El experimento alemán de filosofía política

Al día siguiente de las elecciones federales alemanas de septiembre, el ganador, Olaf Scholz, declaró que la victoria de los socialdemócratas (SPD) era un mandato para un Gobierno “social, ecologista y liberal”. Una frase curiosa del seco y discreto exalcalde de Hamburgo. ¿Puede un Gobierno combinar realmente esas tres tradiciones político-filosóficas distintas? ¿No hay tensiones entre ellas y dentro de ellas? ¿Dónde está el terreno común que las une?

En realidad, el comentario no era más que una expresión de la realidad política. Como en muchos otros países europeos, incluida España, el panorama político en Alemania se está fragmentando. Aunque los socialdemócratas han obtenido victorias inesperadas, las elecciones los han dejado cerca de sus mínimos históricos y con muy pocos diputados para gobernar solo con sus socios preferidos, Los Verdes. Tampoco los democristianos, la alianza de la canciller saliente Angela Merkel, podían formar un Gobierno bipartito con sus socios preferidos, los liberales (FDP). Scholz sabía que su mejor oportunidad para suceder a Merkel como canciller era construir un Gobierno tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales, el primero de este tipo en la historia de Europa.

El experimento alemán de filosofía políticaConocido como “coalición semáforo”, este Gobierno, tras dos meses de negociaciones, se hará cargo de la mayor economía de Europa. La semana del 6 de diciembre, Merkel dejará su cargo tras 16 años como canciller. Scholz la sustituirá. Y así comenzará un fascinante experimento de combinación de fuerzas y visiones de la socialdemocracia, el ecologismo y el liberalismo. La era del semáforo está amaneciendo en Alemania. Si tiene éxito, será un poderoso modelo para los progresistas de toda Europa.

La aritmética política no es la única razón de esta coalición. Las personalidades también la hacen posible. Scholz es un socialdemócrata de corte liberal, que dirigió su ciudad portuaria con competencia empresarial y que fue durante los últimos tres años ministro federal de Finanzas con Merkel. Los dos líderes de Los Verdes, Annalena Baerbock y Robert Habeck, son centristas. El líder liberal Christian Lindner es económicamente de derechas, pero también un libertario cuyos instintos sobre las libertades personales se alinean con la izquierda. Juntos presentaron su acuerdo de coalición en Berlín el 24 de noviembre, y ya parecen un Gobierno, un equipo.

La participación de los liberales preocupa a algunos socios europeos como Emmanuel Macron. Lindner apoyó en su día la expulsión de Grecia de la moneda común, se ha pronunciado a favor de un estricto Pacto de Estabilidad y Crecimiento para la zona euro y se opone a los impuestos de la UE. Será ministro de Finanzas bajo las órdenes de Scholz (Baerbock será ministra de Asuntos Exteriores y Habeck, de Economía). Sin embargo, el acuerdo de coalición no descarta una macroeconomía progresista como algunos temían. Permite un aumento de la inversión nacional alemana a través de agencias especiales e instrumentos de inversión, y utiliza un lenguaje abierto sobre el “mayor desarrollo” de las normas fiscales de la eurozona.

Cada partido incluye sus principales prioridades en el acuerdo de coalición. Los socialdemócratas consiguen un aumento del salario mínimo de 9,60 euros a 12 (por hora), pensiones estables y la construcción de 400.000 nuevas viviendas. Los Verdes logran el objetivo de acabar con la energía del carbón y que el 80% de la energía proceda de renovables para 2030. Los liberales conquistan nuevos incentivos fiscales para las empresas y la protección del freno constitucional de la deuda alemana, que limita el gasto deficitario.

Pero lo alentador del documento es que no se trata de una simple lista de mínimos denominadores comunes. Por el contrario, es una visión coherente de un proyecto común que combina los puntos fuertes de los tres partidos. Los gobiernos de Merkel aportaron estabilidad y madurez, pero fueron demasiado prudentes y dejaron a Alemania necesitada de modernización. Esa es la misión que se ha propuesto la nueva coalición: conducir al país hacia el futuro. El título del contrato de coalición es “atrévete con el progreso”, una referencia al lema “atrévete con la democracia” del canciller socialdemócrata Willy Brandt.

Este progreso adopta principalmente dos formas. La primera es una audaz liberalización de la política social. La coalición del semáforo reducirá la edad para votar a 16 años, legalizará el consumo de cannabis, permitirá a los médicos informar sobre los servicios de aborto (actualmente no está permitido) y facilitará la autoidentificación de las personas transexuales. Lo más llamativo es la apertura de la identidad alemana: pronto los inmigrantes podrán obtener la ciudadanía cinco años después de su llegada, tres en algunos casos; asimismo, se pondrá fin a la actual prohibición de la doble nacionalidad.

La segunda es un gran impulso a la modernización en una “década de inversiones”. Las infraestructuras alemanas son sorprendentemente deficientes para un país tan próspero: internet es lento; las carreteras, los ferrocarriles y los puentes suelen estar en mal estado; y el despliegue de las energías renovables es lento. El acuerdo de coalición incluye medios para financiar nuevas e importantes inversiones y utilizar mejor el gasto público, por ejemplo, consolidando los presupuestos y fomentando más iniciativas privadas en el ámbito de las infraestructuras digitales.

El tiempo dirá si los partidos del semáforo trabajarán bien juntos. Muchos de los nuevos diputados socialdemócratas son jóvenes y de la izquierda del partido. ¿Se llevarán bien con un ministro liberal de Finanzas? Las diferencias en política exterior, entre el enfoque socialdemócrata en las exportaciones y el enfoque verde en los derechos humanos, ¿provocarán conflictos en temas como China? Además, el acuerdo de coalición deja algunos aspectos abiertos al debate, como la postura alemana sobre las normas fiscales de la eurozona. Pero el espíritu es positivo: los líderes de los tres partidos hablan de la necesidad de compromiso y cooperación. Las políticas que han anunciado suponen un serio compromiso conjunto para sacar al país adelante.

Si la nueva coalición tiene éxito, eso resonará mucho más allá de las fronteras de Alemania. Vivimos en una época de crisis: nuevas fracturas sociales, la pandemia, la emergencia climática, los trastornos tecnológicos y económicos, las nuevas y duras realidades geopolíticas. Ninguna escuela de pensamiento ideológico tiene el monopolio de las respuestas a estos desafíos; ninguna tradición filosófico-política posee la verdad del progresismo. Una nueva política “social-ecologista-liberal”, si es pionera en Alemania, se convertirá en un poderoso ejemplo de cómo navegar por estas realidades.

Al fin y al cabo, las distintas filosofías se necesitan mutuamente. La socialdemocracia depende de un sector privado dinámico, las virtudes del liberalismo, para la prosperidad compartida. Una economía social-liberal fuerte también debe valorar las riquezas no materiales —aire limpio, seguridad climática, calidad de vida, libertades civiles— asociadas a la tradición política verde. A su vez, el ecologismo necesita el espíritu liberal que creará las nuevas tecnologías limpias necesarias para detener el cambio climático. Por su parte, tanto el liberalismo como la ecología tienen un socio indispensable en la socialdemocracia: ni una economía de mercado fluida ni una acción medioambiental ambiciosa pueden tener éxito en sociedades desgarradas entre ricos y pobres, entre los de dentro y los de fuera, entre ganadores y perdedores.

Es difícil imaginar que nuestras sociedades democráticas estén a la altura de los retos de las próximas décadas sin una fusión ingeniosa de la cohesión aportada por la socialdemocracia, el compromiso con una acción climática drástica y una sociedad más sana aportados por la tradición verde, y la innovación y apertura aportadas por el liberalismo. Se refuerzan mutuamente, y los tres son necesarios. Eso es lo que hace que el experimento político que está a punto de tomar el poder en Berlín sea tan emocionante. Puede que triunfe o que fracase. Pero en cualquier caso, la nueva placa de Petri alemana merece una atención especial.

Jeremy Cliffe es editor internacional de The New Statesman y colaborador de Agenda Pública.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *