El estigma Sánchez

Lo votamos para castigar la corrupción. Hizo promesas. No cumplió. Nos engañó. Nos traicionó. Nos insultó. Nos destruyó a votantes y militantes. Pactó con los enemigos del socialismo y de su propio país. Se convirtió en un autócrata. Hoy día, en Europa, este Gobierno de Sánchez es solo comparable al régimen iliberal de otro autócrata como Orban. No hemos parado de justificarnos. Hicimos propósito de enmienda. Comenzamos a protestar. Años de humillación. Años de arrogancia e intemperancias contra quienes estábamos antes que ellos. Ahora tenemos la primera de las dos posibilidades de compensación. ¿Podrán los representantes de este descastado PSOE, a pesar de que muchos han sido buenos gestores, superar el estigma Sánchez? En cada lugar, ellos son sus representantes y delegados. Él los ha convertido en cómplices. Votando a Sánchez se vota a Bildu, Esquerra, Podemos (que acaba de pedir, en el Parlamento vasco, un referéndum sobre la Monarquía, y que se ríe de las víctimas de los violadores que, gracias a ellos, vuelven a salir a la calle) y demás socios.

El estigma SánchezQue nadie lo dude, volverá a acompañarse de esta jauría. Para él, los independentistas vascos y catalanes son los españoles de primera, el resto (incluidos los comparsas de los anteriores, los nacionalistas gallegos) de segunda o de tercera. Y los votantes pertenecientes a estas escalas inferiores, es decir, el 90% de la población restante, ¿respaldarán este insulto sobre ellos mismos? ¿Votarán, por ejemplo, el referéndum con el sinónimo que se inventen? El presidente Aragonès, al menos en esta cuestión, nunca ha mentido. El independentismo buscará atajos para llegar a sus fines. Y cuenta con algunos cómplices, incluso en el Tribunal Constitucional (el primer asalto ya se ha cumplido), donde la nueva magistrada, María Luisa Segoviano, habla de abrir vías para esa independencia de Cataluña, olvidándose de los procedimientos: disolver las Cortes, convocar elecciones y un referéndum nacional. O su compañera Balaguer, que reivindica el marxismo.

A Europa todas estas ideas peregrinas parecen seducirle. Con Rusia a las puertas y China en la trastienda, lo mejor sería la balcanización (allí costó varios miles de muertos) de nuestros territorios. Inicio de un proceso mortal de la UE y el mundo occidental. Y, además, teniendo a EEUU sumido en una profunda crisis institucional. El voto en las próximas elecciones debe ser el anticipo, en efectivo, de lo que tendría que ratificarse en las generales. Ninguna de las advertencias de Europa han sido atendidas, y así nuestra democracia está herida por la confrontación permanente. Advertencias de tipo legal y económico. Y, mientras tanto, la adoración nocturna a Sánchez. La que perpetraron los tres tenores, teatralizando un nuevo 23-F, esta vez del poder judicial. ¿De qué Hades salieron Batet-Gil y Bolaños? ¿Nadie les avisó que Halloween ya había pasado? Sí, Sánchez debe caer por su propio peso. Es la única manera de demostrar que no estamos equivocados. Caer, por otro lado, porque ni siquiera es César, aunque lo intente. La democracia debe demostrar su gran fortaleza y nosotros ayudarla. Demostrar que su autoridad puede imponerse a lo estrafalario y suicida. Nos equivocamos. Hemos hecho todo lo posible para repararlo. Y de no ser así, en mayo, que nadie vuelva a llamarse a engaño.

Todos los que hoy me acompañan en estas páginas, o a quienes yo acompaño, somos parresiastés, cultivadores de la parresía. Hablamos claro, decimos la verdad con pruebas, pues no se puede ocultar lo que se acaba de descubrir. Es un modo de estar en el mundo y un estilo de vivir en sociedad. Averiguamos lo que es la verdad y luego no podemos callárnosla. Foucault, en la Historia de la sexualidad, que yo citaba en mi libro La caza de los intelectuales, se refiere a las disputas entre los filósofos y el poder. Los filósofos, los intelectuales o los escritores. El filósofo francés, por ejemplo, hace este comentario: «Quien se dirige a un soberano, a un tirano, y le dicen que su régimen es perturbador y desagradable porque la tiranía es incompatible con la justicia, el filósofo, dice la verdad, cree que dice la verdad y, por añadidura, corre muchos riesgos». Foucault hace una distinción muy interesante que nos atañe muy directamente. Por una parte están las gentes, como yo mismo, lo que podríamos generalizar como escritores; y por otra, están los periodistas y los comentaristas políticos. Los primeros podemos decir la verdad, aunando intuición y conocimiento. Sin embargo, la labor de los periodistas generalistas y especialistas puede indagar mucho más allá de las propias palabras. Son los investigadores del crimen denunciado. Sí, los riesgos son innumerables, pero nadie piensa en ellos. De ahí las emboscadas permanentes y de todo tipo contra la libertad de expresión y los medios díscolos. Al intelectual, al filósofo, al escritor, ya poco mal le pueden hacer. Al resto, sí. Por ejemplo, avisando y amenazando. Pues la verdad siempre hiere, aunque sea fácil de curar con otras mentiras. O como acaba de declarar la infausta ministra Montero (la peor de las dos), calificando a los periodistas de «terroristas sexuales» y pidiendo su control y censura.

Durante la segunda mitad del siglo XX, la libertad fue la mayor meta. Durante los inicios de este siglo han crecido los poderes antidemocráticos, donde la libertad ha pasado a un segundo plano, o bien está directamente sujeta a control. La libertad no tiene realidad social sin una esfera pública políticamente garantizada. En nuestro mundo occidental aquejado de nuevo por la guerra militar y la crisis económica, la democracia liberal ha sido una excepción en un orbe regido cada vez más por el autoritarismo. La libertad de pensamiento y expresión siempre ha estado muy mermada en nuestro país, excepto en estas cuatro décadas de democracia. Pero la tiranía también se puede colar a través de un sistema parlamentario. Conocemos los ejemplos más recientes. Una vez elegido el presidente legalmente, puede mentir, manipular instituciones y tergiversar leyes apoyado en los votos manchados que le dan otras fuerzas minoritarias que no votaron sus cándidos votantes.

El escritor está atrapado por su deber de decir la verdad, por su capacidad para expresarla y manifestarla pero, sin embargo, no tiene posibilidad de actuar, no tiene una posibilidad física para intervenir. Costica Bradatán en Morir por las ideas opina que Foucault «olvidó» que el resplandor de la parresía, el resplandor de la verdad, también puede ser una maldición. Decirlo todo, hablar sin reservas, decir permanentemente lo que se piensa ¿puede llegar a cansar? ¿No será esta también una táctica del poder? Frente a tanta mentira, demasiada verdad. ¿Cuál de los dos escudos de Perseo deslumbra más? ¿Habrá algo que podamos callarnos? ¡No! Periodistas, columnistas, colabores ocasionales, no debemos callarnos nada: es una obligación, ser completos, abarcarlo todo. Somos notarios, abrimos las mentes, damos paso a las reflexiones de los ciudadanos. Pero, ¿podemos decirlo todo? Las mentiras corren más rápidas que las verdades. Por cada mentira nos exigen varias verdades. ¿Y las verdades no son más difíciles de demostrar? Siempre hay algo que no queremos oír. La vida social es posible gracias a los silencios rasgados. Nuestra coexistencia es una comprensión mutua y, a veces, hasta un difícil perdón recíproco. Eso fue lo que se hizo con la Constitución y con la Transición, y eso es lo que ha sido roto por este Gobierno. Los viejos fantasmas que una y otra vez nos ensangrentaron han vuelto.

Decir la verdad también crea enemistades entre los propios, porque no todos la saben y tienen la capacidad de contarla. Y puede crear mala fama. Nosotros no podemos ofrecer más que eso. Sin embargo la política puede dar favores. Y su capacidad de propaganda y compra de voluntades es ilimitada. Lo comprobaremos en este año electoral que se inicia con el estreno de la docuserie sobre Sánchez, que empalidecerá al Franco, ese hombre, de Sáenz de Heredia. La gente también necesita dosis de mentiras, de engaños, de falsas ilusiones. Entonces, ¿callar o no callar? Esto último, sin lugar a dudas, por supuesto. A pesar de nuestra vulnerabilidad nadie nos hará callar frente a los asesinos de toda índole, a los rupturistas de nuestra paz, a los populismos de todo signo, o a los agresores neosoviéticos: es decir, quienes silencian los asesinatos de mujeres en Irán y Afganistán por haber sido anteriormente comprados, quienes tratan de debilitar a Europa y desintegrar nuestra civilización. Quienes hacen renacer el nepotismo y la prevaricación, los cómplices de los malversadores y los sediciosos. Tampoco callaremos contra aquellos que no han leído a Montesquieu.

César Antonio Molina fue ministro de Cultura. Sus dos últimos libros publicados son: 'Las democracias suicidas' (Fórcola) y 'Qué bello será vivir sin cultura' (Destino).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *