El euro cumple 20 años

Este mismo mes, hace veinte años, nacía el euro. Para los ciudadanos comunes, poco cambió hasta que se introdujeron los billetes de euros en 2002. Pero en enero de 1999, comenzó oficialmente la “tercera etapa” de la Unión Económica y Monetaria, cuando se fijaron “irrevocablemente” los tipos de cambio entre los 11 estados miembro originales de la eurozona y la autoridad en materia de política monetaria fue transferida al nuevo Banco Central Europeo. Lo que sucedió desde entonces guarda importantes lecciones para el futuro.

En 1999, el sentido común dictaminaba que Alemania incurriría en las mayores pérdidas como consecuencia de la introducción del euro. Más allá del riesgo de que el BCE no fuera lo suficientemente firme con la inflación como había sido el Bundesbank, el marco alemán estaba sobrevaluado y Alemania tenía un déficit de cuenta corriente. Se creía que fijar el tipo de cambio en ese nivel plantearía un serio desafío para la competitividad de la industria alemana.

Sin embargo, 20 años después, la inflación es aún más baja de lo que era cuando el Bundesbank estaba a cargo, y Alemania mantiene superávits de cuenta corriente persistentemente grandes, lo que es considerado una prueba de que la industria alemana es demasiado competitiva. Eso nos lleva a la primera lección de los últimos 20 años: el desempeño individual de los países de la eurozona no está predestinado.

Las experiencias de otros países, como España e Irlanda, refuerzan esta lección, y demuestran que la capacidad de adaptación a las circunstancias cambiantes y la voluntad de tomar decisiones difíciles importan más que la situación inicial de la economía. Esto también se aplica al futuro: no está para nada garantizado que la predominancia actual de Alemania, por ejemplo, vaya a continuar en los próximos 20 años.

Sin embargo, la creación de la eurozona fue retrospectiva. La principal preocupación durante los años 1970 y 1980 había sido una inflación alta y variable, muchas veces impulsada por un crecimiento salarial de dos dígitos. Las crisis financieras estaban casi siempre asociadas a brotes de inflación, pero antes habían sido limitadas en alcance, porque los mercados financieros eran más pequeños y no estaban profundamente interconectados.

Con la creación de la eurozona, todo cambió. Las presiones salariales disminuyeron en todo el mundo desarrollado. Pero la actividad de los mercados financieros, especialmente entre fronteras dentro de la zona del euro, creció exponencialmente, después de haber estado reprimida durante décadas. Por ejemplo, los activos intrafronterizos de los países miembro de la eurozona, principalmente el crédito bancario y de otro tipo, crecieron de aproximadamente el 100% del PIB a fines de los años 1990 al 400% en 2008.

Luego estalló la crisis financiera global hace diez años, que tomó a Europa por sorpresa. La primera crisis deflacionaria desde los años 1930 fue especialmente virulenta en Europa debido a la montaña de deuda que se había acumulado en los diez años anteriores, cuando los países tenían los ojos puestos en el espejo retrovisor.

Por supuesto, la eurozona no fue la única que fue tomada por sorpresa por la crisis financiera, que había empezado en Estados Unidos con títulos supuestamente seguros basados en hipotecas de alto riesgo. Pero Estados Unidos, con su sistema financiera (y político) unificado, pudo superar la crisis con relativa rapidez, mientras que, en la eurozona, una cascada de crisis en cámara lenta recayó sobre muchos estados miembro.

Afortunadamente, el BCE dio pruebas de ser robusto. Sus autoridades reconocieron la necesidad de virar el foco de la lucha contra la inflación –el objetivo que se había planteado el BCE- a frenar la deflación. En definitiva, el euro sobrevivió porque, cuando la situación se puso delicada, los líderes de los estados miembro de la eurozona invirtieron capital político para implementar las reformas necesarias –inclusive después de culpar al euro de los problemas de sus países.

Esta tendencia a demonizar al euro antes de reconocer la necesidad de protegerlo sigue vigente hoy en día –y debería servir como una segunda lección de los últimos 20 años-. El gobierno de coalición populista de Italia solía hablar en tono desafiante sobre violar las reglas del euro, y algunos directamente defendían una salida de la eurozona. Pero cuando las primas de riesgo de los mercados financieros aumentaron, y los ahorristas italianos no compraron los bonos de su propio gobierno, la coalición rápidamente cambió el tono.

En verdad, el desempeño económico de la eurozona no ha sido tan malo como da a entender el flujo aparentemente interminable de titulares lúgubres. El crecimiento del PIB per capita se ha desacelerado en los últimos 20 años, pero no más que en Estados Unidos u otras economías desarrolladas.

Es más, los mercados laborales de Europa continental han atravesado una mejora estructural mucho mejor de lo reportado; la tasa de participación de la fuerza laboral aumentó cada año, inclusive durante la crisis. Hoy, la proporción de la población adulta que está económicamente activa es más alta en la eurozona que en Estados Unidos. El empleo ha alcanzado nuevos picos y el desempleo, aunque todavía está alto en algunos países del sur, sigue declinando.

Estas realidades económicas implican que, inclusive si el euro no es particularmente muy querido, es reconocido ampliamente como un elemento fundamental de la integración europea. Según la última encuesta de Eurobarometer, el apoyo al euro está en un pico sin precedentes del 74%, mientras que menos del 20% de la población de la eurozona está en contra. Inclusive Italia hace alarde de una fuerte mayoría pro-euro (68% vs 18%). Allí reside una tercera lección clave de las dos primeras décadas del euro: a pesar de sus muchas imperfecciones, la moneda común ha ofrecido empleos y el apoyo para abandonarlo es limitado.

Sin embargo, probablemente la lección más importante resida en otra parte. Los primeros 20 años del euro fueron muy diferentes de lo que muchos esperaban, lo que resalta la importancia de reconocer que el futuro quizá sea diferente del pasado. Por consiguiente, sólo un compromiso con la flexibilidad y la voluntad de hacer frente a los nuevos desafíos garantizará el éxito continuo de la moneda común.

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie Internationale and International Finance.

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