El éxito de "Patria"

Hoy parece que Patria, la novela de Fernando Aramburu, siempre nos acompañó. Que esas dos duras madres paralelas Bittori y Miren siempre estuvieron regañándonos y friendo pescado para cenar. Que siempre supimos que al Txato le dolió, más que el último disparo, la flaqueza de su alma gemela Joxian: un asesinato se puede perdonar, pero ¿cómo soportar que tu mejor amigo te retire el saludo? Ahora parece que siempre supimos que la variedad vasca de la banalidad del mal consistió en la miseria de la soledad y de la afonía.

El éxito de PatriaEl éxito de la novela de Fernando Aramburu se mide no solo por sus ventas, sino por la naturalidad con las que ya se han asumido las premisas fundamentales de su relato sobre la historia vasca. Parece que Patria no se publicó el septiembre pasado, sino hace ya alguna década. Este éxito hasta permite una predicción. Cuando en el futuro la historia intente explicar y desmenuzar esa tensa trama de crisis política, económica y religiosa que constituye al País Vasco de la segunda mitad del siglo XX, las investigaciones usarán los títulos de los numerosos capítulos que estructuran esta novela. El país de los callados ya es uno de los más populares.

¿Cómo hay que interpretar este éxito colosal? En primer lugar, es posible que el público sintiese que el terrorismo y los problemas vascos, monopolizadores de las páginas de los diarios durante tres décadas, estaban infrautilizados como tema literario. Se necesitaba dar espesura a esa desaparecida experiencia cotidiana. La generalidad de esta percepción no implica que sea completamente acertada. Como le fue recordado a Fernando Aramburu cuando manifestó un parecer similar, existen otros relatos valiosos sobre el terrorismo en el País Vasco, como las preciosas memorias contenidas en El comensal de Gabriela Ybarra. La situación encuentra un paralelismo en el éxito cosechado por Ocho apellidos vascos: muchas críticas afirmaron que por primera vez se podía reír sobre el terrorismo cuando Vaya semanita llevaba varios años provocando carcajadas. El público ha sentido, sin embargo, que con Patria se llenaba un vacío. Este juicio, sin embargo, se puede justificar si se tiene en cuenta la perspectiva de la novela. El modo panorámico como Aramburu disecciona la sociedad vasca no tiene parangón con las otras obras que, incluso si han discurrido sobre el terrorismo, lo han hecho de modo más unilateral. Se ha discutido bastante sobre el realismo de Patria. No es una descripción justa en la medida en que la novela se nutre de herramientas impensables en el siglo XIX. Sin embargo, existe si no realismo, sí un vínculo con la matriz inspiradora de la gran novela clásica: a Patria la inspira una ambición conscientemente extraliteraria. En vez de ensalzar las virtudes nacionales como en esas novelas patrióticas del XIX latinoamericano, la obra de Aramburu quiere rastrear los vicios intransferibles de dos generaciones de vascos. Como ya insistió José Carlos Mainer, su popularidad se debe precisamente a haber conseguido reflejar a los miembros más representativos de aquella sociedad. Naturalmente al público le atrae la posibilidad de acercarse a una realidad tan interesante y compleja como el País Vasco en una obra cerrada.

Patria adopta una perspectiva absolutamente contraria al ensimismamiento, al autor encerrado en lo pulcramente literario, en el manido ars gratia artis. Por este motivo, se atreve a sancionar y cometer el pecado más grave para la estética contemporánea: ser una literatura que quiere ser algo más que literatura. A la novela de Aramburu no le importa perder la batalla de la literatura, si gana la guerra de la historia. La historia del Txato quiere convertirse en memoria histórica del País Vasco. La ambición documental, de la que el mismo novelista ha sido el primer apologeta, es la clave del éxito.

En sus declaraciones públicas Aramburu se ha querido alejar de la equidistancia ética. Moralmente es inaceptable tener los mismos sentimientos hacia una víctima y hacia un asesino. Si Aramburu huye de esta indiferencia, literariamente adopta un tono mucho más neutro, al menos en la construcción de los personajes. Y este antimaniqueísmo, unido a cierto pesimismo antropológico, es la segunda explicación del éxito. Un relato, por sobresalientes que fuesen sus cualidades literarias, no podría haberse convertido en la novela total del País Vasco si solo hubiera sido leída por la mitad de los ciudadanos vascos. Aramburu evita con astucia las excusas fáciles a las que podrían haber recurrido cualquiera de las dos polaridades del mundo vasco –la nacionalista y la no nacionalista– para desinteresarse del texto. Por este motivo, ninguno de los malos será totalmente malo y, sobre todo, ninguno de los buenos, salvo quizá la humanísima Arantxa, es decididamente bueno. El Txato paga el impuesto revolucionario hasta que la cuenta le sale demasiado cara y Bittori, su viuda, es catedrática en amargar la vida de sus hijos. Esta decisión estética de aligerar los negros y los blancos ha contribuido sin duda a que el nacionalismo también haya sido persuadido, aunque sea a medias, por esta Patria tan poco bucólica.

Por último, la neutralidad no es solo moral y política, sino también estilística. Los personajes de Aramburu son planos. Aunque limita su interés literario, se trata de la única manera de representar a tipos sociales de modo unívoco. Los caracteres de Patria se alejan tanto de la perfección moral como de cualquier signo de extravagancia. La desproporcionada diferencia del éxito entre Patria y Verdes valles, colinas rojas de Ramiro Pinilla no la causa que esta última obra concluya cuando ETA comienza a matar, sino que se debe a que los personajes de Aramburu son mucho menos lunáticos que los que pueblan Verdes valles –como Maida, Ella, Ama o cualquiera de los Baskardo–, con los que un público masivo solo se podrá identificar en casos excepcionales.

Si la ambición de fresco y la neutralidad estilística permiten explicar el éxito, es necesario advertir de la única consecuencia peligrosa que podría acompañar a este triunfo literario. Resulta muy positivo que el País Vasco cuente con un relato sobre su traumático pasado no solo de notable calidad literaria, sino de una contención y mesura que han permitido que las dos partes interesadas le hayan concedido cierta legitimidad. Sin embargo, el éxito de Patria no debe impedir que se escriban otros relatos, que esta historia sea perfeccionada y completada por obras. Falta por escribir un relato especialmente urgente. Con todo derecho, Patria opta por el gris: Txato no es un héroe, por eso es tan fácil identificarse con él. La historia, novelada o no, de esos actos heroicos que existieron en el País Vasco queda por contarse. Y a pesar de que lo blanco no suele ser el mejor material para la literatura, sin ese blanco, parcial y restringido, posiblemente no sería posible entender la paz actual del País Vasco, ni siquiera el mismo éxito de Patria.

Miguel Saralegui, profesor en la Universidad Adolfo Ibáñez (Santiago de Chile).

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