El expreso Rohaní

Contra todo pronóstico, los comicios presidenciales iraníes del pasado 14 de junio fueron pacíficos y sorprendentes. La elección de Hasán Rohaní, un clérigo de modales templados, para ser el undécimo presidente de la República Islámica de Irán ha suscitado grandes esperanzas en muchos iraníes y no iraníes, dentro y fuera del país. La falta de acuerdo en el sector intransigente facilitó mucho la victoria de Rohaní y el día de las elecciones el voto conservador se dividió entre los cuatro candidatos de la línea dura. Además, la retirada del candidato reformista Mohamed Reza Aref de la carrera electoral evitó la división del voto entre él y Rohaní. En consecuencia, este se convirtió en el único candidato no conservador que habló de la mejora de las condiciones de vida y de la defensa de las libertades.

De hecho, los comicios presidenciales iraníes del 14 de junio se convirtieron en una especie de movimiento no violento contra el conservadurismo político del país, pero también en un referéndum sobre cuestiones como la inflación, el desempleo, las relaciones con Occidente y, más en concreto, el programa nuclear iraní y las sanciones que ha conllevado. Es interesante señalar que, hace menos de dos semanas, los periodistas y políticos occidentales se preguntaban si las elecciones iraníes tendrían alguna influencia relevante en el programa nuclear de la república islámica. Ahora habría que decir simplemente que sí. En su condición de firme partidario del programa nuclear, pero también de profundo detractor de los errores cometidos por los sucesivos equipos negociadores iraníes, Hasán Rohaní es el mejor candidato para el puesto. Tiene un buen historial universitario y es autor de siete libros, entre los que habría que resaltar el último, publicado en 2011 y titulado Seguridad nacional y diplomacia nuclear. No deberíamos olvidar que, durante la presidencia de Mohamed Jatamí, en su etapa de jefe del equipo negociador del programa nuclear, Rohaní definió claramente la posición de Irán, después de consultarla con los principales actores del panorama político iraní.

Dicho de otro modo: para muchos observadores, Rohaní es un hombre de consenso, no un actor pasivo que espera a que surja el diálogo. Es decir, al contrario que Said Yalilí, que durante los últimos seis años llevó los planes nucleares iraníes a un callejón sin salida, Rohaní siempre ha sido partidario de reducir las tensiones con los países occidentales y de evitar las sanciones contra su país. Por tanto, su elección augura una solución para las negociaciones nucleares de Irán y para la necesidad que tiene su pueblo de que suavicen las sanciones. Pero lo que hace todavía más sorprendente la elección de Rohaní es que, a diferencia de los demás candidatos autorizados, a él no se le considera cercano al líder supremo del país. Antes de su acceso a la presidencia, la impresión general era que el ayatolá Jameneí era partidario bien de Said Yalilí o de Mohamed Baker Kalibaf.

Ya fuera porque el líder supremo cambió de opinión o porque simplemente permitió que se impusiera la opinión del pueblo iraní, no cabe duda de que la elección de Hasán Rohaní podría facilitar sus pasos hacia el apaciguamiento de las tensiones en Irán, aliviando a su pueblo de las desilusiones y los desencantos políticos surgidos durante los últimos ocho años, sobre todo desde los amañados comicios presidenciales de 2009. Y, lo que es más importante, la elección de Rohaní devuelve la política exterior iraní a un espíritu de apertura, al tiempo que envía un mensaje positivo, de diálogo y amistad, a la comunidad internacional, y sobre todo a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania, que ayudará a reintegrar a Irán y a retirar algunas de las sanciones más severas que lastran su economía.

En consecuencia, se diría que la elección de Rohaní, en lugar de crear más desafíos internacionales, parece disminuir las tensiones entre Irán y el mundo exterior. Esto significa que Rohaní aportará seguramente un nuevo tono de moderación a la política exterior de su país y más concretamente a las tensiones existentes en Oriente Próximo, aunque la inclusión de su Gobierno en una solución consensuada para Siria depende de demasiados factores. Dos son los más importantes: en primer lugar, Rohaní tendrá que lidiar con Jameneí, con un Parlamento controlado por los conservadores y con el poderoso puño de la Guardia Revolucionaria. En segundo lugar, deberá mejorar las relaciones con Arabia Saudí y Catar, sin dejar de ayudar indirectamente a la Administración de Obama a esquivar a los halcones, los neoconservadores y al grupo de presión israelí en Washington.

Rohaní también podría ofrecer una oportunidad para aliviar las crecientes tensiones sectarias en el golfo Pérsico. Para ello tendría que mostrarse más activo en sus contactos con Arabia Saudí y Catar. El lunes 17 de junio, durante su primera conferencia de prensa como presidente electo, Rohaní señaló que en 1998 había firmado un acuerdo de seguridad con los saudíes y sugirió que para su Gobierno sería prioritario salvar las distancias con la casa de Saud. Según Rohaní, Irán pretende tener “relaciones amistosas y estrechas” con los Estados vecinos, sobre todo con Arabia Saudí. Respecto a los saudíes, uno de los principales aliados de las fuerzas de oposición que se enfrentan al régimen de Bachar el Asad, apoyado por Irán, Rohaní añadió: “No solo somos vecinos, sino hermanos”. No deberíamos olvidar que durante los 16 años (1989-2005) que Rohaní ocupó la secretaría del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán mejoraron las relaciones del país con Arabia Saudí, que habían conocido sus peores momentos durante la revolución de 1979 y la guerra irano-iraquí de 1980-1988. El futuro acercamiento de Irán a los saudíes y a Catar sería un gran soplo de optimismo, que no solo auguraría el regreso de Irán al concierto de las naciones, sino un estrechamiento de la sima que separa a suníes y chiíes, y la posible solución de la crisis en Siria. Rohaní sabe jugar bien sus cartas en situaciones difíciles, pero a pesar de todo necesitará colaborar más estrechamente con Jameneí.

Es cierto que Hasán Rohaní, desde que ocupa cargos en la república islámica, nunca ha cruzado ninguna de las líneas rojas del sistema iraní. Llegó incluso a condenar las manifestaciones posteriores a las elecciones de 2009, tachándolas de iniciativas de “personas engañadas”. Sin embargo, su intención de poner fin al aislamiento internacional de Irán podría servir de puente entre los partidarios del líder supremo y los reformistas iraníes. Entretanto, el apoyo absoluto e incondicional de dos expresidentes, Akbar Hashemi Rafsanyaní y Mohamed Jatamí, será crucial a la hora de determinar el futuro reparto del poder político en la república islámica. De hecho, el principal desafío al que se enfrenta Rohaní radica en el mantenimiento del equilibro entre los diferentes grupos de presión y en la necesidad de evitar que alguno de ellos cobre fuerza suficiente para plantarle cara. En ese contexto, un resultado positivo de las conversaciones con estadounidenses y europeos podría ser realmente crucial. Pero Rohaní también necesitará mantener los ánimos de sus partidarios iraníes, entablando una batalla desigual contra la mala gestión, la corrupción y la violación de los derechos humanos que han contribuido al declive de la diplomacia iraní.

Es cierto que nadie espera un súbito cambio de dirección de la política interna de Irán ni de su posición respecto a Occidente, pero no hace falta decir que la elección de Rohaní puede proporcionar al ayatolá Jameneí, al Basij y a la Guardia Revolucionaria iraní la oportunidad de frenar la decadencia política y de escapar a la vergonzosa situación internacional que han legado los ocho años de destemplado Gobierno de Ahmadineyad.

Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní, es catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.

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