El feminismo en Iberoamérica

España ha sido desde antaño un referente para muchos países de América. Nuestros territorios conquistados hace ya casi quinientos años por valerosos caballeros de la «madre patria» nos legaron el idioma, la religión y muchas virtudes. También nos dejaron, y negarlo sería obstinación, una cantidad de problemas con nuestros pueblos originarios. En estos nuevos tiempos observamos a la distancia una lucha incesante, infinita e insaciable de las mujeres españolas por conquistar más espacios, protagonismo e «igualdad». Este frenesí feminista también ha traspasado el océano Atlántico y la misma cordillera de los Andes, para instalarse en Argentina y en Chile. Muchas mujeres piden a gritos y a veces con violencia más poder. Para mal de su causa, las recientes representantes del poder femenino en la región solo dejaron estragos. Cristina Fernández en Argentina se debate entre el fuero parlamentario y la cárcel, Dilma Rousseff, en Brasil, fue expulsada del poder por corrupta y Michelle Bachelet terminó su segundo mandato dejando a Chile sin crecer y con cientos de miles de inmigrantes ilegales.

La pregunta que muchos se hacen es: ¿qué buscan realmente las mujeres con sus reclamos? Muchas de ellas postulan a que hombres y mujeres seamos iguales. Otras no aceptan que en los directorios de las empresas no aparezcan más mujeres. No pocas se rebelan contra una realidad irrefutable atribuible al Creador, o a la naturaleza para los no creyentes, que le dio a la mujer la capacidad exclusiva de engendrar en su vientre. Recientemente, una dirigente estudiantil comunista de la Universidad Católica de Santiago de Chile declaró que «el feminismo es la única lucha capaz de rearticular a la izquierda hoy». Desde fuera de Europa, llama la atención el contrapunto que surge a partir de la reducción del tamaño de las familias y del número de hijos, con las necesidades de mano de obra. También se extraña una mayor atención de feministas al rol de la mujer en el mundo musulmán, cada vez más relevante en Europa occidental. Los ciudadanos españoles reclaman por la entrada de muchos ilegales desde África, dispuestos a trabajar en cualquier cosa, pero al mismo tiempo esos mismos españoles no están dispuestos a hacer familia. Debemos agregar que la mayoría de las feministas son abortistas y olvidan los derechos de las que están por nacer.

En Chile sucede algo parecido, en que el déficit de mano de obra es cubierto por decenas de miles de haitianos pobres que llegaron a Chile bajo el Gobierno de Bachelet, sin saber hablar español, sin tener un oficio conocido, y además entraron como turistas. A los seres humanos comunes, que adoran a su madre, esposa, abuela e hijas, les cuesta entender cuál es el objetivo del feminismo. Hay mujeres con problemas personales que buscan en la causa feminista un canal de evacuación de sus odios y frustraciones. Por supuesto que hay que reforzar la legislación, para que quienes maltraten a la mujer reciban un duro castigo y para que quienes la discriminan laboralmente rectifiquen su conducta, pero de ahí a declarar una guerra «santa» contra todo lo que se ponga por delante hay una gran distancia. Debemos defender también la maternidad, único camino para mantener nuestra especie humana. Hay muchas mujeres hoy discriminadas por tener muchos hijos. Hay otras menospreciadas por no llegar muy alto en lo laboral. Debemos destacar la dulzura de la mujer, su inteligencia única y distinta, su capacidad de dar a luz y su rol central dentro de la familia como madre. Cualquier persona medianamente racional está consciente de las capacidades de la mujer, de sus virtudes e individualidades. ¿Hasta cuándo seguirán alimentando esta lucha sin cuartel hacia un objetivo indefinido? ¿No es más productivo promover la unión, el respeto y al amor por los que sufren, más que gastar tantas energías en promover el enfrentamiento?

La causa feminista fanática, como la vemos en España y también ahora en Chile, le hace un inmenso daño a la mujer. Se pretende trasformar a un ser maravilloso en uno sin esencia, insensible y rudo. Llegarán los días en que muchas mujeres dirijan los países, lideren las empresas y los rankings de millonarios. En la historia de la humanidad todo evoluciona. Si pretendemos cambios drásticos y rápidos, solo se potenciarán conflictos sociales. Hombres y mujeres conforman un todo, cuyos objetivos deben ser los mismos, cuidarse, protegerse, quererse y resolver juntos los innumerables problemas que nos presenta la vida diaria. La prensa escrita y la televisión casi siempre magnifican situaciones o crean necesidades donde no las hay. Las redes sociales nos han permitido, para bien o para mal, estar informados y comunicados de manera instantánea. Aprovechemos esta posibilidad para que el amor y la unión fluyan más rápidamente. El Día de la Mujer, celebrado hace poco en muchos países faltando al trabajo y dando un mal ejemplo de lucha, debería eliminarse y dar paso al Día Mundial de la Familia.

Andrés Montero es empresario y columnista chileno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *