El Estatut y la experiencia progresista

Por José Luis Martínez Ibáñez, subdirector de EL PERIÓDICO (EL PERIÓDICO, 24/10/05):

Con los trabucazos contra el Estatut de unos --muchos, electoralistas, toda una ofensa a la inteligencia-- y otros --menos, pero igual de impropios-- corremos el riesgo de no darnos bien cuenta de que Catalunya --y otro tanto España-- atraviesan por un momento trascendental. Nos convendría pues --es tarea de todos, de aquí y de allí-- apurar la reflexión para realizar durante el proceso puesto en marcha con la presentación del texto estatutario en el Parlamento español un ejercicio, si no de responsabilidad, sí al menos de realismo político. En el año más o menos largo que falta para la aprobación o frustración definitivas del nuevo Estatut van a aparecer en el escenario político tal suerte de variables que sólo se podrán despejar con la serenidad que da el saber lo mucho que se arriesga. En Catalunya, algo más que el Estatut: su imagen y su encaje en España, su dinamismo, las líneas maestras de su futuro --hasta ahora indefinidas--, su autoridad moral y política, su función de locomotora --criticada siempre, nunca puesta en entredicho-- y el aparcar o no el autogobierno en un desesperante paso del tiempo. En España, el fracaso de la experiencia progresista, con todo el desastre que ello acarrea. Cuando el Parlament aprobó la reforma (destacados políticos rogaron para que el proyecto se estrellara), selló la suerte del nuevo autogobierno catalán a la del Gobierno español. Con lo que en los meses venideros, si cunde el realismo, los de aquí tendremos que pensar en nosotros y en los de allá; y allá habrán de renovar su atmósfera dando aire a los de aquí. Personalmente, creo que será así y que habrá un buen Estatut. Porque cualquier otro planteamiento sería, por desgracia, quimera o ingenuidad. Veamos algunas realidades.

1. El milagro catalán. El pacto alcanzado en la Cámara legislativa catalana tiene más mérito que lo del hijo de Creso. Casar una sensibilidad confederalista (ERC), otra soberanista (CiU) y una tercera federalista (ICV) con el federalismo moderado del (PSC) aparecía como una misión imposible de esas que no tienen éxito. Hubo milagro, pero tales distintos perfumes se aprecian en el texto e irritan la pituitaria de la derecha y de parte de la sociedad española burdamente espoleada por ésta.

2. Estupor en la Moncloa. El viento de la irritación en caliente de Zapatero al conocer lo que Maragall le enviaba barrió hasta la última pizca de talante. El presidente esperaba un texto mucho más digerible, que no diese al PP la posibilidad de ponerle --como así es, de momento-- en bretes electorales. Pero al poco, de nuevo en la mesura, Zapatero afrontó el reto ("vamos a hacerlo bien") y se capuzó en una aventura que sus mayores --Felipe González uno de ellos-- creen un error político de irremediables consecuencias. Algo que dudo y que está por ver.

3. La zapatiesta del PP. Enloquecido en el desenfrenado intento de recuperar el poder por la directa, el PP ha montado un demoledor ariete con el Estatut. Hacen daño en el país sus irresponsables llamadas al enfrentamiento entre españoles, en un indigno revival del pasado. Sin embargo, es cierto que la propuesta catalana ha dado aire los populares, y los sondeos que maneja el Gobierno desalientan al PSOE. Pero, por contra, el Estatut se ha salvado de la poda brutal a la que le habría sometido el PP si su estrategia hubiera pasado por consensuar la reforma. Lo habría descafeinado, como hizo la República con el de Núria.

4. Barones sin peso. Estamos dando demasiada importancia a la palabrería contra el Estatut de barones socialistas como Bono y Rodríguez Ibarra. Sobresaltan, pero no pesan. El determinante será el virrey Chaves. Por la potencia de Andalucía (61 diputados en el Congreso) y porque Zapatero no puede hacer nada en el PSOE sin él. El Estatut no saldrá nunca con Andalucía en contra. En 1979, las dos autonomías se entendieron y fueron juntas. Esa comprensión-apoyo sigue siendo vital.

5. Tics confederalistas. En el PSC existe la amplia convicción de que Maragall se ha pasado un tanto de rosca. Culpa en parte del propio Zapatero, que al intermediar ante Mas para propiciar un acuerdo dio alas al president. Hoy por hoy, la sociedad española ya tiene bastante problema con asumir a sorbitos un modelo federalista. Complican el proceso del Estatut, por tanto, los tics confederalistas que se han deslizado en el redactado del Parlament: la bilateralidad de Catalunya con el Gobierno de Madrid, como claro ejemplo. El federalismo, en esencia, es multilateral. Un land alemán ni recauda todos los impuestos de su territorio ni negocia directamente con el Gobierno federal. Esa mixtificación del Estatut, dioptrías al margen ("en política lo que no es posible es falso", está escrito), no parece irresoluble. Los by-pass derivan el flujo sanguíneo para salvar el corazón, y de eso se trata, de que el núcleo duro del Estatut quede a salvo, y aún más, garantizado, con la constitucionalidad de la letra que lo envuelve. En este sentido, el término nación se puede ajustar a la Carta Magna, como aprecian los expertos en constitucionalidad. Y si se quiere dar en serio ese salto cualitativo hacia la España plurinacional, Zapatero debería aplicarlo con una buena fórmula de encaje y no plegarse a chantajes políticos ni escudarse en ellos.

6. El dique de ERC. La llave del Estatut en Madrid la tiene Carod. Sin ERC no se puede hacer nada, y con ella, CiU podría acusar a los socialistas catalanes del hipotético fracaso de la reforma. En contra de lo que se dice, el PSC no presenta enmiendas (carece de grupo parlamentario), y las tramitará el PSOE. Pero, sin ERC, los socialistas españoles no disponen de la mayoría para enmendar el texto estatutario, a no ser que se entendieran con el PP, y más fácil que eso es que todo el rebaño de camellos pase por el ojo de la aguja. En cuanto a CiU, se cuidará de quedar con el PP en un frente anticatalán. De la respuesta de Esquerra cuando Zapatero aplique la gamuza dependerá el futuro de Catalunya. Si se planta Esquerra, o se arrebuja en Convergència, cae el Estatut, y con él puede caer el Gobierno de Zapatero y el tripartito (ERC incluida) para nueva glorias del PP y de CiU, respectivamente. Maragall aparece bien debilitado ante Mas (nocivo ha sido el sainete entrópico del cambio del Govern), y en el jardín donde se ha metido el inquilino de la Moncloa se multiplicarán las adelfas si el debate parlamentario salta por los aires. Pero que nadie se llame a engaño: si el Estatut amenaza su alternativa de izquierda --la primera experiencia progresista en España desde la transición--, Zapatero lo dejará caer. Y quién sabe si entonces salvará los muebles.

y 7. El triunfo de Maragall. El president considera que ha entrado en la historia al conseguir el Estatut del siglo XXI. Cabe decir que así es. Pero si por ello se hunde Zapatero, ese triunfo se mutará en fracaso, también para la historia.

Si Madrid aprieta lo que no debe, irá mal. Si los partidos catalanes se instalan en la intransigencia, peor. Y perderían Catalunya y España. Nos vamos a jugar mucho en pocos meses. Ése es, a mi modo de ver, el gran problema que tenemos aquí. Y no, con todo el respeto, si Maragall remueve a unos consellers, no los remueve o los deja de remover.