El extremismo sonriente de Rodríguez Zapatero

En el número 31 correspondiente a enero-febrero de 1973, la revista Nuovi Argomenti -dirigida por Alberto Moravia, Pier Paolo Pasolini y Enzo Siciliano- publicó las respuestas que el escritor y ensayista Italo Calvino dio a las Otto domande su sull´estremismo que los directores de la publicación formularon a diversos intelectuales y políticos italianos de la época. Lo curioso del caso -esa impresión se tiene hoy al leer dicho texto- es que la respuesta de Italo Calvino -indudablemente condicionada por la dramática situación política italiana de finales de los sesenta del siglo pasado- no ha perdido su actualidad, más de treinta años después de haber sido escrita, si de lo que se trata es de interpretar la práctica política -el temperamento político, incluso- de Rodríguez Zapatero.

Sostiene Italo Calvino que el término «extremismo», por su imprecisión, no resulta útil para expresar y motivar un juicio. El intelectual italiano tiene razón: no es fácil saber de qué hablamos cuando hablamos de extremismo, es decir, cuando intentamos caracterizar esa tendencia a adoptar ideas extremas o exageradas tan frecuente en el ámbito de la política. Por su parte, la sociología y la politología tampoco aportan excesiva luz y precisión cuando afirman que el extremismo es el comportamiento propio de quienes desean un cambio político, económico, social o cultural de índole radical. El extremismo, en fin, no parece interesar demasiado a la ciencia social. En cualquier caso, Italo Calvino afirma, al respecto, un par de cosas interesantes: que el extremismo -valga cualquiera de las dos definiciones de uso corriente sacadas a colación unas líneas más arriba- suele ser un comportamiento irresponsable; que el extremismo siempre encuentra quien lo escuche.

Prosigamos -antes de aplicar la teoría de Italo Calvino a la práctica de Rodríguez Zapatero- con la reflexión del autor italiano. Nuovi Argomenti pregunta: «El extremismo es inseparable del moralismo, tanto sincero como demagógico. ¿Por qué?». El escritor y ensayista, que implícitamente acepta la relación entre extremismo y moralismo, responde diferenciando el moralismo -«el moralismo ha sido siempre una de mis bestias negras», dice- de la moralidad: «el moralismo -contesta nuestro autor- establece las reglas para los demás, mientras la moralidad establece las reglas para uno mismo». Y, sin solución de continuidad, saca a relucir una definición de Franco Fortini: «Moralidad es tendencia a una coherencia entre valores y comportamiento; y conciencia del desacuerdo. Moralismo es error de quien niega que deban o puedan existir valores y comportamientos distintos de los que la moralidad tiene vigentes en un momento dado».

Finalmente, Italo Calvino advierte que el extremismo tiene vocación redentora y que un dirigente político puede apoyarse en el extremismo -extremismo de la situación, de los estados de ánimo, de las ideas- sin ser necesariamente un extremista.
Si Italo Calvino hubiera conocido a Rodríguez Zapatero, constataría la bondad de sus divagaciones sobre el extremismo publicadas en el ya lejano año de 1973. Y, muy probablemente, escribiría una coda a la respuesta dada a Nuovi Argomenti en la que calibraría el extremismo -camino de convertirse en paradigmático de las sociedades avanzadas de nuestro tiempo- del Presidente. El ensayista italiano hablaría de la irresponsabilidad de quien abre un proceso selectivo de revisión histórica que confunde -si lo sabrá él, que en su juventud fue partisano y a partir de esa experiencia construyó buena parte de su obra- memoria e historia en beneficio de ciertos intereses del presente y con el objeto de obtener determinados réditos políticos. El ensayista italiano hablaría de la irresponsabilidad de quien recupera la dinámica frentepopulista con el único propósito de provocar y acorralar a la oposición democrática. El ensayista italiano -que luchó contra el fascismo- hablaría de la irresponsabilidad de quien recobra la ingenuidad de un flower power pacifista que erróneamente cree que la paz es un universal absoluto del género humano al que debe supeditarse la libertad y la vida digna.

El ensayista italiano -que luchó contra el fascismo, insistimos- hablaría de la irresponsabilidad de quien dialoga con una banda terrorista y medita qué concesiones puede hacer a mayor gloria de un pacifismo que rima con zoologismo y le puede permitir consolidarse en el poder. El ensayista italiano también hablaría del moralismo de quien descalifica a los que viven y piensan de acuerdo con unos valores distintos a los suyos. Finalmente, el ensayista italiano se percataría del afán redentor de un Rodríguez Zapatero que, en lugar de referirse a la liberación de clase, como al parecer correspondería a un político de izquierda, se empeña en liberar a unas minorías supuestamente oprimidas. Incluso es posible que el ensayista italiano -obstinado en mostrar la bondad de su teoría, decíamos antes- terminara la coda apuntando quiénes pueden creer el discurso de Rodríguez Zapatero, quiénes pueden «prestar fácilmente oídos a la llamada de formulaciones extremistas»: quizá los que ahora quieren ganar la Guerra Civil y la Guerra Fría, los que hace años nos querían conducir de la dictadura franquista a la dictadura comunista; quizá los que desean hacer tabula rasa de una Transición coronada con éxito, los arrogantes y sectarios que piensan que sólo la izquierda tiene la legitimidad política mientras la derecha y el centro liberales son meros accidentes políticos que hay que eliminar; quizá los que pretenden retornar al espíritu del 68, los que -con sus viejos y nuevos graffitis que ya no necesitan escribir en las paredes: ahora tienen el poder- castigan lo que no comparten o no entienden al tiempo que erosionan los valores de la cultura occidental; quizá los que se dejan llevar por cualquier canto de sirena.

Acabada la coda, mientras depura el estilo -mientras dota lo escrito con ese toque de elegancia tan característico de quien, también en el ensayo, desea narrar el «impalpable fluir de la vida»-, Italo Calvino se preguntaría cómo es posible el predicamento alcanzado por Rodríguez Zapatero y cómo es posible conciliar la tradicional acritud del extremista con la sonrisa permanente de Rodríguez Zapatero. ¿Acaso se trata únicamente de un demagogo? ¿Acaso estamos ante un extremismo frívolo y oportunista? En la biblioteca de su casa de Siena encuentra la respuesta. Se la brinda Maquiavelo en un pasaje de El Príncipe: «Los hombres en general juzgan más por los ojos que por las manos; porque a todos les es dado ver, pero tocar a pocos. Todos ven lo que pareces, pero pocos perciben lo que eres». Terminada la coda -después de pensar durante unos instantes en un maquiavelismo sinónimo de camino retorcido, astucia y malicia políticas, y oportunismo y cinismo en la obtención y consolidación del poder- volvería a la primera página en la que, a modo de encabezamiento, copiaría unas líneas ya escritas en la primera respuesta a Nuovi Argomenti: «Diré, en fin, que creo justo tener una conciencia extremista de la gravedad de la situación y que esa gravedad requiere espíritu analítico, sentido de la realidad, responsabilidad de las consecuencias de cada acción, palabra o pensamiento; cualidades, en suma, no extremistas por definición». El artículo se publicaría en el Corriere della Sera con el título de L´estremismo sorridente di Rodríguez Zapatero. Juan Pedro Quiñonero se haría eco del escrito en la Revista de Prensa de ABC.

Miquel Porta Perales, crítico y escritor.