El factor competitivo

Desde que la economía mundial comenzó a empeorar en 2008, el debate se ha centrado en las estrategias macroeconómicas y los instrumentos utilizados para hacer frente a la crisis y promover la recuperación. Pero corregir los desequilibrios y atender a las recesiones o desaceleraciones de corto plazo, si bien es importante, no debiera eclipsar la necesidad de establecer condiciones de largo plazo para el crecimiento económico sólido y sostenible.

Hasta ahora, la política macroeconómica ha cargado tanto con la culpa por el malestar económico como con la esperanza de superarlo. Sin embargo, deberíamos dedicar igual atención a los problemas microeconómicos –como incentivos inadecuados, fallas de mercado y deficiencias regulatorias– que nos condujeron a la crisis en primer lugar.

De hecho, así como los problemas microeconómicos del sector financiero dispararon una restricción crediticia y alimentaron la recesión mundial, también son la clave de la recuperación. Muchas economías deben solucionar problemas en el sector financiero y recuperar el crédito, y muchas más deben aumentar su productividad para impulsar el crecimiento y crear empleo.

Algunos sectores sufren debido a normativas contraproducentes y mal diseñadas; otros se ven aquejados por los comportamientos monopolísticos de las empresas dominantes, o porque carecen de una competencia efectiva y transparencia en los servicios de infraestructura y financieros. Corregir estos problemas nos ayudaría a regresar a una senda de crecimiento y prosperidad para todos.

Para lograrlo, primero debemos cumplir el juramento hipocrático y evitar profundizar el daño. Los gobiernos del mundo deben ignorar la tentación de relajar la competencia para proporcionar alivio a sectores o grupos económicos específicos.

El renombrado economista estadounidense, Mancur Olson, sostuvo que el estancamiento en las economías desarrolladas es consecuencia del aumento en el número y el poder de cárteles y grupos de presión, que eventualmente agotan el dinamismo de los países. Mantener un entorno competitivo en el cual los mercados conserven su apertura y competencia es el mejor tónico, ya que bajo esas condiciones las empresas deben innovar continuamente y lograr un mejor desempeño. Esto, a su vez, lleva a que nuestras sociedades sean más creativas y, en última instancia, más prósperas.

Los esfuerzos para relajar la competencia son de índole diversa. Pero todos ellos reducen la productividad de la economía y redistribuyen la riqueza hacia grupos pequeños y coordinados con intereses creados y una fuerte inclinación al cabildeo en el gobierno.

El enfoque más común es el proteccionismo, que ha sido parte del discurso político en varios países en los últimos años. Pero las medidas oficiales para ayudar a los productores nacionales a expensas de los clientes y consumidores locales siempre son cortas de miras, ya que impiden que los productores se ocupen de los desafíos que tarde o temprano deberán afrontar.

De manera similar, el dirigisme a la vieja usanza –como los intentos por «elegir ganadores» promover «campeones» nacionales o mantener con vida mediante subsidios estatales a modelos de negocios fallidos– es nocivo y está destinado al fracaso. Y la normativa equivocada que afecta a algunos sectores –por ejemplo, al sector de servicios– continúa siendo una barrera a la sana competencia en muchos países.

Una vez que hayamos dejado de hacer daño, debemos comenzar a hacer las cosas bien. La política económica es como la jardinería: tirar de las plantas no las hará crecer más rápido, pero un jardinero exitoso puede brindarles el entorno adecuado donde florecer.

Confiar en la competencia puede ayudar a las sociedades a dejar actuar la capacidad de los mercados con buen funcionamiento para proporcionar bienes y servicios. Para esto, los responsables de políticas deben tener a su disposición un sólido marco que les permita garantizar el cumplimiento, aplicar un enfoque que incluya a la totalidad de la economía, y conseguir la participación de todas las partes interesadas.

El sólido marco de cumplimiento implica herramientas y recursos legales para embarcarse en una política económica y hacerla respetar, junto con un diseño institucional que reduzca la intromisión de los intereses creados. Consideren, por ejemplo, la importancia de contar con autoridades antimonopolio imparciales y eficaces, o con esquemas de subsidios suficientemente bien diseñados para garantizar que verdaderamente respondan al interés público.

Un enfoque que abarque a la economía en su conjunto es necesario porque los mercados están interconectados. La normativa que beneficia equivocadamente a ciertos sectores, o las fallas de mercado que atentan contra la competencia pueden implicar una carga para toda la economía. La crisis global surgió porque se dejaron sin atender importantes problemas de funcionamiento en el sector bancario. El pobre desempeño de los mercados de insumos, como los mercados de energía o productos intermedios, también pueden causar mucho daño económico, en parte no menor debido a que reducen la competitividad externa.

Finalmente, fortalecer la competencia en toda la economía requiere de amplio apoyo. Esto no puede lograrse sin crear puentes que eliminen las divisiones ideológicas y sin superar las presiones políticas de grupos económicos específicos. La movilización de todos los actores puede jugar un papel clave, educando no solo a los responsables de políticas, sino también a ciudadanos y empresarios, sobre los beneficios de la competencia. Debiera existir un amplio consenso respecto a que un entorno procompetencia es una de las claves de la prosperidad económica.

Australia constituye un buen ejemplo de los resultados que brindan las políticas procompetencia. Su economía era una de las peores de la OCDE en términos de crecimiento de la productividad en la década de 1980; diez años más tarde, Australia ocupaba el tercer lugar. En el ínterin, toda la regulación económica del país fue examinada desde el punto de vista de la maximización de la competencia, y se forjó un consenso nacional proreforma.

Actualmente, hay esfuerzos significativos en curso en varios países, incluido México. Las reformas estructurales para impulsar la productividad también serán cruciales para garantizar la recuperación económica europea y la supervivencia de su modelo social. Las «Actas I y II del Mercado Único» proporcionan una agenda integral para aprovechar completamente el potencial de un mercado integrado y competitivo de 500 millones de consumidores para catalizar el crecimiento y la prosperidad en la Unión Europea.

Sabemos por experiencia que la competencia funciona. Si basamos la política económica en esta experiencia, no solo podemos evitar la sombría profecía de Olson. Podemos acelerar la recuperación económica, aumentar el ritmo de la innovación y mejorar el sustento de millones de personas en todo el mundo.

Eduardo Pérez Motta is President of the Mexican Federal Competition Commission and Chair of the International Competition Network. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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