en unas 200 entidades estatales también llamadas países y dentro de ellas quedaron encapsuladas, por procesos diversos y contratantes, múltiples naciones. Una de las características de la gran mayoría de los Estados es que producen un conjunto de prácticas y discursos que tienen el objetivo de hacer una ecuación antes inimaginable: además de constituirse como Estados, pretenden hacerlo también como naciones. Los Estados han secuestrado la palabra nación y han creado la idea de que son entidades indisolublemente ligadas y un sinónimo falaz: nación es Estado y Estado es nación. En el caso de México, esta ecuación es evidentemente insostenible, no hay un solo rasgo cultural o lingüístico que sea común a todas y cada una de las personas que tienen el rasgo mexicano. Es un rasgo legal del Estado pero no uno que sostenga la idea de una nación única. No todas las personas consideradas mexicanas han nacido o vivido en México, ni todas hablan español, ni tienen la misma tradición culinaria ni ningún otro elemento cultural que nos una. A las personas mexicanas nos unen los efectos jurídicos, legales e ideológicos de un Estado, pero no las características de una sola nación pues está constituida, desde su comienzo, de múltiples naciones.

Para secuestrar el concepto de nación, los Estados han implementado una serie de prácticas y narrativas ideológicas a las que quisiera llamar “nacionalismo de Estado”. El Estado no se conforma con ser una entidad legal de organización sociopolítica, necesita de una ideología que la sostenga como una misma entidad, una “nación única e indivisible” como dice, por ejemplo, la Constitución mexicana. Esta idea, la idea de que un Estado es también una sola nación, se apoya de símbolos, prácticas y discursos que alientan a la unidad y el amor —sí, amor— a un Estado que se ha disfrazado de nación única. El nacionalismo convierte ideología en sentimientos y, al lograrlo, vuelve muy difícil cuestionar estas prácticas, pues cuestionar el nacionalismo implica cuestionar los sentimientos de las personas en concreto.

En el caso del Estado mexicano, la nación proyectada es mestiza y hablante de español, y todo el territorio y sus bienes naturales son de su propiedad. Para lograr este proyecto ha sido necesario implementar una serie de violencias sistemáticas que han atentado contra la vida, las identidades, las lenguas y los territorios de muchísimas naciones que no son Estado.

La pauperización de las naciones indígenas y el despojo territorial que han sufrido históricamente se basan en la idea de que el Estado puede disponer de esos territorios porque son de la nación. Las violaciones a derechos humanos de hablantes de lenguas indígenas han sido justificadas por la unidad lingüística de una nación. La nación soñada por el Estado mexicano ha implicado la opresión de las muchas naciones que la preexisten. El Estado ha creado para sí una nación única que nunca existió y la ha impuesto a golpe de nacionalismo; si no existía un territorio único, lo ha creado controlando unas fronteras; si no existía un pasado en común, ha creado una historia oficial; si no existía una lengua en común, la ha impuesto con violencia de manera que de ser aproximadamente 70% de hablantes de lenguas indígenas cuando el Estado fue creado, de acuerdo con el libro México racista. Una denuncia de Federico Navarrete, ahora somos 6.6 %, según los datos oficiales de 2015.

El nacionalismo de Estado y sus violencias están tan normalizados que los nacionalismos que en verdad alertan o molestan son aquellos que surgen de naciones no estatales, porque se les ve como una amenaza a la unidad nacional estatal. El Estado ha secuestrado la idea de nación y ese secuestro se llama nacionalismo, necesitamos desarticularlo para desarticular las violencias asociadas. Comencemos pues por romper esa equivalencia: Estado no es nación aunque pretenda, con furia, convertirse en ello.

Yásnaya Elena Aguilar es lingüista ayuujk de Ayutla Mixe Oaxaca, en México.

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