El fabuloso legado de Marie Curie

Tras tomar el tren en Varsovia hacia París en 1891, a sus 24 años de edad, Maria Sklodowska viajó durante tres días sentada en una silla plegable en cuarta clase. El faro intelectual de la Ciudad de la Luz servía entonces de guía no solo para artistas como Rimbaud, Picasso, Brancusi o Albéniz, entre tantos otros, sino que París también ejercía su poderosa atracción sobre los jóvenes interesados por las ciencias. Maria, además, iba con el firme propósito de formarse allí para, más tarde, poder regresar y contribuir al progreso de su país que en esos momentos estaba desbaratado con su territorio repartido entre Austria, Prusia y Rusia.

Tres años antes, en la Varsovia ocupada en que su familia había perdido todo, Maria y su hermana Bronislawa (Bronia) habían realizado un pacto: Bronia sería la primera en partir hacia París para estudiar medicina gracias a la ayuda financiera que Maria obtendría trabajando como institutriz de una familia terrateniente, ahorrando hasta el último céntimo, a unos 100 kilómetros de Varsovia. Las hermanas también acordaron que, en cuanto Bronia se estableciese en París, Maria se reuniría allí con ella para poder estudiar ciencias.

El fabuloso legado de Marie CurieEste pacto y su cumplimiento estricto dan una primera idea del carácter emprendedor, sacrificado y previsor de Maria. Cuando Maria se matriculó en la Facultad de Ciencias de la Sorbona, ésta contaba con 776 estudiantes, de los cuales solo 23 mujeres y, de éstas, solo media docena eran extranjeras. Y es que para la sociedad de la época, ser estudiante era casi sinónimo de prostituta. Pero Maria, en su humildísima chambre de bonne, vivía desdeñando los convencionalismos, deslumbrada por sus ídolos científicos y por la política en materia de educación y de investigación de la Tercera República. Sin renunciar al profundo arraigo que sentía por su patria, no tardó en identificarse con su país de adopción, lo que incluso la llevó a afrancesar su nombre pasando a ser Marie. A pesar de dedicar todo su tiempo al estudio y de su vida solitaria y monástica, Marie consideraría más tarde ese tiempo como "uno de los mejores recuerdos de mi vida".

La edad de Marie podría parecer ya avanzada para emprender una carrera de ciencias. Recordemos, por ejemplo, que Einstein -quien llegaría a ser su amigo- pergeñó la relatividad cuando tenía 25 años. Pero esto tampoco amilanó a Marie, quien terminó una doble licenciatura siendo la primera de su promoción en física y la segunda en matemáticas. Inmediatamente después se inició en la investigación científica en el laboratorio de Gabriel Lippmann y al poco tiempo conoció al también físico Pierre Curie, con quien contraería matrimonio en 1895.

Los logros científicos de Marie y Pierre Curie son ampliamente conocidos. En su tesis, Marie Curie revelaría que los rayos descubiertos por Becquerel procedían de una propiedad intrínseca de los átomos: la radiactividad. Desde que, en 1898, Marie gana un premio de 4.000 francos de la Academia de Ciencias, el matrimonio se afana en un laboratorio rudimentario por aislar de varias toneladas de pechblenda los agentes activos de la radiactividad: así aíslan un elemento que es 400 veces más radiactivo que el uranio y que fue bautizado con referencia al país natal de Marie: el polonio. Unos meses después aislarían otro elemento que era el doble de radiactivo que el polonio: el radio.

En 1903, Marie Curie fue la primera mujer en recibir un Nobel, lo recibió junto a Pierre Curie y Henri Becquerel. Pero no todo era brillante en la vida de Marie: los testigos de la época describen su laboratorio como una especie de establo espartano desprovisto de las más mínimas comodidades. En total, dedicaría 35 años al estudio de la radiactividad. Al observar sus efectos de quemazón sobre la piel, los Curie propusieron el uso del radio para tratar tumores cancerígenos, dando así lugar a la curieterapia que más tarde se denominaría radioterapia.

La muerte de Pierre en 1906, cuando fue arrollado por un carro de caballos, sumió a Marie en una profunda depresión de la que pudo salir gracias al asidero de la ciencia y de la obligación de educar a sus hijas. Marie pasó a ocupar la cátedra que Pierre había dejado libre, llegando así a ser la primera mujer en impartir clases en la Sorbona. En 1911 recibió un segundo Premio Nobel, convirtiéndose en la primera persona de la historia que recibió dos de estos premios.

Sin embargo, a pesar de sus logros tan pioneros, se le negó reiteradamente la entrada a la Academia de Ciencias. Y es que Marie Curie sufrió terriblemente los efectos del machismo y de la xenofobia tan presentes en la Francia de su época. Lejos de la imagen complaciente y un tanto aburrida proyectada en la biografía escrita por su hija Ève, sabemos hoy que Marie era alguien tremendamente apasionada tanto en su trabajo científico como en su vida personal. Tras la muerte de Pierre, su relación amorosa con el eminente físico Paul Langevin dio lugar a un escándalo público hoy incomprensible, pero el caso es que Marie puede ser considerada como una de las primeras víctimas de la prensa amarilla.

Con el fin de explotar sus descubrimientos, en 1909 consiguió emprender en París la creación del Instituto del Radio para el desarrollo de la radioterapia. El centro se terminó en 1914, pero su actividad se vio interrumpida prematuramente por la Primera Guerra Mundial, cuando Marie decide movilizarse y consigue crear una flotilla de unidades quirúrgicas portátiles conocidas como las petites Curies. Junto con su hija Irène, pasa la guerra realizando radiografías y asistiendo a los heridos.

Al terminar la guerra, Marie puede volver al Instituto del Radio y dedica toda su energía a su desarrollo, incluso viajó a Estados Unidos para recaudar fondos. En su primer viaje, en 1921, consigue los 100.000 dólares para la compra de un gramo de radio que servirá para sus experimentos en París. Pero el segundo gramo que obtiene en otro viaje, 8 años después, lo dona a la Universidad de Varsovia. Y es que Marie nunca olvidó su intención de regresar a Polonia para ayudar a su desarrollo; tras diversos avatares, en 1932, pudo por fin crear en la capital polaca, junto a su hermana Bronia, otro Instituto del Radio. Se culminaba así aquel pacto de juventud entre las hermanas, a la vez que Marie cumplía su compromiso por contribuir al desarrollo de Polonia.

Tras su muerte por leucemia en 1934, Marie Curie nos dejó un legado fabuloso. En ese mismo año y en el Instituto francés del Radio, Irène y su marido Frédéric descubrirían la radiactividad artificial, lo que les llevaría, también a ellos, a ganar el Premio Nobel. Más allá de su interés en el estudio de la composición íntima de la materia, la radiactividad ha encontrado numerosísimas aplicaciones que van desde la medicina a la datación de objetos o su uso en la genética. El Instituto del Radio se convirtió en el actual Instituto Curie, uno de los líderes en investigación biomédica del mundo y el Instituto de Física Nuclear, en Orsay, fundado en 1956 por iniciativa de Irène y de Frédéric Joliot-Curie, es uno de los laboratorios de física nuclear más prestigiosos del planeta. El Instituto del Radio de Varsovia es hoy el Instituto de Oncología Curie, el más importante de Polonia.

Gracias a su inteligencia y a su tenacidad, Marie Curie rompió numerosas barreras en su tiempo, tanto en el ámbito científico, como en el social enfrentándose con convencionalismos hipócritas. Y lo que es aún más notable: su vibrante legado la sobrevive hoy y trasciende poderosamente hacia el futuro. Su determinación, valentía y coherencia sirven, en esta sociedad un tanto desorientada en que vivimos, de ejemplo vívido a las nuevas generaciones que se interesan por las ciencias. No nos cabe duda de que su vida y su legado hacen de Marie Curie la mujer más relevante del siglo XX.

Diana Bachiller Perea es investigadora en el sincrotrón SOLEIL, Île-de-France.
Rafael Bachiller es astrónomo, director del Observatorio Astronómico Nacional (IGN) y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.

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