El fantasma de UCD

Mi paso por el mundo de la política fue amateur, liviano y a tiempo parcial aunque, todo hay que decirlo, en una posición que me permitió asistir con proximidad a muchos acontecimientos importantes. Participé activamente en la campaña electoral de 1982 en mi condición de jefe del gabinete del candidato de UCD a la presidencia del gobierno. Bajamos –batiendo records históricos– de 157 escaños a 11. Algo parecido solo lo habían logrado los lerrouxistas en 1936. Poco tiempo después de esa clamorosa derrota electoral UCD desapareció como partido. Traigo esto a colación porque me parece un antecedente de lo que algunos temen que pueda suceder con el PP después de los últimos acontecimientos.

Aunque suene a lugar común, es lo cierto que la historia se repite «como dice Hegel en alguna parte». Así cita Marx al filósofo en «El 18 Brumario de Luis Bonaparte», de forma imprecisa absolutamente impropia del rigor científico de Marx. Lo cierto es que los acontecimientos no se repiten dos veces sino de forma recurrente cada vez que las circunstancias históricas son parecidas. Y además, en contra de lo que dice Marx, no se repiten necesariamente como comedia; hay eventos que se repiten como tragedia una y otra vez.

El fantasma de UCDLos acontecimientos más recientes hacen temer que al PP le pueda ocurrir algo parecido a lo que sucedió con UCD. Algunos ilustres miembros del partido así lo pronostican.

Es un mal precedente que, de nuevo, el enfrentamiento entre los partidos de centro-derecha haya prevalecido sobre la crítica que deberían haber opuesto al verdadero adversario común, el PSOE, que también lo era entonces para UCD y Alianza Popular, el padre del actual PP. La desaparición total de UCD no hubiera tenido lugar sin la colaboración activísima de Alianza Popular. Recuerdo una reunión en una importante ciudad del norte de España, en la que UCD fue informada por quien podía hacerlo de que no obtendría financiación bancaria para las elecciones de 1982, financiación que se otorgaría a Alianza Popular. La razón: la supervivencia de UCD tendría solo el efecto de retrasar un próximo acceso al poder de un partido serio y de verdad fiable como AP. Tan dramática fue la situación económica para UCD, que los medios logísticos para el desplazamiento de su candidato por España durante las elecciones hubo que compartirlos con Santiago Carrillo.

La tenaza de AP y PSOE asfixiaba al gobierno de UCD y hacía inevitable la convocatoria de elecciones, aunque quizás no tan precipitadamente. En cuanto al pronóstico de que la desaparición de UCD consolidaría un gran partido de centro-derecha y facilitaría su acceso al gobierno, es cierto que fueron muchos los militantes y votantes de UCD que se pasaron a AP y contribuyeron decisivamente a «centrar» el partido, pero, desgraciadamente, el cálculo falló en el pequeño detalle del tiempo necesario para alcanzar el gobierno, y hubieron de transcurrir ¡catorce años! hasta que el PP ganó por fin las elecciones.

UCD habría sobrevivido como partido, a pesar de la presión de izquierda y derecha, y el resultado electoral no habría sido tan dramático, si sus lideres hubieran actuado con sensatez dejando a un lado sus ambiciones personales. Si el partido se hubiera mantenido unido, una renovación de su dirección y algún tiempo más para hacer llegar al electorado una nueva imagen, posiblemente también habría perdido las siguientes elecciones, pero no habría desaparecido y, con seguridad, el centro-derecha no habría estado alejado del gobierno durante los siguientes catorce años. La división interna fue para UCD su condena de muerte. La corrupción, si se subsana, lleva al purgatorio, la división interna conduce directamente a la extinción.

La completa desaparición de UCD provocó otro gravísimo daño colateral en la política española. Tanto PP como PSOE han acudido regularmente a los nacionalistas para obtener votos necesarios para gobernar y, cuando no les hacía falta por contar con mayoría absoluta, también lo han hecho para evitar que la oposición apareciese más reforzada. El precio pagado por el apoyo nacionalista ha sido desmedido y ha dado lugar a un monstruo que es la mayor amenaza para nuestro país. Si UCD no hubiese desaparecido habría facilitado coaliciones de gobierno a izquierda o a derecha sin necesidad de tener que pagar el carísimo peaje del nacionalismo.

Uno tiene la sensación de que ahora los fantasmas de UCD se han corporeizado en Ciudadanos para cobrarse del PP venganza de lo que ocurrió en 1982. Pedro Sánchez ha encontrado un camino a la presidencia allanado, más que por sus socios a la izquierda y nacionalistas, por el fuego de artillería con el que Ciudadanos ha castigado sin descanso las posiciones del PP. Pedro Sánchez no es precisamente alguien al que le falten reflejos para desaprovechar esos favores.

El PP comparte el centro con Ciudadanos. Es razonable que haya rivalidad entre ambas formaciones. Pero no hasta el extremo de anteponerla a la que debería de existir con el PSOE. Es de esperar que los brillantes y jóvenes dirigentes de Ciudadanos lo entiendan ahora, por fin. Tienen que olvidar su particular «programa máximo» con aroma de socialismo pasado de moda, de destruir al PP para ocupar, solos, su espacio.

Es de esperar que en el congreso del PP prevalezcan la unión y la renovación radical y que, en la oposición, unos nuevos líderes pegados al terreno y no sublimados en el éter del gobierno, comprendan la necesidad de una eficaz labor de comunicación que ofrezca imagen real de superación del inmediato pasado. En la nueva política que padecemos la imagen cuenta más que la razón. Lamentable, pero cierto.

La principal enseñanza de nuestra reciente historia: la representación en el Congreso de los Diputados debe estar reservada a partidos que representan un interés nacional y no regional. Les corresponde a los partidos nacionales cambiar la ley electoral para evitar nuevas situaciones de chantaje nacionalista en el futuro. Entre tanto, cualquier combinación de gobierno entre PP, PSOE y Ciudadanos será preferible a tener que comprar el apoyo de los nacionalistas. Para ello, los tres deben subsistir.

Daniel García-Pita Pemán es abogado y miembro correspondiente de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *