El estancamiento económico de Rusia llegó para quedarse

En los albores del año 2018, la economía rusa se está estancando. No se trata de ningún traspié estadístico: en el caso de Rusia, la tasa de crecimiento anual promedio durante el período 2008 a 2017 fue de tan sólo el 1,2%. El año pasado, la tasa de crecimiento del PIB de Rusia fue del 1,5%, en comparación con el 2,5% en la eurozona y 2,3% en los Estados Unidos – ambas de estas economías son desarrolladas, por lo que deberían estar creciendo 2 a 3 puntos porcentuales menos que una economía en desarrollo como Rusia. Y, tal como reconocen el Ministerio de Economía ruso, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional – todos sin excepción – parece probable este desempeño deficiente continúe.

Sólo será posible impulsar el crecimiento de Rusia mediante profundas reformas estructurales, ya que la economía se está estancando en un nivel de plena capacidad. Debido a que el desempleo se sitúa en el 5,5% por quinto año consecutivo – una tasa que casi cualquier país desarrollado envidiaría – hay pocos desempleados que poner a trabajar. Del mismo modo, la utilización de la capacidad en la industria manufacturera está aproximadamente en el mismo nivel que durante los dos picos anteriores (los períodos 2007-2008 y 2013), lo que significa que casi no hay capacidad excedentaria para poner en uso.

El banco central ruso, reconociendo que la política monetaria activa no puede ayudar bajo tales circunstancias, en lugar de ello ha bajado la inflación al 2,5% en el año 2017, el nivel más bajo en los 25 años del capitalismo ruso. Salvo que se tenga un precio del petróleo en constante aumento – una posibilidad poco probable – la única fuente posible de crecimiento en Rusia es la productividad. Y, eso exigiría la implementación de una reforma significativa.

Una de dichas reformas sería ampliar el acceso para los inversores extranjeros. Durante la última década, el gobierno ha prohibido a los extranjeros realizar inversiones en más de 40 industrias designadas como “críticas para la seguridad nacional”. Esta prohibición, si bien es beneficiosa para los expertos del sector industrial, ha reducido el acceso de Rusia a los mercados financieros y, lo que es más crítico, su acceso a nuevas tecnologías, que llegan tras los flujos financieros.

Las sanciones financieras que se dieron después de la forzada “reunificación con Crimea”, llevada a cabo por Rusia en el año 2014, intensificaron aún más el aislamiento ruso, al igual que las propias medidas del país para tomar represalias: una serie de restricciones comerciales radicales, incluyendo prohibiciones directas de importaciones de alimentos de la Unión Europea y Estados Unidos. Levantar estas restricciones no sólo daría un impulso inmediato a la economía, sino que también aumentaría el crecimiento del PIB a largo plazo.

Otra reforma muy necesaria es la privatización. En la década de 1990, la economía rusa se sometió a una privatización a gran escala de los activos industriales. Sin embargo, durante el mandato de 18 años de Vladimir Putin, ese proceso se ha revertido en gran parte, hasta el punto de que, hoy en día, las empresas controladas por el Estado representan casi las tres cuartas partes del PIB de Rusia.

Si bien esta nacionalización fue casi tan amplia como la privatización que la precedió, no fue consistente ni se estableció públicamente como una política oficial. Algunas empresas fueron nacionalizadas para crear “campeones nacionales” que serían competitivos en los mercados mundiales. Otras fueron nacionalizadas como un medio para establecer control político sobre los posibles partidarios de la oposición.

Una gran porción de los activos industriales también cayó bajo control estatal a raíz de la crisis económica mundial del año 2008. Y, desde que Elvira Nabiullina asumió el cargo como presidenta del Banco Central de Rusia en el año 2013, se han nacionalizado más bancos privados grandes, como parte de un esfuerzo a gran escala para realizar una limpieza del sistema bancario.

Cualquiera que sea la justificación del gobierno para la nacionalización, el hecho es que las empresas controladas por el Estado están llenas de ineficiencias y operan a través de sistemas de incentivos que fomentan la corrupción. Si Rusia quiere construir una economía genuinamente dinámica apuntalada por industrias competitivas a nivel mundial, necesitará de un sector privado más fuerte.

La reforma económica comienza con el cambio político. En una democracia madura, dicho cambio a menudo ocurre después de una crisis económica, tras la cual los ciudadanos votan a favor de un nuevo liderazgo que se comprometió a implementar reformas. En un país sin instituciones democráticas fuertes, ese cambio podría venir en la forma de una revolución o una transición de poder pacífica, aunque a veces no democrática.

No obstante, en el caso de Rusia, el cambio político no parece estar a la vista. En las elecciones presidenciales a celebrarse en marzo del año 2018, Putin – quien cuenta con el apoyo pleno de las élites rusas y con el control total de los medios de comunicación y el aparato estatal – se enfrentará a oponentes simbólicos. Alexey Navalny, un popular líder de la oposición, está haciendo una campaña sobre una plataforma anticorrupción que verdaderamente aborda los desafíos estructurales que afectan a la economía de Rusia e incluye algunas reformas pro-mercado que son necesarias. Sin embargo, Navalny, en los hechos, está impedido de estar listado en la boleta de votación.

Por lo tanto, es casi seguro que Putin gane un cuarto mandato en el cargo. Y, sin que exista a la vista ninguna amenaza para su régimen en el corto o mediano plazo, hay pocas razones para pensar que por lo menos algo vaya a cambiar en el futuro previsible.

No cabe duda, se tiene un ejemplo histórico de reforma económica sin cambio político. A fines de la década de 1950, cuando la dictadura del Generalísimo Francisco Franco en España se encontraba en su tercera década, su gobierno emprendió reformas tecnocráticas. El resultado fue el llamado “milagro español” – un pico de una década y media de duración en el crecimiento económico.

Sin embargo, tomando en cuenta que hay docenas más de ejemplos de desarrollo económico descarrilado por el estancamiento político, la experiencia española no inspira mucha esperanza. Además, el pueblo ruso tiene una larga tradición de brindar su aprobación a sus líderes en tiempos de hambruna, guerra civil o invasión extranjera. En el caso de los rusos, es poco probable que el estancamiento económico les impulse a ir tras un cambio político, sin importar cuánto les duela dicho estancamiento.

Konstantin Sonin is a professor at the University of Chicago Harris School of Public Policy, a visiting professor at the Higher School of Economics in Moscow, and an associate research fellow at the Stockholm Institute of Transition Economics. Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos.

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