El factor tiempo en los mercados mundiales

Durante los últimos meses, la dicotomía entre la bonanza en los mercados financieros por un lado, y economías deprimidas y políticas disfuncionales por otro, se ve amenazante. Sin embargo, se presta insuficiente atención a un factor crítico –el tiempo, y quién lo controla– que bien podría significar la diferencia entre una resolución mundial ordenada de las crecientes inconsistencias actuales y el regreso a una fase más complicada.

Es comprensible que los mercados hayan fluctuado durante el primer trimestre de 2013. La mayor parte de los datos económicos confirman que, después del trauma causado por la crisis financiera mundial, la economía estadounidense está recuperándose, en forma acelerada.

La secuencia ha quedado bien establecida. Comenzó con grandes empresas multinacionales, en la situación financiera más sólida que puedo recordar. Las empresas más pequeñas se recuperan gradualmente; los bancos han recuperado su capital de protección y reducido los activos dudosos; el sector de la vivienda se ha estabilizado; y un creciente número de hogares está restableciendo balances más saludables, especialmente a medida que, gradualmente, el empleo se recupera.

Esta recuperación del sector privado está ayudando a las finanzas gubernamentales. El déficit presupuestario estadounidense ha mantenido por el momento una tendencia a la baja, con la ayuda tanto de mayores ingresos como de menor presión sobre el gasto (por ejemplo, los pagos a los desempleados han disminuido gracias al aumento del empleo).

El proceso de recuperación también es evidente en Europa, aunque, desafortunadamente, se ve limitado de hecho a los mercados de bonos de deuda soberana. La economía real continúa bajo una presión enorme en muchos países mientras las economías se contraen y el desempleo se mantiene en niveles alarmantemente elevados.

Después de coquetear con el desastre el pasado julio, los diferenciales para las tasas de interés de los bonos de la zona del euro se han reducido en general, y la segmentación financiera se ha revertido lentamente (esto es, al menos antes de que los funcionarios europeos se embarcasen en el polémico proyecto de imponer pérdidas a los depósitos bancarios garantizados en Chipre). Por otra parte, como lo demostró la exitosa emisión irlandesa de bonos a diez años por €5 mil millones a mediados de marzo, algunos países van camino a recuperar el acceso normal a los mercados de capitales.

El impacto de esas tendencias sobre los mercados fue turboalimentado por los bancos centrales, los mejores amigos de los mercados de riesgo. Esto no se debe a que deseen desempeñar ese papel, sino a que los mayores precios de los activos son esenciales si los funcionarios de los bancos centrales tienen alguna posibilidad de lograr los resultados económicos deseados, de mayor crecimiento y creación de empleos.

Esto es más evidente en EE. UU., donde los mercados aman la trifecta de la Reserva Federal con sus políticas de tasas de interés casi cero (negativas en términos relativos), una agresiva guía a través de la anticipación de sus políticas, y compras de activos –todos incentivos para que los inversores asuman más riesgos. Los mercados también agradecen que la hiperactiva experimentación de la Fed obligue a otros bancos centrales en todo el mundo a implementar políticas más expansionistas.

De hecho, desde el dramático giro completo del Banco de Japón hasta los sorpresivos recortes de las tasas de interés por el Banco de México, el enfoque de la Fed está afectando a los bancos centrales en cada vez más países. Viéndose cada vez más alejados de los escenarios optimistas, son incapaces de ignorar el impacto sobre la liquidez global de las políticas de la Fed. Sin embargo, carecen de las herramientas adecuadas de política para ocuparse de ello.

La combinación de mejoras endógenas y fuertes impulsos de los bancos centrales, incluida la postura de hacer «todo lo necesario» por parte del Banco Central Europeo, también ayudó a que los mercados se sobrepusieran a las preocupantes incertidumbres políticas. Ya sea la polarización paralizante del Congreso estadounidense o el voto de protesta italiano contra el orden político establecido, los políticos están recibiendo tiempo para sobreponerse a su disfunción, minimizando así cualquier impacto perjudicial inmediato.

Comprensiblemente, los inversores han interpretado todo esto como una luz verde para tomar más riesgos. Y con el despliegue de este mes de más de ocho récords sucesivos para el índice Dow Jones (y muchos otros récords en todo el mundo), el entusiasmo lleva a más inversores a entrar en mercados de activos más riesgosos.

Sin embargo, el entusiasmo no está exento de ansiedad. Y por buenos motivos. Los inversores se preocupan por las consecuencias en el largo plazo de la disfunción política, por otro año de contracción económica en Europa, por un desempleo desastrosamente elevado por las políticas sin precedentes –y, consiguientemente, no probadas– de los bancos centrales, y por las crecientes tensiones mundiales. Y el reciente torpe rescate de Chipre no ayuda. No sorprende que algunos hayan llamado al nuevo repunte de los mercados «uno de los menos queridos» en la historia.

Esta combinación de entusiasmo y ansiedad es, de hecho, un signo de las crecientes encrucijadas que enfrentan los inversores. Una opción, que involucra una transferencia relativamente ordenada de la recuperación asistida por políticas al crecimiento autosostenible, ofrece la posibilidad de recompensas financieras aún mayores, ya que la rápida mejora de las condiciones económicas y políticas valida los artificiales precios actuales y los empuja hacia arriba.

El otro camino es mucho menos atractivo. Con una recuperación endógena insuficiente y sin velocidad económica de escape, la eficacia de las políticas de los bancos centrales desaparece y aumenta la disfunción política, conduciendo a pérdidas financieras, máximos de volatilidad, y enormes desafíos para la gestión de riesgos.

Dadas la política y las incertidumbres políticas actuales –y los múltiples equilibrios que implican– es difícil predecir con un elevado grado de confianza cuál será el camino a seguir y cuándo ocurrirá eso. Posiblemente quienes afirman lo contrario no estén captando en su totalidad la excepcional naturaleza de la situación actual.

En estas circunstancias, el tiempo puede no serlo todo, pero tal vez se muestre como un determinante clave de las probabilidades. Si el camino a la encrucijada se ve acelerado por un fuerte shock geopolítico (originado, digamos, en el Oriente Medio o en Corea del Norte) o en una grave crisis política en Europa (por ejemplo, una debacle en Chipre o una parálisis prolongada en Italia), la probabilidad de tomar el camino adverso se eleva hasta niveles incómodos. Si, sin embargo, los bancos centrales logran contener las inconsistencias internas y mundiales lo suficiente, la combinación de recuperación endógena y eventual progreso político mejorará significativamente la distribución de probabilidades.

No lo duden: hoy día los mercados dependen fuertemente del antiguo adagio: «el tiempo cura todas las heridas». Los cronometradores son los bancos centrales. Pero su control del reloj dista de ser perfecto; y será cada vez más ineficaz si las mejoras económicas enfrentan adicionales vientos políticos en contra durante los próximos meses.

Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment Officer of the global investment company PIMCO, with approximately $2 trillion in assets under management. Traducción al español por Leopoldo Gurman.

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