El estigma del corazón de Europa

Desde que la República Checa preside la Unión Europea y su imagen ha adquirido relevancia mundial, al ser portada casi a diario en los medios internacionales, muchos en el "oeste" se preguntan por qué este país del "este", pequeño, con poco peso económico y recién incorporado a la UE, mantiene un discurso, tanto desde el Gobierno (Topolánek) como desde la Presidencia (Klaus), cual si se tratara de una potencia mundial.

Por una parte, en el Parlamento Europeo, el primer ministro checo Topolánek nos advierte a todos con rotundidad -desmarcándose descaradamente de una posición conjunta del Consejo de la UE- de que el plan Obama para hacer frente a la crisis económico-financiera mundial es un "camino al infierno". Por otra, el presidente Klaus, autodenominado "disidente" de la UE, predica allí donde va que el Tratado de Lisboa es "un error trágico", y el "europeísmo", una enfermedad y una amenaza.

Esta posición "contra corriente" y "contra todos" (proti všem), no es la de todo el país, sino tan sólo la del presidente de la República y la élite de un partido, el ODS, que encabeza un Gobierno checo que acaba de ser derrotado por una moción de censura en la Cámara Baja de Praga. Sin embargo, para entender esta posición, es necesario tener en cuenta el significado simbólico del fondo histórico que la sustenta. Y esto, al menos parcialmente, se debe a que esta élite de Praga está escenificando, consciente o inconscientemente, el estigma husita de la excepcionalidad checa, un mito medieval de la historia de este país que a continuación explico.

Los checos se reconocen como una nación pequeña, sin que esto signifique renunciar al cumplimiento de una misión histórico-mundial. La propia percepción de sí mismos de ser el "corazón de Europa" (Centroeuropa) -y jamás parte de Europa del Este como se le considera en el "oeste"- los convierte en algún lugar del imaginario nacional en baluartes y catalizadores de las sinergias provocadas en el continente europeo.

Estas energías externas, convertidas en ideas, vendrían a converger al centro, representado por las Tierras Checas, donde serían transformadas y reelaboradas -como si de una industria se tratara- para ser proyectadas de nuevo al exterior (al resto del mundo) de una forma original. Sólo de esta manera se puede entender el estigma de la "excepcionalidad checa", aunque siempre acompañado de la frustración de no haber sido entendidos por el "mundo exterior" cuando han aportado ideas renovadoras que daban respuesta a situaciones de crisis de orden mundial, y que incluso fueron reprimidas, si no traicionadas, por un Otro, un aliado más poderoso, aunque posteriormente fueran aplicadas por el mismo Otro que las reprimiera.

Un ejemplo de esto se puede observar en la forma de narrar la historia de Jan Hus. El rector de la Universidad de Praga, influenciado por el inglés Wycliff, se adelantó un siglo a las reformas de Martin Lutero. Sin embargo, el praguense acabó en la hoguera en 1415 traicionado por la Iglesia que le había invitado a Constanza para explicar sus ideas. Un ejemplo más reciente de la "excepcionalidad" con la que se autopercibe el checo es la Primavera de Praga. El socialismo "con rostro humano" de la Checoslovaquia de 1968 se presentaba como la solución al asfixiante socialismo soviético, pero fue reprimida por los mismos que casi 20 años después aplicaron una versión diferente de ésta, la perestroika, aunque demasiado tarde para poder reconstruir los tejidos lesionados de una URSS en decadencia.

Y hoy nos encontramos cómo Václav Klaus y la élite en Praga del ODS encarnan patológicamente este espíritu del estigma husita y lo adaptan en negativo al tiempo presente. En negativo, porque a diferencia de la Primavera de Praga, que estaba proyectada para los demás, esta élite sólo imagina el futuro para unos pocos, y así, invocando el espíritu de la excepcionalidad checa, creen tener la solución teórica tanto a la crisis económica mundial como a la política institucional de la UE. Con respecto a la primera, proponen más neoliberalismo, de ahí sus ataques al plan Obama; y con respecto a la segunda, la solución, dicen, pasa por una especie de retorno a la Comunidad Económica Europea (CEE), y, claro, en ese empeño "secuestrarán" el Tratado de Lisboa hasta donde puedan, porque para ellos éste aleja a los checos de aquel "paraíso perdido".

Estas ideas son respetables y defendibles, pero la forma en la que ellos las materializan, torpedeando a los demás, no son compatibles con la integración, sino con la desintegración europea.

Quién sabe si dentro de 100 años, en un ejercicio de historia contrafactual, habrá historiadores que crean que Topolánek y Klaus estaban en lo cierto. Pero hoy la posición poco creativa del "contra todo", y sin capacidad de liderazgo, de un país con poco peso económico no beneficia en nada los intereses de la República Checa en la Unión Europea. Pues lo que todavía no ha entendido esta élite política del ODS, ni lo entenderá mientras siga mirándose el ombligo, es que si la Unión Europea no va bien, la República Checa irá peor.

Daniel Esparza Ruiz, doctor en Ciencias Políticas y profesor en la Universidad Palacký de Olomouc, República Checa.