El factor psicológico de la economía

Hay pocas verdades inmutables, y casi ninguna en el mundo económico. No obstante, la teoría de los ciclos se resiste a caer. Desde los años de vacas gordas y flacas bíblicos hasta nuestros días parece que toda expansión precede a una recesión, y viceversa. Bien es cierto que la velocidad de información y la capacidad de intervención de entes reguladores en los mercados hace que las crisis sean cada vez más cortas e incluso evitables. Estamos en medio de una no crisis que, ojalá, no acabe materializándose con la intensidad con la que pudo --y puede-- desatarse.

El 9 de agosto, el mundo financiero estuvo al borde del abismo. Felizmente, los anglosajones no se toman tan en serio el ferragosto como nosotros los mediterráneos y la intervención concertada de los bancos centrales, liderada por la Reserva Federal norteamericana, evitó la entrada en un periodo de recesión de consecuencias difícilmente mesurables. Tras un nuevo periodo de "extraordinaria exuberancia" de los mercados y, sobre todo, de las facilidades para el crédito, una crisis localizada (las hipotecas de alto riesgo o suprime norteamericanas, que no tienen nada que ver con nuestras hipotecas patrias) contagió de una forma virulenta a los mercados mayoristas de crédito.

Por primera vez una crisis muy localizada se saltó todos los filtros y contagió al corazón del sistema financiero mundial. ¿Por qué? Las condiciones de bajísimos tipos de interés desarrollaron unos mecanismos de inversión demasiado eficientes, que primaban el riesgo y castigaban la cautela. La consecuencia: cuando el sistema comenzó a revisar su estado, por una crisis, insisto, localizada, descubrió que no sabía cómo estaba a ciencia cierta. Banalizando: todas las instituciones de crédito mayoristas, las que juegan en las grandes ligas, habían tenido comportamientos de riesgo. Y, ante la duda, nadie prestaba a nadie.

El señor Bernanke actuó de forma rápida y contundente. Probablemente nadie le propondrá para el Nobel de Economía, pues intervino de bombero mayor en un fuego que nadie quiere ni siquiera reconocer. Pero menos mal que intervino. De ese 9 de agosto hasta hoy lo que hay es una revisión de daños, asunción de pérdidas (UBS, Merrill Lynch, Deutsche Bank, Morgan Stanley, Citigroup...) y un goteo de ceses y despidos de los responsables y sus equipos.

Hasta aquí una crisis, interesante, para iniciados. Pero hete aquí que este mundo ya es global. Que nuestros cautos bancos se financian fuera de España y de Europa y que cuando Wall Street tose, la pulmonía que tenemos aquí es de UCI. Pero felizmente tenemos una banca saneada y cauta. Y un Banco de España también tremendamente cauto, tal vez por experiencias pasadas. La realidad es que la banca española es la más eficiente de Europa (o del mundo) y, según se está demostrando, la más solvente. La banca española no ha querido --o no le han dejado-- jugar a la especulación, como sí lo han hecho la gran banca americana, alemana, francesa o inglesa. Los vehículos de inversión estructurada (SIV, en la jerga del sector), catedrales de la ingeniería financiera que permiten invertir fuera de balance (una manera de estar y no estar al mismo tiempo) aquí no se han permitido.

Por tanto, además del tarannà, nuestra banca lo ha tenido muy complicado para invertir en activos de alto riesgo. La consecuencia: mientras los grandes bancos internacionales reconocen en su tercer trimestre ajustes de balance milmillonarios y anuncian ceses y despidos masivos, la banca española sigue siendo aburridamente rentable, con crecimientos de beneficio en torno al 20% y algún despistado por encima del 40% (Banc Sabadell). ¿La clave? Solo hacen banca al por menor (retail) y son, básicamente, cautos. Para ello no hay más que mirar los índices de morosidad y de su cobertura. Los mejores, con gran diferencia, del mundo. Puede ser cierto que los bancos españoles solo nos ofrecen paraguas cuando no llueve, pero cuando llueve, mejor que sean así.

Pero sucede que nuestros bancos viven, y trabajan, es esta aldea cada vez más global. Y se encuentran ahora en un proceso curioso en el cual casi tienen que pedir perdón por ser exitosos a una raza profesional peculiar: los analistas. Cada crisis sistémica ha puesto en duda a alguna profesión. Enron se llevó por delante a la primera firma de auditoría y supuso un replanteamiento de la profesión. Quién sabe si de esta crisis las agencias de calificación de riesgo (rating) y los analistas igual deben replantearse su funcionamiento.

No tiene ningún sentido que las hipotecas españolas entren en el mismo saco que las hipotecas basura norteamericanas. ¿Alguien se imagina a su banco de toda la vida dando una hipoteca a un parado de largo plazo, excluido del sistema y enfermo terminal? Pues en EEUU se han dado hipotecas a clientes de este perfil. Evidentemente, no al Euribor más un 0,2%, sino al 25% o más... Eso es subprime de verdad. Si sale bien, te forras; si sale mal... Aquí alguna entidad ha podido tener la tentación de subrogar inmuebles completos, de bajar el listón de riesgo, de ampliar la tasación llegando a ratios demasiado altas. Pero se trata solo de alguna entidad y para algún cliente. Recordemos que en 1993 el sistema financiero tenía una tasa de morosidad cercana al 10%, es decir, uno de cada 10 créditos tenía problemas serios de cobro (al menos tres meses de impago). Hoy esta tasa es del 0,6%, y algunas entidades lo tienen en el 0,4%.

La economía tiene un evidente componente psicológico. Si repetimos la profecía de la crisis, seguro que la haremos cierta. Es hora de mirar hacia el futuro con un razonado optimismo. Puede que la alegría irracional se haya acabado, pero eso no es malo para el sistema. España va bien. No la hagamos parar: los primeros perjudicados seremos todos nosotros, incluidos los bancos.

José Antonio Bueno, consultor. Socio de Europraxis.