El extraño giro de Alemania contra el comercio

La ventana de oportunidad para completar la Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión (ATCI) entre Estados Unidos y la Unión Europea se está cerrando a pasos acelerados. Este año y el próximo se llevarán a cabo elecciones nacionales en Estados Unidos, Francia y Alemania, y las campañas se desarrollarán en un contexto cada vez más hostil a los acuerdos internacionales de cualquier tipo. El mayor riesgo podría provenir de la fuente menos pensada: Alemania, una potencia exportadora.

Tal como están las cosas, el 70% de los ciudadanos alemanes se oponen a la ATCI, casi el doble del promedio de otros países europeos. Creen, de manera casi unánime, que Alemania no se beneficiará económicamente, que los salarios de los trabajadores menos calificados se verán afectados, que las grandes corporaciones ganarán poder a expensas de los consumidores, que la protección de datos y del medio ambiente resultará comprometida y que los derechos de los ciudadanos se verán debilitados.

Pero muchos estudios han demostrado que todos estos argumentos son exagerados o directamente erróneos. Por cierto, Alemania -cuyo progreso económico desde el fin de la Segunda Guerra Mundial se debió a su constante apertura al comercio internacional y la integración económica, y que sigue siendo una de las economías más abiertas y dependientes del comercio de Europa- estaría entre los principales beneficiarios de la ATCI.

Se proyecta que la ATCI aumentaría el ingreso anual per capita en Alemania un 1-3%, o 300-1000 euros por año para 2035. Es más, considerando que casi el 50% de los empleos alemanes están asociados, directa o indirectamente, al sector comercial, el acuerdo también ayudaría a proteger el empleo. Y, al impulsar la capacidad de Estados Unidos y de Europa para fijar estándares comerciales globales, la competitividad internacional de las empresas alemanas aumentaría. No todos los individuos o empresas van a ganar con la ATCI, pero el efecto neto en la economía y los ciudadanos de Alemania sería claramente positivo.

¿Por qué, entonces, tanta gente en Alemania se opone al acuerdo?

Una razón es que el aparente éxito económico de Alemania ha aumentado la aversión al cambio. El país no sólo sorteó la crisis financiera global de 2008-2009 y la crisis de deuda soberana europea; en verdad, prosperó en los últimos años, experimentando un crecimiento sólido del PIB y enormes alzas salariales. La tasa de desempleo se ha reducido a la mitad desde 2005, alcanzado un mínimo récord de 4,6% en la actualidad, y su excedente de cuenta corriente se disparó a un impactante 8% del PIB.

La sensación de ser la superestrella económica de Europa ha generado una inercia política, que llevó al país casi a un alto total en materia de reformas económicas. Si bien la mayoría de los otros países de Europa están buscando desesperadamente alguna oportunidad para sacar a su país de la crisis, los alemanes ven pocos motivos para juguetear con un status quo ostensiblemente próspero.

Desafortunadamente para Alemania, su sendero actual no es tan tranquilo y seguro como la gente tiende a pensar. De hecho, desde su década perdida como el "hombre enfermo de Europa" en los años 2000, Alemania alcanzó a otras economías avanzadas sólo en algunas áreas. Todavía tiene una de las tasas más bajas de inversión pública y privada entre los países de la OCDE, y se verá afectada más que la mayoría por un drástico cambio demográfico en los próximos diez años. Más allá de ofrecer un impulso económico inmediato, la ATCI ayudaría a Alemania a hacer frente a los desafíos de más largo plazo que enfrenta.

La oposición de Alemania a la ATCI también refleja la reciente explosión del sentimiento populista y nacionalista en gran parte del mundo occidental. El atractivo de este tipo de fuerzas es particularmente pronunciado en la UE, debido a la percepción popular de que la integración europea ha debilitado la soberanía nacional y ha dejado a los ciudadanos a merced de la toma de decisiones de tecnócratas no electos. Lo último que muchos europeos quieren es que otro conjunto de reglas supranacionales, formuladas a puertas cerradas, gobierne sus economías.

Este sentimiento es especialmente agudo en el caso de los alemanes, que todavía se sienten amargados por haber sido el pagador de Europa durante la crisis. Algunos ahora temen que la ATCI sea sólo otro ardid, destinado a aprovecharse de la fortaleza y generosidad de Alemania. Superar este miedo no será tarea sencilla.

Una tercera razón para la oposición de Alemania a la ATCI es que el país ya está inmerso en una batalla por la redistribución de la riqueza. Alemania actualmente tiene la desigualdad más alta de riqueza privada en la eurozona, y ha experimentado un marcado incremento de la desigualdad salarial en los últimos veinte años.

En verdad, muchos alemanes anticipan un mayor incremento de la desigualdad. No sólo muchas veces se elude el pago del salario mínimo; algunos políticos han capitalizado los temores de la actual llegada de refugiados para ganar votos, con el argumento de que una apertura a los extranjeros no hará más que agravar la desigualdad.

A la desilusión de los alemanes se suma la sensación -compartida por muchos en Europa y otras partes- de que el sistema está "manipulado". Los gerentes de Volkswagen recibieron sobresueldos gigantescos este año, a pesar del escándalo global causado por el esfuerzo de varios años por parte de la compañía destinado a evadir los estándares en materia de emisiones. Y la divulgación de los Papeles de Panamá ha revelado de qué manera la gente más rica evita pagar impuestos. Por ende, los argumentos de que la ATCI beneficia principalmente a los ricos ha tocado la fibra sensible de los sindicatos, entre otros.

Una economía dependiente del comercio tiene mucho para ganar con el libre comercio, especialmente con un mercado tan grande como el de Estados Unidos. Alemania debería estar utilizando su influencia política para convencer a sus homólogos europeos de sellar el acuerdo. Por el contrario, con la vertiginosa caída de la popularidad de los dos partidos políticos más importantes del país, la Unión Demócrata Cristiana y los socialdemócratas, es poco probable que los líderes de Alemania hagan presión para que se firme un acuerdo que no sea popular. Estas son malas noticias para todos -especialmente para los alemanes.

Marcel Fratzscher, a former head of International Policy Analysis at the European Central Bank, is Committee Chairman and President of the think tank DIW Berlin.

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