El estancamiento sectario de Siria

Lo que comenzó en Siria como una rebelión contra un régimen opresivo ha ido convirtiéndose en una guerra civil sectaria y, más recientemente, en un conflicto por procuración. En ese proceso, la lucha ha llegado a ser cada vez más enrevesada, con programas en conflicto entre los aliados, junto con tensiones comunitarias muy arraigadas, lo que vuelve la situación casi ingobernable.

Por un lado, los Estados Unidos, la Unión Europea, Turquía, Jordania, Arabia Saudí y Qatar respaldan a la oposición, un aluvión de facciones armadas con programas e ideologías diversos, que van desde el nacionalista sirio hasta el yijadista mundial. Esa desunión refleja las fisuras de la sociedad siria, consecuencia de más de cuatro decenios de un brutal gobierno autoritario.

Por otro lado, Rusia y el Irán (y su apoderado, Hezbolá, en el Líbano), cada cual por sus motivos propios, apoyan el régimen del Presidente Bashar Al Asad. Las motivaciones de Rusia están vinculadas con la herencia de la Guerra Fría. El régimen de Asad ha adoptado constantemente una posición antioccidental, alineándose con la Unión Soviética y después con Rusia. Actualmente, Siria representa el único punto de apoyo que le queda a Rusia en el mundo árabe, mientras que todos los oponentes regionales de Asad son aliados de los EE.UU.

La participación del Irán refleja una lucha diferente y mucho más antigua: la que enfrenta a suníes y chiíes por el dominio de Oriente Medio. Al aportar el Irán, dominado por los chiíes, armas, dinero, tropas y formación a las fuerzas de Asad, la dimensión sectaria del conflicto ha cobrado una mayor importancia. De hecho, las fuerzas gubernamentales han pasado a ser un ejército sectario, motivado por el miedo a que, si los rebeldes, en su mayoría suníes, resultan victoriosos, aniquilen a la minoría alauí, de filiación chií, que ha gobernado a Siria durante decenios.

Así las cosas, el régimen de Asad cuenta con una ventaja militar abrumadora, con una fuerza aérea, tanques, cohetes y armas químicas y biológicas. Para derrotarlo, la oposición necesita armas más avanzadas y quienes los apoyan están dispuestos a concedérselas. Turquía, Arabia Saudí, Jordania y Qatar, países encabezados por suníes todos ellos, han aumentado en gran medida su ayuda militar a los rebeldes sirios en los últimos meses. Incluso los Estados Unidos, que hasta ahora se han negado a prestar ayuda letal por miedo a armar a yijadistas mundiales, han anunciado recientemente que están preparando un plan para entregar armas a las fuerzas de la oposición.

Las tensiones entre suníes y chiíes suelen intensificarse en gran medida durante las luchas de poder geopolítico, como, por ejemplo, en el Iraq en el período 2006-2008. Antes, la última gran batalla entre suníes y chiíes en Oriente Medio entrañó una guerra casi constante entre el imperio Otomano suní y el imperio zafa vida chií durante los siglos XVI y XVII. Los otomanos vencieron por un pequeño margen y acabaron dominando el Iraq, pero el prolongado conflicto contribuyó a la decadencia de los dos imperios y devastó el Iraq, con lo que dejó tras sí una división sectaria.

Todo ello no es buen augurio para Siria. Desde el decenio de 1970, los Asad no han logrado fomentar el nacionalismo árabe para unir a la población dividida por razones religiosas y han recurrido, en su lugar, a una política sectaria y divisoria para dominar a la población de Siria. Si bien lograron que sus aliados alauíes ocuparan posiciones decisivas en el ejército y los servicios de inteligencia ayudaran a los Asad a mantener su dominio sobre el país, fue una estrategia que amplió y reforzó la escisión entre suníes y chiíes entre la población.

Cuando la “primavera árabe” empezó a desarrollarse, Asad adoptó el mismo planteamiento con la esperanza de reagrupar a sus partidarios alauíes y someter al resto de la población mediante el terror. Sin embargo, esa vez el plan salió al revés. La población suní siria, inspirada por las revoluciones en otros países árabes y horrorizada por la brutalidad del régimen, dejó, sencillamente, de sentir miedo, acontecimiento que ha cambiado la situación para el autoritarismo árabe.

Ahora las consecuencias del fracaso de los Asad en su intento de fomentar una ideología nacional compartida están resultando del todo claras. Los suníes de Siria están invocando cada vez más la teología para justificar el odio de la minoria chií y ciertas formas de exclusivismo chií, similares a la ideología y la concepción del mundo de Al Qaeda, están llegando a ser la norma. Si bien Asad ha logrado el renovado apoyo de la comunidad alauí, ha sido a costa de aumentar el propio peligro de que los rebeldes castiguen a todos los alauíes por los crímenes del régimen. A medida que continúa la guerra, las perspectivas para una solución negociada van disminuyendo.

Mientras el Irán aporta su influencia –y miles de millones de dólares–, los alauíes y los Estados del Golfo hacen lo propio en apoyo de los suníes, Siria va quedando destrozada. Pronto se habrá llegado demasiado lejos para que ninguno de los dos bandos pueda gritar victoria.

Bernard Haykel is Professor of Near Eastern studies at Princeton University. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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