El euro en una zona cada vez más reducida

La reciente cumbre de la Unión Europea fue un desastre. Tanto Gran Bretaña como Alemania jugaron un juego que no debían: el Primer Ministro británico, David Cameron, aisló a Gran Bretaña de Europa, mientras que la Canciller alemana, Angela Merkel, aisló la zona del euro de la realidad.

Si Cameron hubiera llevado un programa de crecimiento económico a la cumbre, habría estado luchando por algo real y no le habrían faltado aliados. En cambio, aceptó el programa de austeridad de Merkel, que su propio gobierno está aplicando independientemente, y optó por vetar las propuestas sobre un nuevo tratado europeo para proteger la City de Londres, cosa que entusiasmó a los euroescépticos del Partido Conservador de Cameron, pero no ofreció nada para contrarrestar la medicina letal prescrita por la Dama de Hierro de Alemania.

El acuerdo alcanzado en Bruselas excluye la posibilidad alguna de gestión keynesiana de la demanda para luchar contra la recesión. Los déficits presupuestarios “estructurales” quedarían limitados al 0,5 por ciento del PIB, con sanciones (aún no reveladas) para los infractores.

Ésa es una cura inadecuada para la crisis de la zona del euro. La doctrina de Merkel sostiene que la crisis es la consecuencia de un derroche estatal, por lo que sólo una norma “estricta” sobre el presupuesto equilibrado puede impedir la reaparición de crisis semejantes.

Pero el análisis de Merkel es totalmente equivocado. No fue el gasto creador de déficit por parte de los gobiernos lo que alimentó el desplome económico del período de 2007-2008, sino una excesiva concesión de créditos por parte de los bancos. Las deudas en aumento de los Estados han sido una consecuencia de la depresión económica, no su causa. Lo que se debería haber integrado en la estructura institucional de la UE no era la austeridad fiscal permanente, sino una severa reglamentación financiera. De esta última hay pocas señales.

Más importante de forma inmediata es la inacción de la “unión fiscal” propuesta en materia de recuperación europea. Las cifras son desalentadoras: antes de la cumbre, el Banco Central Europeo redujo su previsión sobre el crecimiento del PIB de la zona del euro para 2012 del 1,3 por ciento al 0,3 por ciento, que casi con toda seguridad es optimista. De hecho, la zona del euro se contraerá en la primera mitad del próximo año –y probablemente en la segunda mitad también, por culpa de las políticas de reducción del déficit que ahora se aplican–, lo que supondrá una presión aún mayor para los bancos y los soberanos.

La razón por la cual la recuperación del desplome del período 2007-2008 ha sido tan anémica es sencilla. Cuando una economía se contrae, la deuda estatal aumenta automáticamente, porque sus ingresos disminuyen y sus gastos aumentan. Cuando recorta el gasto, su deuda aumenta aún más, porque los recortes hacen que la economía se contraiga aún más, con lo que aumenta, en lugar de disminuir, la probabilidad de que el Estado suspenda pagos.

En la zona del euro, los compradores de la mayoría de las deudas estatales han sido bancos privados. A medida que esa deuda aumenta, el valor de los activos de los bancos baja, con lo que la crisis de los soberanos ahoga a los bancos. Al someter a unos gobiernos debilitados a un racionamiento férreo, Merkel provocó una crisis financiera inevitable. Seguir predicando la salvación mediante la austeridad, mientras la economía se deteriora y los bancos se desploman, es repetir el clásico error del Canciller alemán Heinrich Brüning en el período de 1930-1932.

Desde luego, la zona del euro necesita algo más que un rescate. La periferia debe recuperar la competitividad y algunos se han animado al ver la reducción de los déficits comerciales de los países mediterráneos: según dicen, los desequilibrios comerciales estructurales dentro de la zona del euro se están corrigiendo. Lamentablemente, esas correcciones no se basan en un aumento de las exportaciones, sino en la reducción de las importaciones, a consecuencia de los reducidos niveles de actividad económica.

La idea de que un país puede lograr un superávit comercial no importando nada es tan extravagante como la de que un gobierno puede saldar su deuda privándose de ingresos. El gasto de una persona es el ingreso de otra. Al insistir en que sus principales socios comerciales recorten su gasto, Merkel está desconectando a Alemania de sus fuentes principales para su propio crecimiento.

Así, pues, ¿sobrevivirá la moneda única? Dos políticas que, combinadas, podrían salvarla han quedado fuera del programa. La primera es la relajación cuantitativa (imprimir moneda) en una escala heroica. Se debería conceder al BCE la competencia para comprar cualquier cantidad de bonos estatales griegos, italianos, españoles y portugueses para reducir sus réditos hasta casi el tipo alemán, lo que podría estimular el crecimiento real mediante varios cauces: reduciendo los tipos de interés de los préstamos, aumentando el valor nominal de los activos públicos y privados y debilitando el euro frente al dólar y otras divisas, pero los efectos de la relajación cuantitativa en la actividad económica son inciertos y semejante política inflacionaria podría incitar a los socios comerciales de Europa a ejercer represalias.

Ésa es la razón por la que se debería aplicar la relajación cuantitativa junto con un programa de inversiones a escala de la zona del euro encaminado a modernizar las infraestructuras decrépitas de la Europa oriental y meridional. Los gastos de capital por parte de los gobiernos, a diferencia de los gastos corrientes, se pueden autofinanciar mediante los gravámenes cobrados a los usuarios, pero, aun cuando no sea así, una inversión pública bien elegida produce grandes beneficios: las carreteras nuevas reducen los costos del transporte y los nuevos hospitales producen una mano de obra más sana.

Ya existe una institución, el Banco Europeo de Inversiones (BEI), para aplicar ese programa. Se debería recapitalizarlo en la escala suficiente para contrapesar los efectos contractivos de los programas nacionales de reducción del déficit en Europa.

La relajación cuantitativa, combinada con la inversión pública, impulsaría el crecimiento que la zona del euro necesita urgentemente para lograr una reducción gradual de su carga de la deuda, pero es casi seguro que no se aplicará ninguna de esas dos políticas y mucho menos aún las dos juntas.

El BCE está comprando bajo cuerda bonos estatales en el mercado secundario, pero su nuevo gobernador, Mario Draghi, insiste en que esa intervención es temporal, limitada y destinada exclusivamente a “restablecer el funcionamiento de los cauces de transmisión monetaria”. En la reciente cumbre de la UE nadie propuso que se convirtiera el BEI en un motor de crecimiento, por lo que la sangría continuará.

Eso significa que la zona del euro no tiene salvación; el euro sobrevivirá, pero la zona se contraerá. Lo único que está por ver es la escala, el momento y la forma de su desintegración. Grecia –y probablemente otros países mediterráneos– suspenderá pagos y recuperará la libertad para imprimir moneda y devaluar sus tipos de cambio.

A consecuencia de ello, habrá sacudidas en todo el mundo, pero a veces son necesarias sacudidas para romper el hielo y hacer que empiece a correr al agua otra vez.

Robert Skidelsky, miembro de la Cámara de los Lores británica y profesor emérito de Economía Política en la Universidad Warwick. Traducido del inglés por Carlos Manzano.

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