El PP había diseñado su convención de este fin de semana como la lanzadera para las elecciones municipales y autonómicas. Aunque aún no se conocen los candidatos, decisión que Rajoy ha fijado para el mes de febrero, las buenas perspectivas económicas y la recomposición de las relaciones con José María Aznar, justo cuando las víctimas del terrorismo convocan en Madrid una manifestación contra la política del Gobierno, configuraban un escenario pletórico. Más aún cuando en el PSOE se viven momentos de división y zozobra. Pero, en esto, apareció Bárcenas y nada más salir de prisión lanzó un mensaje directo al presidente: «Le he hecho caso a Rajoy... Luis ha sido fuerte».
La decisión del juez Ruz de poner en libertad al ex tesorero del PP (que llevaba en prisión preventiva 19 meses) levantó todo tipo de especulaciones. Su excarcelación venía precedida de dos hechos relevantes y relacionados entre sí: una entrevista publicada el pasado domingo en ABC y la decisión de su abogado, Javier Gómez de Liaño, de abandonar la defensa de su más mediático cliente.
¿Ha habido algún tipo de pacto?, se preguntaron algunos. ¿Habrá aceptado Bárcenas la libertad a cambio del silencio?
La aparición en tromba en la noche del pasado jueves del hombre que organizó y custodió la caja B del PP desmonta cualquier teoría conspiratoria. Bárcenas apareció entero, retador, hasta el punto de que se permitió el lujo de perdonarles la vida a su partido y al presidente: «Ni el PP ni Rajoy tienen nada que temer».
Tras sus palabras ante un nutrido grupo de periodistas, una cosa era evidente: sí, Bárcenas se mantenía fuerte. Y esa fortaleza provocó no pocos nervios en los aledaños de Moncloa y de Génova.
Pero, ¿qué sabe el ex tesorero que aún no haya contado? Más aún, ¿se atreverá a contarlo teniendo en cuenta que está en espera de un juicio en el que se le piden penas que superan los 60 años de cárcel?
Después de hacer esas mismas preguntas a las fuentes mejor informadas, éstas serían las respuestas: Bárcenas no revelará nada que pueda empeorar su ya difícil situación; no se arriesgará a que el juez le pueda acusar de haber ocultado pruebas. Sin embargo, es muy probable que filtre información que puede perjudicar políticamente a las personas que él considera culpables de su calvario. Fundamentalmente, la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal.
La sospecha, basada en sus propias insinuaciones, es que guarde conversaciones grabadas en su día, cuando negociaba con el partido su retirada como jefe de las finanzas del partido, cuando se acordó mantenerle en nómina a pesar de quitarle los galones de tesorero, cuando se le mantuvo el despacho, la secretaria y el coche e incluso se le garantizó el pago de su defensa por su implicación en la trama Gürtel.
Lo que está claro es que Bárcenas va a marcar sus propios tiempos, ahora ya sin la limitación de un abogado como Gómez de Liaño, que le había recomendado mantener silencio.
La decisión de Suiza de no remitir información incriminatoria para él, en tanto no se demuestre que los delitos fiscales de los que se le acusa están ligados al blanqueo de capitales, le da un amplio margen de maniobra. Al final, podríamos quedarnos sin saber cómo logró amasar una fortuna de más de 50 millones de euros, aunque la Abogacía del Estado apunta a que una parte de la caja B del partido terminó en sus cuentas en paraísos fiscales.
Bárcenas es un muerto mal enterrado y el hedor de su tumba ha empozoñado, aunque sólo sea mediáticamente, la perfumada convención del partido. A pesar de que no se haya hablado de él, ha estado presente en los corrillos, en los comentarios, en los sms.
Bárcenas ha sido para Rajoy un dolor de cabeza tan terrible como lo fue la amenaza de rescate. Porque si había, y parece que de eso no hay dudas, una caja B, el presidente del partido debía saber algo (de eso le acusó Bárcenas el viernes), incluso aunque no estuviera en los pormenores de quién visitaba el despacho de Lapuerta, con Bárcenas como testigo y apuntador del dinero en metálico que entraba en la caja fuerte.
Esta convención, que tiene como indudable aval para el Gobierno una situación económica que ha cambiado como de la noche al día y que puede llevar el PIB de este año a tasas cercanas al 3%, no sólo queda emborronada por esas declaraciones hechas conscientemente para dejar claro el ¡aquí estoy yo! del tesorero, sino también por una ausencia a la que muy pocos han hecho referencia.
En circunstancias normales, uno de los discursos más esperados hubiera sido el del ex ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, siempre brillante y eterno candidato a dirigir la derecha española.
Ruiz-Gallardón se fue, recordémoslo, porque no se quiso plegar a la modificación de la reforma de la ley del aborto, como le pedía el presidente del Gobierno.
El ministro se equivocó, como en tantas ocasiones. Asumió un papel que de buena gana hubiera rechazado, defendiendo un recorte que rompía con su imagen de progre. La izquierda nunca le perdonará esa defensa casi incomprensible de una ley que pretendía reconciliar al PP con sus votantes más conservadores (al margen de cumplir una promesa electoral).
El ministro pensaba que asumir el desgaste de la reforma le blindaba en cierto sentido contra los ataques que ya percibía desde Génova y desde el propio Gobierno.
Pero, ¿qué fue lo que puso en riesgo al que, para algunos, apuntaba como sucesor natural de Mariano Rajoy?
Según sus críticos, «Alberto no quiso pararles los pies a las fiscales de Gürtel y, lo peor, dio pábulo al cobro de dinero en sobres por parte de la dirección del partido». Es cierto que de ese asunto ya no se habla, como también lo es que penalmente puede que no sea importante. Las cantidades presuntamente cobradas no superan, a lo que parece, el listón del delito fiscal. Pero, políticamente, es un tema que levanta ampollas. El ministro dio por hecho en algunos círculos que esa práctica fue habitual en Génova durante años. La reforma de la ley del aborto, que él creyó que le protegía contra los ataques que le llegaban desde distintos frentes, al final fue la causa de su desgracia.
El PP, respaldado por una situación económica que alaban desde Merkel al FMI, en plena reconciliación con Aznar, aunque el ex presidente le haya leído la cartilla al partido, y ante el espectáculo de división interna que está dando el PSOE, emerge como gran valladar frente al populismo de Podemos. Esa es su gran baza electoral. Sin embargo, en sus votantes quedará siempre la duda que plantean las acusaciones de Bárcenas (algunas de ellas indemostrables). Un partido realmente fuerte no debería temer las amenazas de un presunto delincuente...
Casimiro García-Abadillo, director de El Mundo.