El fango y las azucenas

Flores y zapatos infantiles colocados frente a una iglesia en protesta tras el hallazgo de los restos de 215 niños en un orfanato.Andre Pichette / EFE
Flores y zapatos infantiles colocados frente a una iglesia en protesta tras el hallazgo de los restos de 215 niños en un orfanato.Andre Pichette / EFE

En el viejo internado de Kamloops, en la provincia canadiense de la Columbia Británica, se descubrieron a finales del pasado mes de mayo los restos sin identificar de 215 menores indígenas. Desde entonces han aparecido más cuerpos en otros dos internados, elevando así la cifra a 1.112. Todo apunta a que el horror y la conmoción que sacuden al país no han hecho más que comenzar, ya que quedan 136 escuelas más por investigar.

Esta red de internados, llamados escuelas residenciales, fue creada en 1883 por el primer ministro John A. Macdonald con el objetivo de “civilizar” a la población indígena erradicando su cultura. Todos los niños y niñas de las tres comunidades aborígenes canadienses (First Nations, Inuit y Métis) eran arrancados a la fuerza y separados de sus familias para ser trasladados a estos internados financiados por el Gobierno y gestionados por diversas iglesias cristianas, siendo la Iglesia católica responsable de aproximadamente un 60% de estos centros. Todo esto podría parecer una historia lejana en el tiempo, como tantos otros atropellos colonialistas del siglo XIX, si no fuera porque el último de estos internados cerró sus puertas en 1996. Es decir, hace tan solo 25 años.

Las condiciones de vida de los menores en estas escuelas eran vejatorias, inhumanas y en muchos casos constitutivas de delito: el maltrato psicológico y físico y los abusos sexuales eran frecuentes, así como los suicidios de los alumnos. Se han llegado a documentar casos de niñas a quienes, tras quedar embarazadas como consecuencia de los abusos de los responsables de las escuelas, se les arrebataba a sus bebés, que eran posteriormente arrojados a hornos para deshacerse de las pruebas.

El Gobierno de Canadá creó en 2008 la Comisión por la Verdad y la Reconciliación con el objetivo de investigar lo sucedido en estos centros, crear un espacio seguro para las víctimas y promover la reconciliación entre las comunidades indígenas y no indígenas. Tras siete años de indagar en archivos y reunirse con supervivientes, la Comisión, a cargo del senador y juez indígena Murray Sinclair, emitió un informe en el que calificaba los hechos como genocidio cultural acometido por el Gobierno canadiense. El actual Centro Nacional por la Verdad y la Reconciliación, que se define como “un entorno de diálogo y aprendizaje para honrar y mantener viva la historia de los supervivientes de las escuelas residenciales, así como de sus familias y comunidades”, está colaborando en varias de las excavaciones que se están llevando a cabo.

En las últimas semanas, a raíz de los descubrimientos de los cuerpos, varias iglesias canadienses han sido vandalizadas y, en algunos casos, incendiadas. Algunas estatuas de personajes históricos, desde el propio Macdonald a la reina Isabel II (actual monarca de Canadá), han sido derribadas. De modo similar a lo que sucedió el año pasado tras el asesinato de George Floyd en Minnesota, la furia por la injusticia racial ha saltado a las calles. Aunque parece aún pronto para augurar una catarsis colectiva con una repercusión global similar, todo parece apuntar que sí sucederá. Tras la aparición de los primeros cuerpos en Kamloops, el senador Sinclair ha avisado de que Canadá debe prepararse porque lo más duro está por llegar. En 2015, la Comisión pensaba, en base a los archivos a los que había podido acceder, que el número de cuerpos sin identificar sería cercano a 4.000 en las 139 escuelas. Por el momento han aparecido 1.112 cadáveres en tan solo tres centros.

Tanto el primer ministro, Justin Trudeau, como su antecesor Stephen Harper han pedido disculpas a la comunidad indígena por el trato sufrido en estos internados. Lo mismo han hecho responsables de algunas iglesias anglicanas, y el Papa Francisco recibirá en el Vaticano a líderes indígenas canadienses en diciembre. Por supuesto, las disculpas son imprescindibles, pero deben ir acompañadas de acciones concretas para paliar el dolor de las víctimas, compensarlas por el daño causado y asegurar que desaparezca la violencia sistémica que continúa sufriendo la población indígena.

¿Es posible que Canadá, aun con los impedimentos legales por parte del Gobierno y las diferentes administraciones, esté mostrando el camino de lo que debería hacerse en otros países? En junio de 1936, Federico García Lorca afirmaba en una entrevista al diario El Sol: “Hay que dejar el ramo de azucenas y meterse en el fango hasta la cintura para ayudar a los que buscan las azucenas”. Al cumplirse este verano 85 años de su muerte, y a pesar de las excavaciones realizadas hasta el momento, aún se desconoce el paradero del cuerpo del poeta, como el de miles de niños indígenas en Canadá, solo que en el caso de estos menores ni siquiera constaba que habían muerto. El horror que se está desenterrando en Canadá es indescriptible, pero dolorosamente necesario. Como dijo el primer ministro Trudeau hace unos días, con motivo del día nacional de Canadá “debemos ser honestos con nosotros mismos y nuestra historia, porque para poder trazar un nuevo y mejor camino hacia adelante tenemos que admitir los terribles errores de nuestro pasado”.

Ernesto Filardi es poeta, dramaturgo y director teatral.

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