El factor Xi de China

Antes de que este año se llevara a cabo la transición de los cuadros dirigentes de China, los expertos señalaron que el Partido Comunista chino deseaba evitar que una personalidad grandilocuente asumiera el poder: se buscaba a alguien similar al líder burocrático saliente, Hu Jintao, más que a un sucesor carismático como el ex gobernador provincial Bo Xilai.

Sin embargo, no se puede decir que el nuevo presidente y cabeza del PCC, Xi Jinping, sea un personaje soso. Comenzó su mandato rindiendo homenaje a la estatua de Deng Xiaoping en Shenzen, donde hace más de tres décadas el ex jefe del Partido Comunista iniciara la compaña para hacer que un reluctante partido adoptara reformas de libre mercado. En una reunión de los más altos dirigentes, realizada en noviembre, Xi definió los detalles de un cambio fundamental de dirección económica, eclipsando a sus colegas.

Hoy Xi lidera un nuevo grupo económico que coordinará e impondrá sus reformas a los correligionarios que las disputen. Y, a diferencia de Hu, asumió de inmediato el mando de las fuerzas armadas, por lo que dirige un consejo de seguridad nacional paralelo. Da la impresión de que estamos ante el surgimiento de un nuevo “líder máximo”.

La historia reciente puede ayudar a explicar esta reconcentración del poder. En 1993, los líderes del gobierno central tenían poderes relativamente limitados: no controlaban la oferta de dinero y no les resultaba fácil quitar de sus puestos a los gobernadores provinciales o reubicar a generales de alto nivel. Los ingresos del gobierno central eran bajos: de hecho, proporcionalmente menores que los del de cualquier país de peso.

Todo esto cambió cuando el entonces líder del Partido Jiang Zemin y su primer ministro, Zhu Rongji, centralizaron la autoridad para mantener a raya la crisis económica en tiempos de crecientes riesgos para los bancos chinos. En el proceso, la fuerza de trabajo de las empresas estatales chinas decreció en 50 millones de personas, el país perdió 25 millones de puestos de trabajo en el sector manufacturero y se redujo el empleo en el gobierno central. Estas medidas salvaron la economía china, pero a costa de grandes y generalizadas tensiones sociales que hicieron que los niveles de popularidad de Zhu estuvieran por los suelos para cuando acabó su gobierno.

La reacción popular contra las reformas cosmopolitas, costeras y orientadas al mercado de Zhu y Jiang hizo que llegaran al poder líderes que habían desarrollado su formación en provincias interiores como Gansu y Tíbet. Aprovechando una oleada de resentimiento contra la desigualdad y las tensiones sociales, Hu y su primer ministro, Wen Jiabao, prometieron una “sociedad armoniosa” sin los estreses del programa de Zhu. Bajaron el ritmo de las reformas económicas y pusieron fin a las reformas políticas. La burocracia aumentó de 40 a 70 millones de puestos y el poder regresó a las provincias, cuadros burocráticos, y empresas de propiedad del estado (EPE).

Afortunadamente la somnoliente era de Hu/Wen no enfrió el crecimiento económico generado por las reformas que antes habían adoptado Jiang y Zhu, pero el modelo que las sustentaba estaba perdiendo fuelle. Las exportaciones de bajo coste se veían ante costes laborales en ascenso. La inversión en infraestructura estaba cambiando, de proyectos que estimulaban el crecimiento (como carreteras entre ciudades) a centros comerciales menos productivos en ciudades de segundo y tercer rango. La productividad se vino abajo en las EPE, cuyo acceso privilegiado a la financiación se convirtió en un gran escollo para la inversión del sector privado. La financiación de los gobiernos locales, que se obtenía mediante la expropiación y reventa de propiedades, estaba llegando a sus límites.

Por eso se hizo esencial lanzar una nueva ola de reformas de gran alcance, como la liberalización de las tasas de interés, los mercados de valores y los tipos de cambio de moneda extranjera, a fin de financiar al sector privado, que es más productivo, y reducir el exceso de capacidad en las EPE. En particular, era necesario aplicar reformas para desinflar una burbuja inmobiliaria que estaba comenzando a formarse por el altísimo nivel de ahorro y los flujos entrantes de capital foráneo que no contaban con otras formas de inversión rentable.

El gobierno planificó liberalizar las tasas de interés y las cuentas de capitales para estimular la inversión en industrias modernas y de alto valor, más que seguir subsidiando exportaciones de bajo valor. Comenzó a cambiar la base de la economía desde industrias basadas en las exportaciones al crecimiento interno, y de la manufactura a los servicios. Además, ha anunciado su intención de reducir las expropiaciones de tierras agrícolas por parte de los gobiernos locales, así como su exceso de endeudamiento a través de empresas cautivas.

No es de sorprender que la oposición a las reformas haya sido implacable. Las EPE estaban decididas a defender sus privilegios. Los gobiernos locales, altamente apalancados, no podían tolerar tasas de interés más altas ni una apreciación de la moneda, y mostraban una actitud desafiante sobre su venta de tierras y su oposición a los impuestos a la propiedad. Además, les atemorizaba la carga financiera que pudiera significarles la provisión de servicios sociales a los migrantes urbanos.

Como resultado, fue necesario movilizar un equipo de líderes nuevo y dinámico. Se redujo de nueve a siete el número de altos dirigentes. En la nueva alineación se eliminó la voz más potente que había por la izquierda (Bo) y relegó a un segundo plano a los “reformistas extremos” de la derecha (Li Yuanchao y Wang Yang). Para reducir la interferencia de los miembros más veteranos, Hu renunció como jefe del ejército y Jiang Zemin prometió hacerlo.

Más aún, se creó un grupo económico de primer nivel para hacer cumplir los designios burocráticos, así como un consejo de seguridad nacional (similar al de Estados Unidos) para coordinar la política exterior. Con anterioridad, a menudo las fuerzas armadas funcionaban al margen del ministerio de exteriores, y la oficina de asuntos exteriores del partido, que se ocupaba de Corea del Norte, a menudo no lograba coordinar actividades con el ministerio de exteriores, encargado de Corea del Sur. Se emprendió una campaña anticorrupción que debilitó a la oposición, y Zhu resurgió como un héroe. Con esto se fijó la escena para la llegada de Xi.

En pocas palabras, se diseñó en forma colectiva un nuevo estilo de liderazgo, una forma de carisma administrado, para servir las necesidades nacionales. Y esto implica que es poco probable que Xi surja como líder máximo. No hay duda de que ha aumentado la autoridad de la presidencia de China, pero Xi es poderoso solo cuando cuenta con los votos. En temas polémicos, es uno más entre siete.

William H. Overholt is a senior fellow at the Fung Global Institute and the Harvard University Asia Center. Traducido del inglés por David Meléndez Tormen.

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