El extremismo maligno

Este artículo no puede versar sobre el monstruo -que no loco- Anders Behring Breivik, ni sobre su disparatado manifiesto en el que critica a medio mundo, incluyéndome a mí por las las tesis de mi libro La Yihad en España. Su horrendo crimen es el preocupante síntoma de una gravísima enfermedad que aqueja a una parte lamentablemente significativa de la humanidad: el extremismo, la radicalidad y el odio que justifican la violencia más sanguinaria. La distancia que nos separa ya de la barbarie nazi hace que una parte del mundo sea cada vez menos consciente del horror que esas repugnantes ideologías pueden engendrar; se banalizan las consecuencias y la bruma del tiempo difumina la vergüenza que debe pesar sobre los seguidores de cualquier fanatismo.

Los momentos de crisis e incertidumbre, de miedo al paro o la quiebra, son los más propicios para que arraiguen la locura fanática y el populismo. Cabe recordar que el ascenso del nazismo se produjo tras la implosión de la República de Weimar y su descalabro financiero y crisis inflacionista de proporciones cósmicas. Los fanáticos consiguen en esos instantes estigmatizar a cualquiera que sirva de chivo expiatorio; confunden musulmán con islamista radical y a inmigrante con delincuente. Buscan lo que podríamos definir como un repliegue identitario defensivo, que es un refugio cómodo ante el miedo al vacío. En momentos de crisis los pilares del Estado de Derecho se debilitan, pues mucha gente prefiere la certidumbre simplista del fanatismo al esfuerzo de salir de la crisis sin renunciar al sistema de libertades.

Los fanáticos del siglo XXI, con base y origen distinto, son iguales a los del XX: pretenden imponer su ideología por la violencia y la coacción. Se sienten superiores y poseen un sentimiento delirante de mesianismo destructivo. La extrema derecha ha sido capaz de reinventarse y agazaparse en nuestras sociedades esperando a dar un zarpazo terrible. El ser humano se inmuniza contra casi todo y sólo parece reaccionar ante terribles masacres como la de Noruega. En mi libro Contra Occidente explicaba cómo los fanáticos de todo color están conectados, se consultan y se imitan en el modus operandi, , incluso aquellos de ideología aparentemente antagónica. Los horrendos crímenes de Breivik son de la misma naturaleza que los de Bin Laden, Al Zawahiri, Mohamed Atta o cualquier otra alimaña del terrorismo yihadista. Los crímenes de unos dan la excusa a los otros y viceversa. Hemos entrado en terrible y oscura fase de acción-reacción fanática.

No sólo la extrema derecha violenta y antisistema, sino también la que trata de jugar dentro del sistema, confunden deliberadamente islam e islamismo radical. Esta confusión les conviene extraordinariamente, pues así pueden fundamentar su campaña de odio contra todos los musulmanes, basada en calumnias y en un irresponsable populismo. Gracias a esa confusión interesada los fanáticos neonazis y sus hermanos en la barbarie justifican incluso el asesinato en masa. Pero que nadie se equivoque: el objetivo del fanatismo extremista no son sólo musulmanes o inmigrantes, sino todos los demócratas, los que no pensamos como ellos, los que creemos que los derechos y libertades fundamentales pertenecen a todos los seres humanos con independencia de su sexo, raza, religión o nacionalidad. Breivik asesinó a decenas de jóvenes que creían en esos valores.

En algunos países de Europa se ha dado a lo largo de los últimos años un progresivo salto desde el voto obrerista de izquierdas al de la extrema derecha. La extrema derecha europea juega bajo las reglas de las instituciones, y en muchos países obtiene representación parlamentaria. En algunos incluso han tenido un peso institucional considerable, como por ejemplo Jörg Haider en Austria, o el Partido de los Auténticos Finlandenses, que logró un respaldo superior al 19% en las últimas elecciones del país nórdico. En Dinamarca, la extrema derecha es también la tercera fuerza política. Pero en la base, el fanatismo xenófobo y antidemocrático es un fenómeno global que se ha desarrollado y fortalecido al amparo del relativismo de nuestras sociedades. Ya saben: todas las ideas son respetables. Pues no: el islamismo radical, el fascismo, el nazismo, el estalinismo, el populismo, el indigenismo radical, el caudillismo, el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, las dictaduras de todo color, incluidas las comunistas, no son respetables. Son abominables y repugnantes.

La democracia no es perfecta, pero no es atacándola como vamos a mejorarla. Muchos enemigos de la libertad piden una democracia mejor (ya sabemos que a los dictadores les encanta ponerle apellidos a la democracia: socialista, real, participativa, orgánica, comunitaria, confesional, islámica...), pero las bases democráticas deben mantenerse firmes ante quienes pretenden su destrucción. Los fanáticos consideran como sus peores enemigos a la democracia y a los demócratas, pero son ellos quienes no deben tener cabida en cualquier sociedad avanzada y fundamentada en la libertad. Por ello, más que alianza de civilizaciones habría que hablar de coalición de demócratas, los que de verdad creen que los derechos fundamentales son universales.

Hay que marginar a los fanáticos, estigmatizarlos, señalaros con el poderoso e implacable dedo democrático colectivo como escoria y excrecencia de la sociedad, tengan el color que tengan o esgriman la excusa que esgriman. La democracia no debe ser tolerante con la intolerancia. Democracia no debe ser sinónimo de debilidad. España ha dado ejemplo de firmeza democrática contra el terror que es producto del fanatismo de ETA y su mundo. Europa debe hacer lo mismo con todos los fanatismos.

Todo esto es síntoma de serios males que aquejan al mundo, y que no hacen más que agravarse. Los desafíos a los que se enfrentan las democracias en general y Europa en particular son gravísimos, y uno no puede por menos que preguntarse si el liderazgo del siglo XXI está a la altura de la titánica tarea. Demasiadas veces los partidos democráticos han contemporizado con la derecha extrema por razones de coyuntura política. En España hay un centroderecha responsable, moderado, con sentido de Estado, con altura de miras, con capacidad de liderazgo, tolerante, respetuoso del pluralismo y la diversidad, equilibrado y sensato, que nunca ha sucumbido a esa peligrosa tentación. Por ello es necesario que al frente de ese proyecto haya alguien como Rajoy, que por convicciones, personalidad y talante, es la antítesis del populismo y que ha tenido siempre muy claros todos esos principios.

Cuando el monstruo Breivik nos califica de blandos, nos reafirma en nuestro compromiso democrático de defensa de la libertad, la tolerancia y el pluralismo. Somos tolerantes y moderados con todos los demócratas, compartan o no nuestras ideas. Con quienes seremos siempre implacables es con los fanáticos de todo color y pelaje, desde islamistas radicales a bestias sanguinarias como Breivik y sus correligionarios. Firmeza frente a la barbarie y tenacidad en defensa de nuestro sistema de libertades.

Por Gustavo de Arístegui y San Román, portavoz de Exteriores del Partido Popular.

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